Los sujetos del totalitarismo, en Bolivia y en cualquier lugar del mundo, se caracterizan tangencialmente por decir una cosa y hacer otra, por tener la intención de hacer algo y postergarlo por un contexto adverso, por cambiar el sentido de su fraseología supuestamente revolucionaria en función de las circunstancias o de las características del interlocutor que tienen al frente, además de conculcar las libertades democráticas al principio sutilmente y más adelante de manera feroz y abierta. Les apoya una masa descontenta e inconsciente que admite sus veleidades porque no comprende los verdaderos fines de sus “paladines de opereta”.
Estas personas, los totalitarios, se muestran a la opinión pública como personajes probos y absolutamente correctos, incapaces de estafar al pueblo y de robar ni un céntimo del erario nacional. Tienen la lengua suelta y siempre hablan del enemigo opositor, de la derecha que destruyó al país, del colonialismo español y del malvado imperialismo norteamericano de los que son hijos naturales resentidos; aunque su gestión en el gobierno y su desempeño en los poderes judicial, legislativo y electoral es mucho peor. Se apoyan en un voto ciego de la gente que se hastió con regímenes escandalosamente vendepatrias y corruptos, apostando al cambio que nunca fue progresista, menos todavía revolucionario. Son los Maquiavelos modernos, discípulos de uno de los padres de la ciencia política quien justificaba toda acción, por más detestable que sea, en aras de desarrollar y mantener el poder del “Príncipe”. Con él se consolidaba la “Razón de Estado” que se sobrepone a cualquier principio y a la moral en general.
Y en estos términos ¿qué es la moral?, se trata del conjunto de principios que dirigen y juzgan el comportamiento de una persona o una colectividad, la cualidad de lo que se considera bueno o recto. ¿Y qué es el puritanismo, surgido en el siglo XVI a partir del calvinismo? Es una doctrina que plantea un modo de ser radicalmente riguroso y austero en lo referente a la moral y el comportamiento, así como en la actitud y las ideas. La moral y el puritanismo son los conceptos que pretenden definir conductas a partir de principios preestablecidos que en la práctica casi siempre no se cumplen en el espacio y en el tiempo. En la Edad Media, y posteriormente, tuvieron un papel determinante en el adormecimiento ideológico de las masas iletradas. Asimismo, la Iglesia, a nombre de Dios, cometió los peores crímenes, vía Inquisición, en contra de toda persona que planteaba críticas o teorías opuestas a su inmovilismo teórico e intelectual. Es en esta época que el autoritarismo adopta su disfraz oscurantista. Los Papas de la Iglesia católica y sus lacayos hablaban de una moral basada en la palabra de Dios, utilizándolo para sus fines maléficos. Se pretendían “puros” en público, pero su vida privada era un escenario cuestionable de intrigas, asesinatos de sus enemigos políticos, purgas y bacanales con sus amantes de turno. Ahí se muestran en toda su desnudez el falso puritanismo y la doble moral.
Ya con Mussolini y Hitler, en pleno siglo XX, surge la versión moderna y más oprobiosa de la dictadura: el totalitarismo fascista, el que no ha desaparecido a pesar de la derrota y muerte de los tiranos, ha resurgido con fuerza en el siglo XXI con un ropaje supuestamente izquierdista y revolucionario. Sus representantes juzgan a sus enemigos políticos, sean honrados o no, de manera implacable, sin reconocer en absoluto el principio de la buena fe. Para ellos todo error es delito y así conducen a los tribunales al que se les oponga y si no existen pruebas del “crimen” las fabrican burdamente y sin el menor rubor. Se muestran puros de alma, aunque por dentro su conciencia está podrida. Al pretender censurar el contenido de telenovelas y otros programas televisivos, al osar elaborar borradores de leyes donde se le niega a la mujer el derecho al trabajo por vestir “ligeramente” en el modelaje de ropa y al pretender encarcelar a quienes venden, difunden, compran o poseen publicaciones supuestamente pornográficas se evidencian como falsos puritanos y ejercen su “derecho sagrado” a la doble moral. En realidad son hipócritas y fariseos, como aquellos que Cristo condenó tan airadamente. Quizás se inspiran en las “proezas” de los fundamentalistas musulmanes que tanto niegan sus derechos a las mujeres y condenan a sus pueblos al oscurantismo clerical.
Y, con todo cinismo, vetan una ley que, si bien no lo dice implícitamente, no obstante da impulso a los y las menores de edad para que se inicien en la actividad sexual desde los 12 años. Además, aplazan el tratamiento de otras leyes dirigidas a restringir las libertades democráticas y no lo hacen porque hayan entrado en razón, simplemente postergan sus apetitos cavernarios hasta que mejoren las condiciones políticas y sociales.
(*) Politólogo
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