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Domingo 10 de octubre de 2010

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Revista Dominical

LA SAGRADA IMAGEN DE NUESTRA SEÑORA DEL SOCAVON

10 oct 2010

Fuente: LA PATRIA

La sagrada imagen de Nuestra Señora del Socavón fue pintada “en las últimas décadas del siglo XVI por un autor desconocido sobre un tapial”. El fresco fue restaurado por la Prof. Alda Bertoncello, artista de la Unesco en febrero de 1992, inaugurándose su nuevo altar el 31 de octubre de 1996 • Por: Germán Mazuelo-Leytón

En medio de las tinieblas brilló un rayo de esperanza.

“Sin duda, Nuestra Señora del Socavón es la más bella” de las pinturas de la Virgen de la Candelaria que se hicieron en su tiempo en el Altiplano boliviano, imagen “con la que los primeros evangelizadores anunciaron a Cristo en estas tierras”, y, “con el fin de reemplazar los numerosos cultos andinos arraigados en la zona”.

Venerada imagen que fue colocada ahí, y sostenida, por la fe del pueblo creyente -no sólo por los misioneros-, también por aquellos que trajeron la fe de sus mayores, los que trabajaban las minas obscuras, con tenebrosos socavones, moradas de fuerzas demoniacas, y que, como nadie necesitan de la luz,... por eso quién si no la Candelaria y no otra podría ser la Patrona de los mineros, la que porta la Luz. Una necesidad vital y de supervivencia mueve a cubrir una búsqueda existencial, trascendental y de sentido.

Si el Evangelio, encarnado en nuestros pueblos, nos reúne en una propia originalidad histórico cultural llamada América Latina, “esa identidad se simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de María” del Socavón.

¿Quién no ve aquí a María como imagen de la Iglesia?

El cuadro nos hace testigos oculares de que María empieza en la Presentación del Niño lo que la Iglesia hará continuamente hasta el final de los tiempos: ofrecer el Cuerpo y la Sangre de Cristo como un sacrificio agradable al Padre.

Mira María con ojos de dulzura y humildad. “Porque ha mirado la humillación de su esclava, todas las naciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48).

LA MADRE Y EL HIJO

La misión de María es la maternidad, su oficio es salvar, estaba destinada a ser primero Madre de Cristo, y, como parte del plan de Dios, Ella da a luz también a todos los redimidos. La Virgen nos muestra, o mejor dicho, nos da a Jesús.

La misión de María es que Cristo sea conocido, amado y servido, Él debe ser el fin último de todas nuestras devociones. La Luz está en medio de los hombres, ofreciéndosenos a cuantos quieran recibirla y optar por ella.

La presentación en el Templo, a la vez que expresa la dicha en la consagración y extasía al viejo Simeón, contiene también la profecía de que el Niño será “señal de contradicción” para Israel y de que una espada traspasará el alma de la Madre.

Asociada íntimamente al misterio de la cruz de su Hijo, la Madre de Jesús estará al pie de la cruz, momento supremo de la lucha, (Juan 19, 25), testimonio viviente de su fe, para aceptar la proclamación de su mediación materna y universal, y acompañar a la Iglesia naciente en sus primeros pasos al lado de la humanidad (Hechos 1, 1). María está asociada a Cristo en la cruz y en la gloria. Su fidelidad a toda prueba es modelo para el discípulo de Jesús, que marcha y debe continuar en seguimiento del Señor sin desfallecer.

Es la “Virgen oferente”, que lleva al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, con una voluntad de oblación que trascendía el significado ordinario del rito… ofrece por la reconciliación de todos nosotros la víctima santa, agradable a Dios” (cfr. Marialis cultus, 20).

EL NIÑO

El Niño Dios, está sostenido por su Madre, y Él, a su vez sostiene el globo terráqueo, en actitud de bendecir.

Jesús, hijo de María, es la “dulzura y la belleza en persona”. Cierta semejanza lo une a su Madre. La belleza de María atrae a Dios; y la belleza de Dios atrae al hombre. Hay una doble atracción, de Dios hacia el hombre y del hombre hacia Dios. La manifestación de la belleza de Dios es el rostro del Niño Jesús.

