Alfonso Gamarra Durana
No me preguntaron en cuál continente nacer.
Me mostraron un monumento
Que era un múltiplo de batallas.
Cada tropa crecía en millardos / Y no había trigo plantado
Ni ríos humedeciendo la ausencia de las flores,
Y eso era la Historia. / Y yo no sabía escoger mi cuna.
Aparecí corriendo junto al humo de volcanes
Que no era espeso como el caos de donde vine,
Ni era abordable lava.
Génesis estaba impresa en el anverso de una vela
Carabela / Que remontó el mar de las distancias
Me dio el golpe en la frente
La mente no pensó diferente.
Era un Éxodo invertido.
Huesos envejecidos dentro de piel manchega
Arábigos antecesores y visigodos
Monedas de plata buscando bolsas de cuero
Pero más hallando gente aventurera
Metiéndose a templos, a mujeres, a cavernas
Hurgando tesoros en los cabellos y los altares.
Por el océano pasaban los versículos,
Los cofres eran devueltos con recibos fementidos
Y rubricados por la Historia.
Los hombres que agujereaban cerros como hembras
Sintieron sus ojos panes de Navarra
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Muchas veces quemados por los hornos fríos
Que sirvieron para pulir cadenas,
Puestas en el cuello del obstinado
Y en los pies que patearon el odio
En las leguas subterráneas de la impotencia.
Entre sus fauces espumeantes,
Entre sus crépitos convulsionando
Fueron juez y verdugo, apocalíptico y sañudo.
Que cubren en sangre sin herrumbre,
Enterrado en la roca, asfixiado
Cerca del cenagoso agujero de la flema, sin aire
Porque los cuerpos de los hombres no se oxidan
Sin el escarmiento de las agonías.
Unos eran blancos de piel
Transparentes costras no cicatrizadas en sus pecados.
Al frente, los pellejos endurecidos
Con la difusa marca en la epidermis
Del látigo de los vientos
Y el signo escalonado de su estirpe,
Encima del que ojos de granito parpadean
Con una visión de firmamentos perforados.
De pronto sobre la raza se picó la piedra
Y ya la sumisión dejó el peso de la lápida,
Los huesos pulverizados de los olvidados cometas
De la tierra, se volvieron plata, arcilla, y más que todo, idea.
No hubo más que esconderse porque al fin
Había eructado la tierra y aparecido el héroe que pensaba.
Las quejas no escribían Historias
Pero la consigna firme que el rayo trae colgado
Se ubicó en el oído que no quiere escuchar
Como el reseco tímpano de los pedrones.
Se sintió el coro de los mitayos
Que tenían espeluznantes voces agudas y vomitadas
En desconcierto de lagartos indigestos
De noche el respirar de toses en cajas torácicas
Y los costados hundiéndose en la angustia de los ahogos.
Tenía que aparecer un Nuevo Testamento
Que pidiera que hermanas blancas deslizaran
Sus túnicas en las cabezas de los pobres
Para que apareciese el Rostro Sagrado, pero la nuca
Más fuertemente impresa que el hambre en los estómagos.
La Liberación de todo mal, amén.
La desaparición del pecado de los otros
Que usaban el látigo, la argucia, la mentira
Bajo el sol.
No era la página de la Historia,
Era la Fe de una esperanza.
Era la intuida forma de lo esperado,
Que llegaría después del concilio de los morbos.
Pergamino crujiente sólo para fundar
Celdas con nombre de ciudades.
La luz de un cirio reflejándose en la hoja
Y la espada sintiendo el temor blando de la amenaza.
Sumas falseadas en las tiras de los contadores
Y fiarse para no morir antes de tiempo.
Apareció el pasquín articulado con la suma evidente
De las iniquidades soportadas.
Le llamaron “Manifiesto de Agravios”
Que venía sólo en los pliegos delgados, borrón de tinta
Y repetición graficada de quejas.
Manifiesto. Mucho dispuesto, todo expuesto, que se sepa
Lo que sufre el esclavo aunque tenga
Cara de otra cosa.
Y los pálidos naturales se sintieron superiores
Porque les chuparon la sangre hasta verlos demacrados
Hasta verlos deshuesados.
Sin temor, el reclamo plantado ante la horca.
La mortaja escrita con la impronta del agravio
Asomando por los bordes de los pespuntes.
Una sábana también es manifiesto, porque las ideas
Manchas de sangre, cuando la traición aparece
El abyecto delator / El envidioso vecino
Corta los cuernos de los dragones utilizados
Los hace vuelo del rumor alevoso
Que llegue a los togados, que los jueces de negro
Arrojen la sal a los ojos
Pues la mirada es también delincuencia.
Abogados leyendo legajos,
Médicos palpando latidos, / Maestros deletreando alfabetos,
Militares y calculadores, / Una autoridad que dice No
Y amenaza con las cárceles.
Pero nadie sabe que muchas veces con un Manifiesto
Se abre el mamotreto de la historia de los pueblos.
Fuente: LA PATRIA