No es el título de una novela policial, sino una más de las noticias que trae el comentario cotidiano en este país que desde hace unos meses decidió acelerar el odio hacia sí mismo y desbaratar todas la voces y actividades que otrora se consideraron sensatas.
Un grupo de personas, vecinos dicen, hombres, varias mujeres de pollera, cholas como se las nombra usualmente, con palos y piedras ha cercado un territorio donde habitaban casi todo el día un centenar de niños que ahí encontraban pan, cobijo, agua y – sobre todo- mucho amor. Hijos de otros hombres y de otras mujeres, también de pollera, también cholas pero más pobres, con menos contactos políticos, con menos poder.
Desde 1985 visitó orfelinatos, casas cuna, hogares para niños en diferentes lugares del país. Alguna vez escribí artículos que me hicieron ganar el Premio de UNICEF. Conocí tantas historias de vida que las lágrimas se secan ante tantos destinos y miserias. En la mayoría de los institutos estatales (dependientes normalmente de prefecturas) el esfuerzo de personas con buena voluntad no alcanza para cubrir tantas manitas que imploran la mamadera, la limpieza, un calor. Por ejemplo hicimos ese recorrido en Oruro con la esposa del entonces prefecto Silvia Börht y hace poco en Llallagua con la Hermana Sonia.
Donde encontré una respuesta más cercana a la utopía, aún con sus limitaciones, fue en las Aldeas SOS en varias ciudades del país. El método de madres sustitutas, pero sobre todo las casas de acogida permiten socorrer a niños que de otra forma estarían entre el barro y los orines de las calles, de los mercados, de las zonas de burdeles.
Hace solo un año pedí visitar a las Aldeas SOS en El Alto y sus diferentes programas en el intento de reunir material para un artículo que al final no escribí. Quedé asombrada por la guardería y la aplicación del método Montesorri. Juan Eduardo, periodista que entonces trabajaba en “La Prensa” me acompañó y juntos vimos el menú nutritivo e ingenioso para toda la semana, las salas de enseñanza, el jardín con guayabas y naranjas porque el arquitecto inteligente aprovechó el calor del altiplano encerrado en un solarium y en un pulcro patio. Parecía un sueño y reímos con los chiquilines, sus poemas, sus tarjetitas pintadas, sus cubos de colores.
Con verdadero horror contemplo la noticia del asalto a los predios de ese pequeño lugar que era algo que sí funcionaba. Ningún otro proyecto es suficiente para anularlo, sólo la más vil envidia.¿Qué dirá en su tumba María Montesori que sufrió cierres similares de sus jardines infantiles cuando llegaron los fascistas al poder en Italia?
Me asombra más el silencio, el silencio de la esposa del alcalde Patana, de la esposa del gobernador Cocarico, de las ministras mujeres, de la inteligente y carismática senadora Gabriela Montaño que también es madre, de los colectivos de mujeres que defienden el aborto pero no a los niños nacidos, de los católicos.
Tanto silencio que de pronto viene la idea de que soy yo la equivocada, la out de esta nueva época. De pronto este artículo es sólo una estupidez y debemos aplaudir y debemos imitar a esos ingeniosos vecinos que han logrado dejar singan, cobijo abrigo a 127 niños alteños.
Total, el próximo 12 de abril habrá festejos y fotos para celebrar el “Día del niño”.
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