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Domingo 03 de octubre de 2010

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Revista Dominical

El lirismo telúrico en la obra juvenil de Ramiro Condarco Morales

03 oct 2010

Fuente: LA PATRIA

Por: Carlos Condarco Santillán - Antropólogo y escritor

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Ha transcurrido un año y dos meses, desde el día del óbito del ilustre intelectual Doctor Don Ramiro Condarco Morales, personalidad verdaderamente prócer de la cultura continental. A medida que el tiempo pasa, sus perfiles se destacan con mayor nitidez. Su pensamiento se analiza, se estudia; se reflexiona sobre él; y, en buenas cuentas, se comprende el genuino valor del legado que se le debe agradecer. Rico tesoro que nos dejara el polígrafo y humanista.

La multitud de disciplinas ejercitadas por una personalidad intelectual y su producción varia sobre ellas, nos permite apreciar al polígrafo. En cambio, el humanista, no solamente deberá ser juzgado como tal por la amplitud y diversidad de su saber; sino, también, y esto, acaso, sea más importante que lo anterior, por una determinada actitud ante la realidad y ante la vida. La vida en general y la suya en particular; por lo que procurará que ésta se constituya en un paradigma, en un bien logrado “proyecto de vida”.

La obra de Ramiro Condarco, en disciplinas como la Historia, la Antropología, la Antropogeografía, la Sociología, la Arqueología, la Biografía y otras; meritoria y numerosa, ha hecho que, en muchos casos, no se considerase su obra poética. Como homenaje a la memoria del insigne escritor, comentaremos algunas de sus composiciones líricas juveniles.

Tenemos conocimiento de que Ramiro Condarco Morales fue un aeda precoz. Sus primeras composiciones las escribió cuando tenía apenas trece años. Los resultados ulteriores, permiten suponer que, apenas salido de la infancia, y durante su temprana adolescencia, fue un ávido lector. Mientras buscaba, al mismo tiempo, el dominio de la lengua, con el propósito de forjar el instrumento de toda creación poética: el estilo.

El año 1946 --en el que se recibió como Bachiller en Humanidades del Colegio Nacional “Simón Bolívar”--, fue poeta laureado en los Juegos Florares convocados por el Oruro Royal Football Club, con el poema Canto al Oruro Royal, donde muestra un apreciable dominio del endecasílabo, que constituirá el metro preferido a lo largo de toda su producción poética.

La bien provista y selecta biblioteca familiar, permitió a Condarco leer a los grandes clásicos del Siglo de Oro Español, sin dejar de conocer a los románticos. Sin duda, su adolescencia culta y sensitiva, experimentó la seducción del verso eufónico y cincelado de los Modernistas, agrupados en torno a la mayestática figura del gran Rubén Darío, el canoro bulbul de Nicaragua. Entre la luminosa y fulminante pléyade modernista, que había alquitarado la quintaesencia de parnasianos y simbolistas, nos parece que los modelos mayores de nuestro poeta pueden ser encontrados en Franz Tamayo y Julio Herrera y Reissig.

En Ramiro Condarco Morales, habitó, indeclinablemente, un hombre de acción. Las circunstancias de la existencia, quizá, impidieron que se entregase a una vida de aventuras y riesgos. Se entusiasmaba y sus ojos fulguraban inquietos, cuando en la conversación se tocaban asuntos de expediciones y travesías. Recordaba una que realizó, muy joven, con los recursos pecuniarios que le proporcionó el premio poético ya mencionado, a la provincia de Ayopaya. Rememoraba con gran detalle otras travesías que hiciera en la provincia Loayza. En su niñez, pasó largas temporadas en haciendas familiares del altiplano de Oruro y las provincias ya señaladas.

Lo anteriormente referido, pudiera parecer impertinente en un trabajo que se propone, muy modestamente, por cierto, comentar brevemente unos pocos poemas del joven poeta, pero no es así. Ramiro Condarco, espíritu impresionable e inteligencia perspicua, fue lo que llamaríamos un “lector del paisaje”, un intérprete del entorno natural que conoció desde niño. La proyección de esta singular experiencia, se manifiesta en su lírica temprana y, también, lo que no debe asombrarnos, en su obra antropogeográfica El Escenario Andino y el Hombre (1971).

Nosotros nos ocuparemos, de manera más descriptiva que crítica, de la obra primicial de Ramiro Condarco Morales: el poemario Cantar del Trópico y la Pampa (Imprenta López, Bs. Aires, 1948, 100 pp.)

Cuando el poemario primigenio salió de las prensas, el poeta contaba con veintiún años. En la flor de la juventud se abría para Condarco un futuro literario absolutamente promisorio. Estaba empezando a cosechar los frutos ya casi totalmente en sazón, de la adolescencia estudiosa y tenaz, en la consecución de los ideales propuestos. Había sembrado hondo y fueron, ya, robustos los resultados.

Cantar del Trópico y la Pampa, se abre con el soneto “Río”, como presentación; el poemario, luego, se subdivide en una Primera Parte, integrada por siete sonetos y un “Poema del bosque”, en forma de silva, con predominio absoluto de endecasílabos y escasa presencia de heptasílabos.

La Segunda Parte, lleva como epígrafe: “Poemas de Amor, Gritos de Impaciencia y una Oración Final”. La componen once sonetos y siete cuartetos persas, a la manera de los “Rubáyat”. La “Oración Final”, que impresiona por su lírica emotividad y profunda reflexión, está escrita, casi totalmente, en romance heroico; esto es, en endecasílabos asonantados en los versos pares. Los heptasílabos son contadísimos.

