El sólo hecho de saber que estaban vivos los treinta y tres mineros en Chile, y entre ellos un compatriota boliviano Carlos Mamani Soliz, después del nefasto cinco de agosto, creemos que todo ser humano conocedor de la noticia en el mundo, se emocionó, como emocionados estamos ahora cuyo rescate es posible gracias al avance tecnológico y profesionales que demostraron en los hechos su capacidad y efectividad.
Y es digno de resaltar ese trabajo concreto de gente que ayuda a gente, a otro ser humano, de manera coordinada, lejos del mero discurso político que en lugar de unirnos nos separa, porque se ve que entre los técnicos también con un Plan “C” estuvo un profesional boliviano, mostrando que es posible ser idóneo y solidario lejos de las nacionalidades.
Más de dos meses a 700 metros de profundidad en la mina San José de Atacama recordaron no solamente a los familiares y amigos de los mineros atrapados en las entrañas de la tierra que en el momento de las desgracias, las penas o las alegrías, todos somos iguales, seres humanos al fin. Y esa sola idea debiera reafirmar los lazos de fraternidad universal mismos que fueron socavados por ideas distorsionadas de algunos misántropos o xenófobos.
En momentos tan especiales que la historia seguro registrará como singulares, no se puede menos que llorar por la emoción de ver que los mineros atrapados en el subsuelo chileno están vivos por la Providencia y volverán al seno de sus hogares, donde las esposas, hijos, hermanos y otros familiares sabrán aquilatar el valor de tener nuevamente entre ellos a un ser querido cuya vida no puede ni será jamás reemplazada como sería con un objeto que mejor o peor, se restituye, pero la vida, nunca.
Quienes nacimos y vivimos en un centro minero (en Bolivia), nuestra infancia y juventud hasta salir de allá a otras tierras en pos de lograr superación profesional o mejores condiciones de vida, sabemos lo que es esperar a un padre minero cada día, a que vuelva sano y salvo; y sabemos también lo que es quedar huérfano sin el amparo del progenitor que murió atrapado bajo el peso de una roca traicionera al interior de los oscuros socavones, porque luego la esposa será incorporada a la empresa para mantener a sus vástagos, por lo general numerosos, como lavandera o en servicios de limpieza en los hospitales u otra dependencia que sólo garantizará el sustento alimenticio y amparo material pero, el retorno a la vida del padre y esposo, nunca.
Y cuando no se daba el espacio laboral para la madre de familia, viuda; era el hermano mayor, en muchos casos un adolescente que asumía la herencia de ser minero para ayudar en la economía familiar, pero, alguien tenía que trabajar, en esas circunstancias... La sola idea, es muy dura y casi cruel, pero ciertas estas condiciones adversas en las que el hombre del subsuelo se desenvuelve…
Por esto y más no sólo se comprende sino se siente que este revivir después de una larga pesadilla de los valerosos mineros en Chile es digno de una alegría fraterna y admiración a esos hombres que buscando trabajar honradamente pese a sus años como el más veterano de 63 con silicosis e hipertensión o el mismo Luis Urzúa de 54 que en su condición de jefe de turno, cual capitán de navío, eligió salir al final, después de toda su gente, después de toda su tripulación... como en un naufragio donde se tuvo toda la carga de la enorme responsabilidad de los hombres a su mando...
Y junto al mundo que siguió de cerca los momentos más emocionantes de esta historia resta ahora desear salud y larga vida junto a su familia y amigos a los 33 valientes mineros en Chile y en ellos a todos los hombres del subsuelo que en diferentes lugares del orbe trabajan denodadamente pese a todo.
(*) Periodista
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