Viernes 05 de noviembre de 2010

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En el siglo XVII Francis Bacon enseñó que a la naturaleza había que hacerla esclava y dócil y atormentarla hasta que revelara sus secretos. Y René Descartes se puso a la cabeza con su famoso “coggito ergo sum” donde el espíritu se reduce al cerebro del hombre y el resto del mundo es materia muerta. Para él un animal era un autómata y sus gritos como el rechinar de máquinas.
Esta imagen mecánica del mundo celebró su triunfo en unión con la Ciencias Naturales, aunque perdieron de vista la vida y el espíritu, que ya no eran valores intrínsecos, sino resultados de conexiones químicas y de procesos físicos. Esta forma de pensar nos domina aún en la actualidad en el trato hacia la naturaleza y los animales.
Pero existe una unidad entre todo lo que vive y existe, así lo afirma la física cuántica que hace tiempo superó la visión del mundo materialista. Max Planck intuyó detrás de toda materia una forma de energía, un espíritu consciente e inteligente como sustento de todo lo que existe.