Viernes 15 de octubre de 2010
ver hoy
Encontrándome en Chile, sentí muy de cerca la emoción que experimentaba toda la población de este país, al concretarse el rescate de los treinta y tres mineros atrapados a casi setecientos metros bajo tierra, durante más de dos meses. La verdad que no es lo mismo seguir toda esta aventura por televisión. Es diferente sentir en el ambiente, en las calles, en el metro, en el café de la esquina, las reacciones del chileno de a pié que buscaba la forma de saber, minuto a minuto, lo que sucedía en las faenas de rescate.
El sentimiento más fuerte fue, a no dudarlo, la solidaridad y la unidad en torno a esos treinta y tres trabajadores, de los cuales uno era boliviano. Vehículos que circulaban en las calles tenían treinta y dos banderitas chilenas y una boliviana en el techo del vehículo, Como diciendo, “no nos olvidamos de nadie, todos son hermanos y hacemos fuerza para que su rescate sea todo un éxito”. En medio de la desgracia, no faltaron las bromas que sirvieron para despejar el ambiente tenso que existía por momentos. Por ejemplo apareció un supuesto mensaje del fondo de la tierra que decía: “Estamos bien los 32, nos comimos al boliviano”; y nadie se molesto, ni se sintió discriminado; al contrario, era el reconocimiento a un trabajador extranjero entre los que sufrían un encierro accidental. A nadie amenazaron con seguirle un juicio como lo hubieran hecho algunos desubicados en nuestro país, con una ley como la que se aprobó en Bolivia contra el racismo y “cualquier tipo de discriminación”. Más profundo fue otro mensaje de un minero atrapado: “No somos 33, somos 34, Dios siempre nos acompaña”.