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Domingo 10 de octubre de 2010

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Cultural El Duende

Espere y espere la sonsa

10 oct 2010

Fuente: LA PATRIA

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No era que haiga siu sonsa la Susana u cosas así, sino que se le dio por esperar a que vuelva el tata de su hijo. Él le había dicho que se iba a la ciudá a buscarse la vida y media vez esté bien ubicau nun trabajo iba a venir pa llevársela a vivir como Dios manda.

Cuando se matrimonió con el Churana, así es el apodo de su marido, ella recién tenía quince añitos, pero ya se sentía mujercita como pa’tender un hombre y una casa, como pa desvelarse atendiendo a cuantos hijos le mande Dios. Mientras que las otras de la misma camada de la Susana seguían jugando con moñecas, ella ya escuchaba y entendía de silbidos. Todititos sabiabamos que le había llegau la madurez antes de nada y por eso andabamos ispiando su canchón por si acaso. Como las mujeres de mi tanda no eran tan así, nosotros nos propusimos a decirles cosas a estas imillitas porque’ran más resueltas.

Las primeras muestras que dio de ser mujer hecha y derecha jue a los doce años, cuando comenzaron a crecerle los limoncitos de su pecho y sus caderas se’nsancharon que dio un contento. Cambió su manera de ser, comenzaron a echar carne sus labios y sus ojos se llenaron de picardía. Nos dimos cuenta justamente por eso, por sus ojos saltones que nunca’staban quietos. Desde’sa vez toditos nos poniabamos a’sperar por los lugares por ande sabiabamos que iba a pasar.

Cuando aparecía, con esa su trasa de potranca y su bata percudida y sus cabellos crinosos sobre su cara, uno se quedaba tieso apoyau al arbol ande’stuvo’ras de horas esperando. Ella se pasaba y recién uno salía detrás de su huella, oliendo el rastro, y le daba’lcance más adelantito ande seguramente al intento se metía debajo de una guañuna a refrescarse’n la sombrita. Ai uno le decía:

–Susana, dejá tu olla de comida y vamos a echarnos a perder un rato… ¿ya?

–No, mi papá hai de’star esperando su almuerzo y tengo que llegar antes de que se’nfríe la comida.

–No seás así, va a ser solamente un ratito…

–Esperame aquí, tal vez a la vuelta…

Como ya’staba’l trato hecho no quedaba otra cosa que’sperar, y como qué, al poco rato aparecía’l galope, contenta de’ncontrarse con uno, tiraba su olla de alumnio nun lau del camino y de dejaba llevar hasta’nde’staba más tipiu el monte… Dispués se acomodaba su bata, se arreglaba sus cabellos y, como si no haiga pasau nada, se despedía de uno.

Dos u tres veces nomás probé de’lla, no me animé a ir más porque la ultima vez, su mama, doña Indalecia, casi nos pilla’n nuestros afanes y por eso no fui más. Más valía vivir soltero a ser casau a la juerza como pasó con el Churana.

Desde’l momento en que salió de la inglesia, ya casada, la Susana le’chó tres cruces a su pasau y le prometió al’lma de su agüelo Crecencio que iba a cambiar pa que’l Churana más adelante no le reproche una mala condujta y pa que no se sienta mal de haberla llevau vestida de blanco al altar, pero de’sa promesa él nunca supo y eso del vestido blanco jue su mayor martirio.

Cuando se’mborrachaba, era de lo primero que se acordaba y quería llorar de rabia: Toditas van de blanco al altar siendo u no trajinadas. Era lo que decía. Parece que se quejaba por no haber siu el primerizo de su mujer. Por eso jue que no le dio lugar a su corazón a pensar que podía’cer vida con la Susana y que todo podía’rreglarse con sólo querer arreglarlo.

El primer y unico hijo les nació al año y medio de casaus y le pusieron el nombre de un tiu de la Susana que murió en la guerra del Chaco. Cuando la wawa estaba por cumplir un año, ya’staba queriendo aprender a usar su lengua y Churana, pa evitar encariñarse con su hijo, comenzó a buscar cómo dejacerse de’llos. No podía olvidar lo del vestido blanco y las chismosas tampoco lo ayudaban, le refrescaban sus recuerdos cada que querían criar callos y perderse nel olvido esas espinas.

