Lunes 27 de septiembre de 2010
ver hoy
Elevar los ojos al cielo por encima de nuestras limitaciones, que, ciertamente, son muchas. Estar atentos a la voluntad divina y a los mandamientos, a pesar de nuestros defectos. Y acudir una y otra vez a la misericordia de Dios por dejarnos arrastrar por nuestras debilidades.
Es el tema de siempre: ni siquiera termina nuestra plegaria y ya nos sumimos en el mundo, como nos enseña hoy el calendario litúrgico al recordar la debilidad de David ante la bella Betsabé: una y otra tentación hasta la falta más gravísima que se pueda imaginar.
Es en estos pasajes, en estos espacios de nuestra propia vida, que la enseñanza de Jesús nos eleva al cielo: el amor de Dios está por encima de nuestras limitaciones humanas: la promesa de transformar nuestro corazón es hermosa cuando le prestamos atención y nos dejamos llevar por el agua viva del Espíritu:
-“El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. El duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.
Fuente: LA PATRIA