Cristo se convierte en rey del hombre sirviendo al hombre hasta derramar por él su propia sangre.

LA LUZ DE LA CANDELA

Sostiene María Santísima, una candela encendida, como queriendo ahuyentar toda oscuridad y sombra de muerte, toda idolatría. Quiere librarnos de la “tiniebla” de las angustias, calamidades, dolores -no excluido el pecado, la muerte, el infierno- a los que el hombre se ha expuesto y que ahora padece.

En efecto, es Madre de la Luz: Cristo el Señor, “Yo soy la Luz del mundo, el que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá luz y vida” (Jn 8, 12), y, como repitiendo la proclamación del anciano Simeón: Él es la “Luz para iluminar a todos los pueblos”.

Ella nos da y nos lleva a Jesús. ¿A quién debe el hombre esa actitud de adoración? Ciertamente no a los ídolos, María quiere que todo el mundo (que el Niño sostiene en su mano) lo reconozca como al único y verdadero Dios. Cuando el hombre no adora a Dios, lo reemplaza por ídolos a los que no deja de ofrecer el incienso de su secreta adoración.

Adorar a Dios, significa comprometerse a hacer desaparecer, según las propias posibilidades, las idolatrías e ideologías que se transforman en medios de opresión contra los hijos de Dios, cuando el hombre absolutiza y diviniza las obras de sus manos: el dios dinero, el dios poder, el dios sexo, el dios técnica...

ES LA MUJER VESTIDA DE SOL (Ap 12, 1. 4-5

La imagen de Nuestra Señora del Socavón de la Candelaria, es toda una catequesis, en ella encontramos sensibilizados, numerosos signos y expresiones de la tradición secular y religiosa.

Realidades creadas, como el sol, la luna, el cielo y las estrellas, símbolo de las deidades precolombinas, están ahora al servicio de la Madre del Redentor.

Es la “Mujer revestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”, a la cual el Demonio intenta arrebatarle el “hijo” que ella está para “dar a luz” y que debe “apacentar a todas las naciones con vara de hierro”.

Como en el Apocalipsis, como en Guadalupe, María del Socavón aparece vestida de sol, con una luna creciente bajo sus pies y su manto azul salpicado de estrellas.

La Virgen está rodeada por una tenue luminosidad. El sol que la viste, es la Santísima Trinidad. María aparece bañada con su luz deslumbrante, porque es la Hija del Padre, quien hizo que fuera concebida inmaculada, la Esposa del Espíritu Santo, y Madre de Jesús, el Hijo de Dios. Así resplandece “hermosa como la luna, refulgente como el sol, imponente como ejército en formación” (Cant 6, 10).

Está vestida de rojo que simboliza el fuego, la sangre y la realeza.

LA CORONAN LOS ÁNGELES

María, es la Mujer con la cual se abre la promesa en la Antigua Alianza (cf. Gn 3, 15) y con la cual cierra Simeón la antigua profecía (cf. Lc 2, 2535).

Como la Mujer del Apocalipsis, María del Socavón, lleva una corona, signo de su realeza, porque Ella es la Reina-Madre, su Hijo es el Rey de reyes (cf. IReyes 2, 19-20). Ninguna criatura quiere quedar fuera de su reinado, hasta los ángeles, que no son humanos, la tienen no como Madre, sino como Reina porque el privilegio de tenerla como Madre sólo nos ha sido dado a los humanos.

“El que se humille será ensalzado” dice Jesús y María se humilló hasta hacerse “esclava del Señor” (Lc 1, 38), y Jesús la ensalza a lo opuesto que es Reina.

María, ya para siempre en el reino de Dios ha conseguido la “corona de gloria” (1Pe 5, 4), la “corona incorruptible” (1Cor 9, 25) la “corona de la vida” (Sant 1, 12; Ap 2, 10).

(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total

Fuente: LA PATRIA
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