Se esperaba desde hace tiempo; al fin, ahora último, se hizo realidad: Mario Vargas Llosa ya ostenta el premio Nobel de Literatura. Es interesante anotar que de la generación protagonista del denominado “boom” latinoamericano, Vargas Llosa es el tercer nombre que se incorpora a la pléyade de escritores consagrados por ese lauro universal de las letras. Es un orgullo para la comunidad de habla hispana.
No hubo sorpresa ni arrebato emocional. Sólo una frase reveló su profunda satisfacción: “Perú soy yo”. De no preceder tan alta nombradía, podría parecer presunción o arrogancia; en realidad sólo fue una ofrenda íntima a su patria. Desde temprana edad estuvo fuera y, no obstante, casi la totalidad de su obra “expresa el país en el que he nacido, el país en el que he vivido las experiencias fundamentales que marcan a un ser humano, que son las de infancia y juventud, de manera que Perú soy yo”.
Hay coincidencias extrañas. Cuando esa madrugada se engalanaba de gloria el Perú, a esa misma hora empezó a regir para nosotros la ominosa ley que ha conculcado la libertad de expresión en Bolivia. Ese contraste de situaciones tan opuestas, que coloca frente a frente un ejemplo de la miseria moral y la exaltación de un gran valor, pocas veces suele darse en la historia. La Academia Sueca -sin intención específica- reivindicó en Vargas Llosa la libertad de pensamiento y de expresión, uno de los pilares básicos de la democracia.
Es una personalidad de varias facetas. Esta reseña se refiere a la que está más cerca a la realidad existencial de la vida, la que se prodiga en la defensa de los valores y principios universales; la que emerge desde la trinchera de combate; la del periodista inconforme de día a día. A ese Vargas Llosa, paladín de la libertad, nos aproximamos un poco.
Una profunda raíz espiritual alienta su talento creativo y su actitud crítica frente a la realidad que le circunda. Esa especie de savia vital varía de un escritor a otro. ¿Por qué escribe Vargas Llosa? Algo le impulsa y le sostiene. Si toda su novelística está atravesada por un referente entrañable como es el Perú, en el rol de luchador el elemento que marca su presencia es la rebeldía: “Siempre he creído que el escritor es fatalmente un rebelde y la literatura una suerte de insurrección permanente”.
Varios intelectuales de nota comparten similar actitud y pensamiento. Uno de ellos es el novelista brasileño Jorge Amado: “En épocas en las que la vida y la dignidad del hombre están en peligro de ser violadas, sometidas, el escritor debe alzar su voz y luchar si no quiere ser un canalla…” Canallas de esta especie hay en todas partes; en Bolivia también.
Desde Francia una voz oficial felicita y reconoce su “compromiso constante por la libertad y la democracia en América Latina y en el mundo” “Es gracias a escritores e intelectuales como Vargas Llosa -dice el ministro galo de Exteriores- que la oposición al totalitarismo pudo encontrar una voz fuerte y persuasiva”. Estas expresiones cobran hoy, en nuestro medio, cierto sentido de oportunidad y coherencia. El autor de “La tía Julia y el escribidor” nunca olvidó su infancia vivida en Cochabamba, ni perdió de vista el destino de Bolivia.
Antes de arribar a la cima más alta, cruzó por varias instancias significativas de reconocimiento. En ocasión de recibir el premio Irving Kristol en Washington, en marzo de 2005, el ex presidente español José María Aznar dijo del escritor peruano que “es un gran aliado y defensor de la libertad”. Ante más de un millar de invitados a la cena de celebración, añadió que Vargas Llosa “está comprometido en la lucha contra el totalitarismo, del signo que éste sea”
A diferencia del libro cuyo proceso de producción es más complejo, la hoja volandera de un periódico tiene otras características; es de más rápida movilidad y de mayor impacto comunicativo. Aunque por naturaleza sea algo efímero, es el arma formidable de los luchadores de la pluma. Famosos hay en la historia. Tras derrumbar a un tirano en su país (Ecuador), Juan Montalvo exclamó victorioso: “mi pluma lo mató”
En Vargas Llosa, junto al brillante novelista luce con luz propia el periodista combativo. Con profunda convicción valora el potencial riesgo que comporta el oficio de ejercerlo: “porque el periodismo garantiza la libertad, todas las dictaduras, de derecha y de izquierda, practican la censura y usan el chantaje, la intimidación y el soborno para controlar el flujo de la información”.
Para la concesión del premio parece gravitar de forma decisiva algún título entre la producción bibliográfica del autor, tal el caso de Hemingway con la novela “El viejo y el mar” o el de García Márquez con “Cien años de soledad”. En el de Vargas Llosa, el reconocimiento es a la obra y la trayectoria global; al denodado esfuerzo sostenido durante toda la vida; al original talento creador del artista; al periodista valiente y combativo; al ensayista magistral; en fin, al ciudadano sin fronteras, con una patria escrita a fuego en el corazón.
(*) Columnista independiente.
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