Ese año hubo sequía y el ganau casi se muere de hambre y séj, las cosechas se malograron y no había forma de que se arregle la situación; entonces, eso aprovechó el Churana pa decirle adiós a su pena. Alistó sus cosas y con lo poco de plata que tenía se fue a rodar el mundo, a buscarse la vida de lo que se pueda. A la pobre Susana le dijo que iba a volver en cuantito esté con trabajo seguro y con techo ande llevársela pa que no sufra. Ella se creyó el cuento y se quedó espere que te’spere. Esperó seis años a que se dé el milagro y el Churana nunca volvió, ni a terminar de conocer a su hijo.

Noticias d’él tampoco llegaron y se perdió como tragau por la tierra; parecía que iba a ser por siempre, pero el mundo es chico y todo algún día se sabe.

Los primeros meses ella salía’l encuentro de cuanta recua llegaba de la ciudá. La pobre se pasaba libre’l día columbrando el camino real y cuando veía señales de polvadera, su corazón comenzaba a galopiar y aguardaba’sta que la recua era visible y corría a ver si llegaba su palomo u si alguien le trayía noticias, pero nunca le llegaban novedades, siempre’ra que no lo habían visto por más que lo buscaban.

A los tres años de’sperar, comenzó a querer irse a Santa Cruz y en muchas ocasiones tuvimos que decirle cosas pa que no se vaya. Le charlabamos:

–No hai tardar en volver, esperalo nomás. anoche me soñé que llegaba y es seguro que llega. Tenís que aprender que’l corazón tiene que saber esperar, un año más y lo vas a tener nuevamente cumpliendo sus deberes, neso los hombres somos testarudos; mujeres de un solo’mbre no hay muchas, y si juimos primerizos, manquesea del infierno volvimos.

–El corazón no entiende de primerizos –nos contestaba–, por eso él nunca va a volver, de sobra lo sé.

Su mama tamén se daba modos pa convencerla de que no sea muy apurada y que siga’sperando.

–A tu papá yo lo esperé ¿a ver? dos años de reservista y tres en la guerra, cinco años en total. Si yo no haiga’sperau ese tiempo, otra sangre tuvieras porque has naciu dispués que él ha vuelto de combatir, y vos, ya te’stás muriendo por tres añitos que no aparece’l Manguara.

Ni así quería entender. Seguía con su tema de irse. Una enfermedá le vino por casualidá le hizo desistir por un tiempito y, cuando convaleció un poco, se acordó del viaje y se alistó de nuevo, pero media vez lo hizo, volvió a recayer su salú y se quedó en cama como unos cuatro meses.

Como no pudo recuperarse del todo, empezó a conformarse y a olvidar ese viaje.

–Dios no quiere que vayás –le dijimos–, por eso son esas recaidas cada que te animás a viajar…

Y parecía ser cierto, porque cuando se desanimó por completo, comenzó a recuperarse y de lo flaca que’staba’ntes, se la jue notando más echada en carnes y a recuperar su anterior forma de ser.

Al cumplirse los seis años redondos de que’l Churana se jue a Santa Cruz, una tarde, una recua trujo noticias del perdiu. Don Indalecio qu’era’l sabedor de la novedá, ni bien llegó al pueblo, se jue a su casa de la Susana pa’visarle.

–Hija, ti traigo las noticias que tanto has esperau, pero te prevengo que no son tan güenas.

–Avíseme nomás, quiero saberlo todo, si es vivo pa seguir esperándolo y si es muerto pa’cerle rezar una misa por su alma.

Dice que don Indalecio se sacó su sombrero y se rascó su cabeza mientras se animaba. Le dijo:

–Primero supe que andaba trabajando nuna lechería cerca del Pari. Fui a buscarlo, lo encontré y nos convidamos pa vernos esa noche nel tambo ande’staba mi recua. Llegó justo cuando se ponía’l sol y nos pusimos a conversar. Me contó que le habia ido mal, que nun principio no pudo encontrar trabajo estable y que ande’sta’ura gana cabal pa’l día, me ha contau que pasó jambre y jartas veces ha teniu deseus de venirse, pero no se ha dejau convencer por la necesidá; se ha quedau, más que por orgullo por otra que habia encontrau allá… Está casau y tiene tres hijos.

Paz Padilla Osinaga. Pampa Grande -

Santa Cruz, 1961. El cuento pertenece

a su libro “Nel umbral”

Fuente: LA PATRIA
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