Mayra Oyuela. Poeta hondureña. Tegucigalpa, 1982). Ha publicado: Escribiéndole una casa al barco (2006)
y Puertos de arribo (2009)
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Escribiéndole una
casa al barco
Esta casa vuela,
su altura conjura un papalote
que se distorsiona a la distancia.
Esta casa es un mar
y un barco también,
donde crispados, salimos
a contemplar
los delfines más blancos de la locura.
Esta casa tiene un color, un nombre,
su capitán Morgan lanza de sus anzuelos
aurelianos peces,
espectros que devoramos
en lo profundo de los desvelos.
Esta casa barco se desliza
por las olas de una Tegucigalpa oscura
mientras humanos veleros,
navegan lento
dentro de botellas.
Orillas
Era el pasado un tren sin rumbo,
llevaba por embestida
la pólvora que en los ojos de mi padre
apuntaba a su propia soledad.
“El hombre nace para contemplar:
la tierra, la cosecha, los hijos
y todas las mujeres iniciadas en ese arte llamado amor”.
Quizás, mi padre en su propio afán
rasgó la tierra, mordió la cosecha,
creyó que sus hijos eran un sueño
y amó a todas y cuantas carabelas
lo hicieron llegar a sus orillas.
Mi padre de manos resueltas como arena,
se dejó trepar por unas caderas imprevistas
que lo preservaron en sal,
pero la penumbra es blanca y negra
y se amarillenta con la soledad.
Mi madre guarda a escondidas de él una foto
donde aún emerge lo clandestino de su propia ética,
ambos, ausentes ya de efervescencia
andan los pasos tersos por tanto roce con las despedidas;
se ven,
a tientas parpadean un morse de amor náufrago,
pero hoy ya es martes y hace cuarenta años
que mi padre no ve el mar.
Prohibido olvidar
Después de cruzar ciertos agujeros
atravesé la nostalgia
como se atraviesa un suspiro
en medio de cualquier semáforo.
Mis zapatos tienen clavículas,
bocas que se atragantan de pasos.
Primigenia me apresuro,
por primera vez en los labios
del hombre que jamás besé.
La nostalgia está cocida a mano
como ese delantal que guarda en su ropero mi madre.
En silencio comienzo una oración
con la frase “prohibido olvidar”,
la noche es un telón que humedece
un abrazo más por ofrecer,
uno persuasivo de adioses que no son definitivos.
Concluyo:
que los besos son para los que aman
sin promesas ni esperanzas.
Pequeña historia de amor
Regreso a los días de calendario,
tránsito casi espiritual.
Me remueve ese ángel que lleva en sus angustias
cualquier mujer,
ando el vestido salpicado de impavidez.
El amor fue como una bisagra lista a abrirse
como mis ojos, como latidos.
Ya asaltada en esta razón
una mano invisible
se sumerge bajo mi pecho.
Sacudo el resto de espesor que dejó en mis labios
los besos de un pasado mordaz.
La amnistía no es para los pobres y mucho menos
para los que no han aprendido a olvidar.
Comienza abril y no pierdo mi tiempo en recordar,
el manto de capricornio embistió mis rótulas,
la historia quedó arrodillada
a la mitad de la puerta.
Ballena de sal
Una ballena de sal
apareció muerta
en la Plaza Central de Tegucigalpa.
Nadie sabe nada,
la expectativa a puerta cerrada
y el miedo, como una piedra torcida en la mano,
se abalanza sobre el crepitar de los pasos.
Rifles despuntando esperanzas,
palabras cuánticas midiendo injusticias.
Se ha levantado un triángulo de humo
sobre la plaza
y perfora a cuadros
el grito glacial de la multitud.
Una sustancia violenta ronda las esquinas,
hombres verduscos con bombas tragapalabras
llenan alforjas de desesperación,
cuento común para empezar el día.
Sólo seis heridos pronosticó el diario.
Nadie vio nada, nadie sabe nada,
y la ballena de sal
vuelta piedra,
por la impotencia de rostros
que siempre serán ajenos.
Residuosueño y viceversa
Me dejo caer
como pedazo de agua en el recipiente de la nostalgia,
sin que esto signifique acabar de morir
desciendo.
El recuerdo es el estigma de un puñal
que atraviesa mi puerta todas las noches,
cuando el blanquecino de los sueños
abre veredas en mí
y la magia de la tarde cae, como luz perpendicular,
en un almendro, sonrojándolo,
y entonces llueve sin que lo pueda evitar
sobre la niña del letrero publicitario de mis recuerdos
y en el blanco de las manos de mi madre.
Pero la tarde también trae consigo
residuos de ceniza
dejando mis labios con sabor a tumba,
y yo empaco los vestidos que jamás estrenaré
me desnudo al paisaje,
en un vuelo origami desciendo,
me dejo caer,
como pedazo de agua
recuerdo,
sin que esto signifique acabar de morir.
Fuente: LA PATRIA
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