Estamos en vísperas de recordar, una vez más, el golpe de estado cívico militar del Primero de Noviembre de 1979. Aunque la figura más visible era el Coronel Alberto Natusch Busch, el entramado descansaba en jefes del Movimiento Nacionalista Revolucionario, sobre todo Guillermo Bedregal, y en el grupo narcomilitar relacionado con Hugo Banzer y regionalmente con la Operación Cóndor.
En esa coyuntura, el gobierno estadounidense presidido por James Carter prefería una democracia controlada, pero los golpistas habían sido entrenados o tenían vínculos con la corriente de la Doctrina de Seguridad Nacional. La ideología predominante en las Fuerzas Armadas era concebir al pueblo como al principal enemigo, a los obreros, estudiantes que tenían algún reclamo.
La conspiración contra el gobierno transitorio de Walter Guevara Arce derrumbó los logros diplomáticos de la Asamblea de la Organización de Estados Americanos que cerró el 31 de octubre de ese año rubricando la tesis boliviana sobre el reclamo marítimo. Inicialmente fue un movimiento desordenado con discursos entremezclados entre nacionalismo, anticomunismo, antiimperialismo. En medio del desconcierto, el primer día se reprimió a las manifestaciones espontáneas de los ciudadanos reclamando por la vigencia de la democracia, pero se permitió el trabajo libre de los periodistas.
La prensa organizada tenía la experiencia acumulada de los años de lucha por las libertades constitucionales y la victoria de enero de 1978 cuando cumplió un rol militante para lograr la amnistía general e irrestricta. Era, además -dato adicional- primer año con los burlones periódicos de Alasitas pues años atrás Hugo Banzer había mandado a apresar a la poetisa Alcira Cardona y a su gente por imprimir un número con burlas a la baja estatura del dictador y pocos se animaban al humor político.
El Primero de Noviembre se organizó una cadena informativa con base en las emisoras sindicales de La Paz y de las minas, con apoyo de radios privadas, católicas y evangelistas. Algunas frecuencias más alejadas como la radio de los petroleros en Camiri o la de los campesinos en Oruro se plegaron. Desde esa plataforma, la Central Obrera Boliviana coordinó la resistencia.
Los periódicos denunciaron tres días lo que pasaba. Los golpistas comprendieron que la población no los apoyaba y que la prensa reflejaba esa postura generalizada. Entonces, sábado por la noche, el Ministro de Gobierno convocó a los directores de medios para avisarles que un censor revisaría sus planchas antes de la impresión.
Los periodistas, a la cabeza de Huáscar Cajías, se opusieron a salir con censura o autocensurados y prefirieron el silencio. La actitud se mantuvo a pesar de las amenazas hasta que el gobierno fue acorralado por pobladores, sindicatos y periodistas.
Sin embargo, meses después, el mismo grupo al mando de Luis García Meza y de Luis Arce Gómez se vengó de los periodistas y antes de tomar Palacio de Gobierno asaltó radios católicas y redacciones de prensa. En marzo habían asesinado a Luis Espinal, director del semanario “Aquí” y en diciembre de 1980 quemaron “Presencia” con el pretexto de un cuento escrito por Manuel Vargas, a quien acusaron de hablar mal de las mujeres. Así fue, esa época.
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