El objetivo de conseguir la unidad de las comunidades que conforman un país, se ha hecho, en los últimos tres siglos, el anhelo mayor de los gobiernos del mundo; un fin que es básico para superar cualquier dificultad y que, además, permite aglutinar esfuerzos y voluntades en aras de objetivos comunes a todos.
Para nadie es un secreto en nuestro país que lo menos que se ha logrado desde la fundación de la República en 1825 es unidad, porque muy luego de la conformación del gobierno nacional han surgido las ambiciones, los intereses creados, las posiciones antagónicas y, por supuesto, la falta de conciencia de país en los grupos políticos y sociales. Los gobiernos – casi siempre divididos internamente – han buscado que esa unidad sea realidad que conjuncione voluntades y esfuerzos; pero, más pudieron las mezquindades y otros males que las sanas intenciones.
El Libertador Bolívar, en su mensaje a la Convención de Ocaña, el año 1828, ya experimentado por la falta de unidad en los países que había liberado del yugo español, dijo: “…Mirad que la anarquía destruye la libertad, y que la unidad conserva el orden”. Esta frase, aplicada a nuestra vida como país, se ha cumplido escrupulosamente porque la falta de unidad casi siempre destruyó todo proyecto de orden, de entendimiento, de coordinación, de encarar conjuntamente los problemas nacionales.
Se ha sostenido la necesidad de evitar situaciones de anarquía y, sin embargo, es uno de los males mayores que sufrimos porque se confunde democracia con anarquía y libertad con libertinaje porque nunca se toma conciencia cabal de lo que implican estos bienes para el bienestar de la República (República, ver art. 11 de la nueva Constitución).
Es preciso reconocer, además, que son las fuerzas político-partidistas las que, en su momento, han hecho abstracción de las frases sentenciosas del Libertador y han soslayado toda forma de unidad tan sólo por causa de los intereses partidarios o, en casos, por la posición asumida por sus caudillos y jefes, especialmente en tiempos llamados “revolucionarios”.
Hoy, vivimos dificultades de toda laya: nuestra economía está en crisis – pese a los altos precios del gas y minerales, y que implican altos ingresos de divisas – pero, adoleciendo la falta de inversiones de capitales y tecnología que podrían generar riqueza y ser fuentes de empleo. Problemas en el campo social y político, sea por la anarquía reinante en los grupos sociales o por la ausencia de liderazgo en grupos políticos que, generalmente, están en retirada.
Para el gobierno, lamentablemente parece que el principio de unidad para superar la pobreza y el subdesarrollo, no cuenta; sensible, porque es él quien debería promover este factor como medio para vencer los males que se sufren. No entender que sin unidad todo proyecto fracasará y que son el reinado de la anarquía – marchas, manifestaciones, protestas, boicots a la producción, bloqueos de toda clase, huelgas, amenazas y ultimatums – los que dificultan cualquier plan para conseguir la unidad en concordia y armonía entre todos.
Y es, en definitiva, el gobierno, su entorno y su partido, los que deberían buscar la unidad pero en base al diálogo y la concertación partiendo del principio de que todos los bolivianos somos hijos de la misma patria pero sin racismos, ni mezquindades ni odios que son factores destructivos de toda unidad.
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