En 1848 se escribió una página de trascendencia histórica profunda, la que se concentró en una representación de epopeyas difíciles pero vigorosas, las del Manifiesto Comunista y sus postulados, la pertinente convocatoria a la reflexión de las pléyades humanas, de aquellos conjuntos sociales de seres que construyeron con rigor y certidumbre sus estructuras de vida justas. Sería inconcebible pensar que las proezas solamente se constituyen en actos ignorantes de un proyecto que hace posible la transformación aparente de sociedades, cuando en Grecia se creyó, a partir de Demócrito, en un mundo diferente, donde la estirpe humana cambia para siempre. Los seres humanos, por primera vez, se consideraron gente en el sentido profundo de la democracia, no la esclavista, sino, especialmente, en la que se concibió en el siglo XIX.
En Alemania y toda Europa nació primero y, después, se desarrolló y generalizó la perversidad de personajes torpes y malvados como Himmler y Goebbels, los que hicieron gemir a millones de comunistas alemanes, austriacos, italianos, checos, polacos, franceses y de otros países, además, especialmente, de los de la Unión Soviética, pero, en realidad, la gente revolucionaria no entregó su conciencia al régimen totalitario, simplemente murió en aras de ideas grandiosas. Ahí se ratificó la certeza del hombre comunista, viejo en avatares pero nuevo en pensamiento, el que simplemente fue postergado por la tozuda historia. Ahí tenemos el ejemplo de Rosa de Luxemburgo, la valerosa luchadora que visualizó la certeza del cambio verdadero y fue cruelmente asesinada en 1918 por agentes de la monarquía alemana.
En 1918 empezó el otro Holocausto, del que se habla poco, del similar, pero diferente al de los judíos, no obstante también criminal, el que creció y se fue desarrollando paulatinamente, encontrando su auge con la llegada de Hitler al poder en 1933 y la invasión a la Unión Soviética el 22 de junio de 1941, la fecha en que se inició, fatalmente, la llamada “Gran Guerra Patria”, marcada con una poesía que dice en su inicio: “Levántate país inmenso, levántate a la batalla mortal…”. Ahí se consolidó, aunque antes se lo hizo de manera despiadada, no obstante sutil, en casi toda Europa, la exterminación masiva de comunistas, de los que estaban determinados a la salvación de la Humanidad, de los que se sacrificaron con entereza, con la convicción valerosa e íntegra, de hombres y mujeres, de la transformación revolucionaria, e inscribieron su nombre en la historia de los verdaderos, los revolucionarios.
Las estadísticas no nos dan datos claros sobre la masacre de comunistas porque a muchos se los mezcló con los judíos, aunque revolucionarios, pero, en realidad y aproximadamente, se puede hablar de unos 10 millones de comunistas asesinados por los absolutistas, los de viejo cuño, y los fascistas. Fue un crimen horrible y poco comentado.
Los nazis, además de secuestrar a judíos, comunistas o no, para matarlos en campos de concentración aborrecibles, ejecutaron un trabajo sistemático de liquidación de millones de revolucionarios de toda Europa, especialmente de la exUnión Soviética, la cifra de muertos no se ha cuantificado todavía, pero fue considerable. Sus consignas eran claras: “Hay que hacer desaparecer todo signo de la peste comunista del Este hasta que se hunda en el fango de la historia, el ente bolchevique de las estepas debe morir en la faz del mundo”. Así se realizó el extermino sistemático de los que no comulgaban con la idea parda. Millones de comunistas fueron asesinados de manera diferente a la de los judíos. A estos últimos los recluyeron en zonas especiales de exterminio (matándolos de hambre, o en las cámaras de gas) y a los primeros los liquidaron ipso-facto en cuanto los encontraban, sin derecho a defensa. Hitler tenía algo especial contra los judíos por los maltratos de su padre, también judío, pero, con respecto a los bolcheviques era radicalmente maldito: “Es una peste que tiene que desaparecer”. Así se habla de este otro Holocausto, tan cruel pero poco tratado en los libros de historia.
De esta manera se desarrollaron hechos trágicos y verídicos aunque omitidos hasta deliberadamente por elaboradores históricos muy rigurosos, pero ajenos a un drama monumental que se produjo en Europa durante décadas.
(*)Politólogo
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