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Domingo 24 de octubre de 2010

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Revista Dominical

Maldita hora (cuento)

24 oct 2010

Por: Carlos Zárate Angulo

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I

Solo, cavilando y acosado por la inquietud que produce la espera, Joselo apuró el pijcheo y de un último y largo sorbo acabó el jayaque para darse más valor. Todo estaba completamente oscuro, el silencio cortaba el aliento y ninguno de los otros “ninjas jukus” comprometidos llegaron a la cita.

Una sola idea palpitaba por su sien… tener mucho dinero para gastar el fin de semana.

¿Voy solo?...¿me arriesgo solito?... ¿qué hago…? Pensó blandiendo una punta mediana muy afilada que escogió como arma de su nueva ocupación.

Sesenta quilos de humanidad pudieron más que sus incipientes diecisiete años que se reflejaban en los puntitos pardizos que oficiaban de barba.

“Ya no espero más” sentenció guiado en su inexperiencia en estos gajes; se cubrió el rostro con una sucia servilleta para ocultar su identidad; prendió su lámpara a carburo, ajustó su guardatojo, guardó su punta en la espalda y comenzó el descenso.

Según se enteró la noche anterior en una chichería de la población minera, el paraje donde presuroso avanzaba se encontraba en plena boya y esta noche nadie entraría a trabajar, situación que se presentaba favorablemente para sus malas intenciones.

En el tortuoso camino del socavón serpenteante y angosto, con el corazón desbocado, Joselo reafirmó una y otra vez su cometido: “Tengo que sacar mineral cueste lo que cueste”.

II

Luego de que la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) cerrara sus operaciones en el Stock Salvadora –Uncía y Siglo XX- surgieron las cooperativas mineras como respuesta natural al desempleo de miles de “relocalizados” que luego de tentar fortuna en Argentina, Cochabamba u otros lugares, retornaron a su terruño, sin más equipaje que un oficio heredado de generación en generación y la urgente necesidad de ganar el sustento diario para la numerosa familia.

Por efectos de la producción mecanizada en las minas, la COMIBOL dejó sin explotar un sinfín de ramificaciones mineralizadas de segundo orden. La pericia empírica del cooperativista minero y el trabajo febril sobre esas ramificaciones estanníferas generó un auge inusitado de explotación y venta del mineral, cuyo efecto multiplicador tuvo gran impacto en la economía regional, particularmente en la década de los 90’.

Gracias a este nuevo paradigma minero, poblaciones mineras como Llallagua, Uncía, Siglo XX y Catavi, cobraron nuevamente plena vigencia. Luego del encanto inicial, sobrevivieron inesperadas consecuencias. La explotación irracional, con escasa asistencia técnica y planificación previa, dio paso a una explotación un poco caótica. Los buzones se fueron obstruyendo paulatinamente al igual que las chimeneas de ventilación.

Por estas circunstancias, surgió la práctica del costadeo, es decir, acomodar la roca estéril a un costado de los callejones principales y secundarios. Se perforaron agujeros a diestra y siniestra. De la noche a la mañana el tránsito por los socavones se tornó complicado al extremo que en muchos sectores solo ingresaban a rastras, por lo que el Stock Salvadora se convirtió en un laberinto sin fin.

En este contexto entraron en escena los “ninjas jukus”, mineros y no mineros que agobiados por la crisis, el desempleo o simplemente guiados por la mala vida que germina del ocio, encapuchados al estilo de Hollywood y en numerosos grupos se dedicaron a robar en el interior de la mina con un alto grado de violencia. Este nuevo sistema de robo – asalto, pasó a constituir un problema social para las cooperativas mineras y toda la región, puesto que en la década de los 90´ constantemente se lamentaron agresiones y muertes en manos de estos siniestros personajes.

III

Al llegar al paraje de la boya y encontrarlo sin su respectivo candado ni tranca de seguridad pensó que alguien trabajaba adentro por lo que tomó su punta con determinación y avanzó sigilosamente varios metros disminuyendo al mínimo la flama de su lámpara, con la adrenalina suficiente para cualquier contingencia.

Indagó la situación por varios minutos. Transpirando y apretando con furia el prominente acullico, se alegró de su suerte; inexplicablemente no encontró a nadie adentro y pensó que no utilizaría la fuerza como en su última incursión.

Hizo un reconocimiento furtivo del paraje y como un regalo caído del cielo encontró varios sacos completamente cargados de mineral puro; este descubrimiento facilitaba su arriesgada misión. Después de todo, el operativo le estaba saliendo mejor de lo que se imaginaba.

Sin pensarlo dos veces, cargó un saco de mineral a su espalda y cuando se disponía a salir, divisó a lo lejos luces difusas a la entrada del paraje. “Maldición, me han pescado” pensó asustado a tiempo de apagar su lámpara.

El miedo estrujó su joven corazón y aflojó sus tripas. Descargó sigilosamente el saco de mineral y a tientas retrocedió varios metros hasta dar con un pequeño orificio en el que se apretujó conteniendo el aliento y aferrando su punta como último recurso para su defensa.

Por las voces que escuchó pensó que se trataba de más de dos mineros. Advirtió que los pasos se detuvieron en el tope del paraje lo cual aumentó su temor pensando que si le encontraban sería agredido brutalmente como sucediera en otras oportunidades con los “ninjas jukus” que eran descubiertos robando.

Luego de varios minutos de incertidumbre, escuchó que los mineros se alejaron a toda prisa y por fin pudo respirar abiertamente. Inmovilizado por la terrible experiencia de miedo y pensando que le cerraron con candado, tardó una eternidad en comprender la situación. Un extraño y casi imperceptible silbido desconcertó aún más su estado de ánimo. Conmovido por el susto, repasó mentalmente toda una serie de posibilidades sobre el origen del enigmático silbido hasta que sintió el olor. Su ingenuidad y su extrema juventud retardaron una reacción que debió ser rápida y decidida.

“¡Carajo, han chispeado!” gritó desaforado a tiempo de iniciar la fuga, pero en ese instante la primera explosión le golpeó de frente, sin darle explicación alguna. Luego detonó la segunda y otras más; en total fueron seis. Nunca se imaginó ni pudo advertir que en el tope del paraje ya estaban los taladros taqueados con dinamita y anfo, listos para el disparo y que los mineros fueron en busca de un encendedor minutos antes de que él llegara al paraje.

Completamente destrozado, tuvo un instante último de aliento, en el cual intentó recuperar su alma.

Lo cierto es que en el corazón de la montaña de estaño, completamente solo, Joselo dejó su vida en manos del tío, quien, con satíricas carcajadas observó toda la escena.

(*) El autor, periodista y escritor potosino, la semana pasada obtuvo la primera mención especial en el concurso literario que promueve la empresa AXS Bolivia, con su cuento “El secreto del tío” cuya temática también es la minería.

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