Como se sabe, los países latinoamericanos tienen varios problemas comunes. La ideología es lo transitorio; la alternancia cíclica, el fenómeno más recurrente. Entre los actores del último tiempo, la reincidencia del populismo recuerda -por contraste- la época de los regímenes opuestos. Ahora parece que el péndulo ha empezado a moverse al otro lado.
Dados esos antecedentes, no fue sorpresa lo ocurrido en Ecuador. Ni siquiera el gesto desafiante y desesperado del presidente Correa. Supo éste asumir con rapidez la señal del momento y lanzarse en actitud de sacrificio personal. Un presidente en medio del tumulto belicoso, con máscara antigás en el rostro, en silla de ruedas y expuesto al inminente peligro, ni duda cabe: ¡fue algo espectacular!
Y también, claro está, el otro suceso de la solidaridad inmediata. Parecía que Unasur estaba prevenido con alerta temprana para actuar. El periplo vertiginoso hacia Buenos Aires no fue lo que menos llamó la atención. De no haberse rescatado pronto al mandatario cautivo, el grupo presidencial habría estado dispuesto a constituirse en Quito, por iniciativa del más aguerrido de sus miembros, que ya nomás quería romper lanzas con el “enemigo”.
No alcanzó a ser golpe de Estado, tampoco un golpe bajo de la derecha. Los golpes fueron de otra madera. De esos que en Bolivia hemos visto alguna vez: un turbión rencoroso que fermenta en la sombra y se descarga a tiros en la puerta misma del Palacio de Gobierno (febrero, 2003). En un escenario parecido, el presidente Correa hizo aprobar en el Congreso una ley que afectó la economía de las fuerzas de seguridad del Estado. Eso agitó las aguas premonitorias de la superficie.
Los damnificados reaccionaron con violencia. No es raro. Cuando el bolsillo es el blanco de la arremetida oficial -cualquiera sea el gobierno- la tormenta se desata en seguida. Y peor aún si, como en Bolivia, esos servidores son poco menos que el símbolo del paria preterido. Por lo visto, la capacidad de resistencia al maltrato no es ilimitada. La cúpula demuestra estar satisfecha; los de rango intermedio para abajo soportan la miseria.
El brote de la rebelión se produjo en un contexto conocido. He aquí algunas de las “piedras” que suenan al fondo de la corriente. Por falta de inversiones, la economía acusa una perspectiva preocupante. El nepotismo y la corrupción disputan espacios. Las libertades ciudadanas están restringidas; una “democracia” funcional a los designios del poder, sin partidos políticos. El autoritarismo despótico y otros abusos presionan la válvula social cada vez con mayor fuerza. Al decir del ex vicepresidente de la República, don Víctor Hugo Cárdenas, el estilo caudillista y el modelo de gestión vigente están en crisis.
Pero desde el balcón, los gobiernos populistas fingen ignorar la realidad que les circunda y buscan descargar la responsabilidad de sus acciones en un ente ideal y fantasmagórico llamado “Imperio”. Es el juego del cojo y el empedrado. Entre los socios que conforman el ALBA, circula la versión de que aquel es el verdadero autor de las desgracias. Aunque es posible que ni ellos mismos crean en aparecidos, se empeñan en hacer creer a otros que eso existe.
(*) Columnista independiente
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