Como parte de ansiedades y anhelos políticos hay quienes quisieran que en Bolivia se produzca mínimamente algo parecido a lo que acontece en el Brasil al término de dos mandatos, con un registro de menos pobres y una mayor cantidad de personas insertas en una clase media que mejora sus condiciones de vida, sin dejar necesariamente sus tareas regulares en el sector rural.
Lo evidente es que las políticas económicas y sociales que impuso en su país, el ex dirigente sindical Lula Da Silva, permitieron que cerca de 20 millones de brasileños desde el 2003 cuando empezó la era de “cambio con Lula”, dejaran la pobreza y se incorporasen a las nuevas alternativas del empleo fijo, para las tareas obligadas que requiere la nueva estructura productiva del país que tiene el índice de mayor crecimiento en la región.
Para muchos habitantes de la mayor urbe sudamericana, los cambios iniciales de la política de Lula, mostraban sólo una buena intención de mejorar las condiciones de vida de millones de personas; sin embargo, en la medida que se profundizaron las medidas económicas sin dejar de lado las instancias de orden social, los resultados comenzaron a sentirse allí donde realmente era muy importante mostrar el cambio.
Creció el sector productivo, con una serie de incentivos a las inversiones, con reglas de juego muy claras en materia de regulación impositiva, con una justa aplicación de limitaciones en ciertos sectores y una abierta opción de beneficio directo en otros, lo que significó “balancear” la política de desarrollo con la estrictamente partidaria que fue minimizada totalmente y encomendada a no más de tres funcionarios de Estado. Entonces funcionó el aparato del cambio hacia objetivos precisos en la búsqueda del desarrollo global de un gran país.
Lula acuñó una frase que ahora la utiliza también la candidata de continuación de su política y es aquella que dice “nos gustan los pobres”, pero para hacerlos felices y menos pobres, lo que demuestra con una serie de acciones que se han convertido en paradigma de un gobierno de izquierda que manejó la parte dogmática de su línea con ejemplos muy claros de beneficio comunitarios, sin perder tiempo en “los domésticos” problemas de orden partidario.
No resultó una contradicción a la política de Lula, alinearse en la conducta de la globalización y el mercado abierto, manteniendo relaciones comerciales del más alto nivel con las potencias del mundo, recibiendo alicientes e incentivos y respondiendo con altura, sin dejar de lado sus recetas izquierdistas que también fueron aplicadas con la mayor sensatez, sin discriminaciones y sin una sola muestra de enfrentamiento o división entre los brasileños.
Brasil es la séptima economía a nivel mundial. Hay muchas razones para esa ubicación privilegiada en materia de avance en las políticas sociales, cuyo resultado es el desarrollo sostenible con más fuentes de empleo real y efectivo y con menos pobreza.
Proporcionalmente, si sólo rescatásemos una parte del ejemplo de gobernar de Lula, sin dejar de lado las tendencias “de una extrema izquierda” -sólo de orden teórico- seguramente se avanzaría en las dos condiciones esenciales para mejorar la situación de la población, es decir cualitativamente en la búsqueda de mejor modo de vida y cuantitativamente en la cantidad de más bolivianos felices. No será cuestión de imitación, pero puede ser una forma de franca emulación.
Fuente: LA PATRIA
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