Entre los muchos problemas actuales, los más desafiantes son la grave crisis social mundial, el cambio climático y la insostenibilidad del sistema-Tierra. La crisis social mundial deriva directamente del modo de producción que impera todavía en todo el mundo, el capitalista. Su dinámica lleva a una acumulación exacerbada de riqueza en pocas manos a costa de un espantoso pillaje de la naturaleza y del empobrecimiento de las grandes mayorías de los pueblos. Es creciente y los gritos agudos de los hambrientos y considerados “aceite quemado” no pueden ser silenciados. Este sistema debe ser denunciado como inhumano, cruel, sin piedad y hostil a la vida. Su tendencia suicida podrá llevar al sistema-vida a un callejón sin salida y hasta al exterminio de la especie humana.
El cambio climático se revela por eventos extremos: grandes fríos por un lado y prolongados veranos por otro. Estos cambios sintetizan un dato irreversible: la Tierra ha perdido su equilibrio y está buscando un punto de estabilidad, que se alcanzará subiendo la temperatura. Hasta dos grados centígrados de aumento, el sistema-Tierra todavía es administrable. Si no hacemos lo suficiente y el clima aumenta 4 grados centígrados (como advierten algunos centros de investigación serios), la vida tal como la conocemos ya no será posible. Habrá un paisaje siniestro: una Tierra devastada y cubierta de cadáveres.
Nunca la humanidad se había enfrentado a semejante encrucijada: o cambiar radicalmente o aceptar nuestra destrucción y la devastación de la diversidad de la vida. La Tierra continuará, con las bacterias, pero sin nosotros.
Hoy sabemos empíricamente que la Tierra es un súper organismo vivo que armoniza con sutileza e inteligencia todos los elementos necesarios para la vida a fin de producir o reproducir continuamente vidas y garantizar todo lo que ellas necesitan para subsistir.
Pero sucede que la excesiva explotación de sus recursos naturales, muchos renovables y otros no, ha impedido que ella consiga reproducirse y auto regularse con sus propios mecanismos internos. La humanidad consume actualmente un 30% más de lo que la Tierra puede reponer. Hay crecientes perdidas de suelos, de aire, de aguas, de bosques, de especies vivas y de la propia fertilidad humana. ¿Cuándo van a parar estas pérdidas? Y si no paran, ¿cuál será nuestro futuro?
Esto nos obliga a un cambio de paradigma civilizatorio. Un cambio de civilización implica fundamentalmente un nuevo comienzo, una nueva relación de sinergia y de mutua pertenencia entre la Tierra y la humanidad, la vivencia de valores ligados al capital espiritual como el cuidado, el respeto, la colaboración, la solidaridad, la compasión, la convivencia pacífica, y una apertura a las dimensiones trascendentes relacionadas con nuestro sentido último, nuestro y de todo el universo.
Sin una espiritualidad, sin una experiencia radical del Ser, no conseguiremos hacer una travesía feliz.
Vivimos tiempos urgentes. Las urgencias nos hacen pensar y los peligros nos obligan a crear arcas de Noé salvadoras. No nos conformamos con la actual situación de la Tierra. Pero aun así creemos que está a nuestro alcance construir un mundo del “vivir bien”, en armonía con todos los seres y con las energías de la naturaleza, principalmente en cooperación con todos los seres humanos y en profunda reverencia hacia la Madre Tierra.
(*) Filósofo y escritor
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