Miercoles 20 de octubre de 2010
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Recurrir al bloqueo de calles, avenidas, carreteras, caminos, vías ferroviarias y fluviales, se ha convertido en el arma más terminante y contundente para quienes buscan imponer su voluntad y someter a las autoridades, y tener en vilo al pueblo.
El bloqueo es, sin la menor duda, una de las peores formas del terrorismo porque atenta contra la vida y seguridad de las personas, impide la libre circulación de habitantes del país y de vehículos destinados al servicio público; destruye carreteras y lugares importantes de infraestructura; boicotea y destruye lo que, muchas veces, implica grandes inversiones y el sacrificio de muchos trabajadores. El bloqueo condena a la producción de alimentos y artículos de toda clase a la destrucción porque impide que lleguen a los mercados de consumo; en otras palabras, atenta contra la economía del país, anula sus exportaciones y posterga su desarrollo.
El bloqueo, como parte importante del terrorismo, es aliado -directo o indirecto- de la guerrilla, la corrupción, el contrabando, el narcotráfico y de toda acción que destruye valores materiales y obstruye la libertad de las personas. ¿Qué resultados daría un simple cálculo de los daños económicos ocasionados por el bloqueo y parálisis del trabajo y producción tan sólo de un día? ¿Y qué decir de más tiempo? ¿A cuánto llegarán las pérdidas de piñas, plátanos, cítricos, especies, palmito y otros productos que han sido bloqueados e impedido el paso de camiones a la Argentina cuando cocaleros y otros decidieron colocar enormes pedrones en el camino al Chapare y, además, proferir amenazas a los conductores y empresarios que llevaban su mercadería a un mercado que costó mucho conseguir? ¿Cuánto implicaría cuantificar las pérdidas que tan sólo en los últimos cinco años ha causado el bloqueo?