En el poemario que describimos, se aprecia un fácil manejo de las formas clásicas tradicionales, de la versificación castellana; y de su metro más noble: el endecasílabo, que, maguer su origen italiano, tiene un prestigioso linaje ganado en nuestra poesía, desde los tiempos de Garcilaso y aún un poco más allá. Otra característica que se observa en las composiciones de Condarco, es la riqueza léxica y la elección de la palabra exacta --¿será este el fundamento esencial de toda poesía?--. Esa precisión y esta abundancia se manifestarán, en el futuro, en su obra íntegra. Al enunciar lo anterior tenemos presente la vastísima obra en prosa de nuestro polígrafo. Recordamos aquí el juicio del historiador orureño Juan Siles Guevara, quien, comentando la obra Zárate “El Temible” Willka, opinaba que algunos pasajes de la narración histórica acusaban un marcado acento poético. Se encontraba presente el poeta descriptivo de Cantar del Trópico y La Pampa.

En este primer poemario, sonetos descriptivos bien burilados, toma el poeta como materia de su poesía el paisaje de la montaña, la pampa, los yungas, el trópico y el mar. Por razones existenciales, por experiencia vital, mayor y más profunda, son más entrañables los motivos --no utilizo técnicamente el término-- de la pampa, del altiplano intérmino. Cuya contemplación ha dejado, casi en todos los casos, su impronta indeleble en los poetas orureños.

Detengamos nuestra atención en el soneto

La Pampa

Sobre el seno opulento de la rampa

detuvo su jornada el peregrino,

para beber el tinte purpurino

que, el alba rosa, sobre el campo estampa

En las montañas pálidas acampa

la lenta niebla de un color de vino;

en tanto pasa hilando el torbellino

los vellones de arena de la pampa.

Se embriaga el viento en su vibrante giro,

tropieza en los oteros y en suspiro,

de esos tiesos y míticos rocines,

Se trueca su riente algarabía;

en tanto desmayante y flojo lía,

con un chumpi de polvo los confines.

El soneto comienza mostrándonos la pampa, como escenario, donde, por supuesto, se encuentra el hombre: “detuvo su jornada el peregrino,/ para beber el tinte purpurino /que, el alba rosa, sobre el campo estampa”. Es la aurora, el hombre contempla (“bebe”), los matices cromáticos del “alba rosa”. Este recurso estilístico es una sinestesia.

En el segundo cuarteto, el paisaje va tomando vida, que se anuncia con la prosopopeya: “En las montañas pálidas acampa/ la lenta niebla de un color de vino…” Otra prosopopeya contribuye a la humanización del paisaje: “…pasa hilando el torbellino /los vellones de arena de la pampa”.

En los dos tercetos que completan este soneto, el torbellino se presenta ya como viento; en una gradación natural, primero ascendente y, después, descendente; se embriaga, tropieza en los oteros; finalmente, trueca su algarabía en suspiro y lía, con un chumpi de polvo, los confines.

El poeta nos ha mostrado el paisaje de la pampa poblado de presencias; no de presencias numinosas. No. De presencias telúricas humanas.

Otro soneto que deseamos comentar es

El Viento

El corcel de los vientos se desboca;

rompe la paz que el vesperal serena

y con galope, que la pampa atruena,

pisa los riscos de la enhiesta roca.

Al fuerte golpe de su planta loca

alza un penacho de la blanda arena;

su trote el bravo pajonal sofrena

cuando, punzante, sus ijares toca.

Gime entonces el viento malherido

y, en ademán de luchador vencido,

hacia las cumbres pálidas se aleja,

donde detiene su convulso paso

y su herida, de coágulos bermeja,

va tiñendo las nubes del ocaso.

Otra vez el viento, andariego y omnipresente en las dilatadas y altas planicies. Pero el viento asume la forma de un corcel desbocado, que, heridos sus ijares por el pajonal bravío, tiñe el ocaso con su sangre. Viva y enérgica descripción de los cruóricos e impresionantes crepúsculos altiplánicos. Donde el poblador suele leer presagios.

Ramiro Condarco Morales, vivió subyugado por el paisaje, que es la fisonomía de la tierra. Más que todo, lo hechizaba el paisaje andino: montaña y altiplano. Paisaje natal bienamado.

En esta identificación con el paisaje, que se proyectaba afectivamente con la humanización del mismo, nos parece encontrar en Condarco una suerte de culto a la Madre Tierra --a la Magna Mater--, a la Pachamama de las culturas agrarias, principalmente. Sentimiento profundamente afincado en la religiosidad andina. Leamos este fragmento de su poema Oración Final:

Cuando la tarde, con sus alas de Oro,

decapite las horas de la espera…

Cuando ruede en dos pétalos de rosa

una ojiva con fuego de tristezas;

y cuando caiga un día, un solo día,

como todos los días de la tierra,

Madre Naturaleza, haz que mis lágrimas

se truequen en nublados de tormenta,

para horadar mi cráneo con sus gotas

y convertirlo en nacarina tierra…

La oración del joven vate, concluye así:

Trino canoro o silbo de serpiente;

hazme, Naturaleza, lo que quieras.

Morir para renacer. Eterna palingenesia. Condarco, comprendía, como su alto maestro Don Franz Tamayo, el vínculo indisoluble entre tierra y hombre, lo que en latín se expresa: “Humus: Homo”.

Oruro, primavera del 2010

Fuente: LA PATRIA
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