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Domingo 26 de septiembre de 2010

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Cultural El Duende

Sólo el amor: Homenaje a José Saramago

26 sep 2010

Fuente: LA PATRIA

La filosofía que orientó y alimentó la vida del escritor portugués, premio Nóbel de 1.998, José Saramago, fue sin duda “El Amor”. Pareceríamos leer en todas sus obras aquel pensamiento: “Sólo el amor salva”. Así lo confirma la escritora cochabambina Rosario Quiroga de Urquieta

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Sin embargo de tener, como él decía (hace más de 10 años): buena salud, familia, una mujer que lo quiere, una casa frente al mar, una hija, dos nietas, dos perros y dinero que ganó con su trabajo literario, no era feliz porque miraba a su alrededor y veía que lo realmente obsceno no era la pornografía, sino el morir de hambre. El decía que vivíamos como si no ocurriera nada, mientras el mundo a nuestros ojos es un desastre. Por eso sostenemos que su máxima preocupación, aquella que nutrieron y motivaron sus temáticas literarias, fueron las historias de la pobreza en todas sus dimensiones y significados.

Él decidió y eligió, como objetivo de su compromiso literario, ser la voz que transmita o denuncie toda aquella realidad que envuelve al mundo en su indiferencia y falta de solidaridad con el otro, con el semejante que también respira y aspira como cualquier mortal sobre la tierra. De ahí que, Saramago, ya sea cuando hablaba o cuando escribía, ponía el dedo en la llaga. Tocaba la mente y el corazón. Su mensaje se instalaba allí donde duele la verdad.

Saramago sentía temor, angustia y desconfianza ante la indiferencia, apatía, frialdad, falta de sueños y utopías del habitante de esta civilización que ya está en un nuevo siglo.

Entre las muchas obras que escribió José Saramago, hemos elegido Ensayo sobre la ceguera, porque pensamos que a partir de su alegoría desarrolla ampliamente los objetivos de su motivación literaria.

La técnica y la estructura en la que está escrita la obra, justifican la exigencia de veracidad narrativa que es regla de la ficción literaria. Evidente. La experiencia, los hechos, las acciones y las vivencias humanas son la armadura de una ficción que sale de la realidad.

La obra que nos ocupa es una novela enmarcada dentro una ideología vital que se explicita en una meditación clara y meridiana sobre la peligrosa transformación de los valores; sobre la carrera vertiginosa, a ciegas, que emprenden el hombre y la mujer de este tiempo, cuya ceguera asombra y desconcierta.

En la fábula que desarrolla la novela, los hechos y las acciones que vivieron las/los protagonistas –antes de la ceguera y que viven después de la ceguera–, delinean el perfil de los elementos de la curva degeneradora que tiene su centro en la visión perdida, en la realidad lejana ya.

En esa pérdida de la visión, la memoria (que te salva o te hunde) es la interlocutora. Cuando se empieza a tener conciencia de la pérdida de la visión en el tiempo y en espacio, los recuerdos emergen densos, dolorosos; posteriormente se filtran analíticos en su percepción y conducta. En cada persona cada palabra, cada suceso que entra a ocupar la memoria afectiva, lleva la luz de lo que no se ha olvidado; conserva el calor con el que fue vivido en el laberinto del mundo exterior.

José Saramago en Ensayo sobre la ceguera presenta, por un lado, el proceso de aceptación, acostumbramiento y destreza que implica el aprendizaje para una vida con ceguera, para la vida del tanteo y la intuición por otro, es la representación, la imagen de un mundo caótico de atmósfera áspera con hedores que flotan gruesos y penetrantes con súbitas corrientes nauseabundas.

El manicomio es un espacio infrahumano, un lugar dantesco al que por orden de la Comisión de Logística y Seguridad del Estado son trasladados los infectados por el brote de ceguera fulminante que ataca a una ciudad, y donde los ciegos, después del doloroso descubrimiento, el tanteo del espacio que les rodea, terminan por ser asimilados convirtiéndose en seres flotantes que vagan indagando ideas y sentimientos nuevos no sin sentir temor y recelo hasta que terminan por aceptar el tiempo de esta otra realidad en la que se invierte el orden de las cosas, al punto que un símbolo que casi siempre fue de muerte, sea ahora una salvadora señal de vida. Ambos sentidos adquieren en la novela una dimensión de voz, una llamada de atención, una advertencia.

A los ciegos (frágiles, los antes fuertes; más frágiles los débiles) les cuesta prescindir, con naturalidad, de la visión del mundo en el que desarrollaban su cotidiano vivir. Entonces, sin más alternativa, emprenden el difícil aprendizaje de aceptar y hacerla suya aquella mancha blanca de la ceguera y lograr convertirla en cómplice de sus sentimientos, pensamientos y eco del tanteo de sus pasos.

El albergue - manicomio es como un útero que gesta y da a luz, que alimenta, da forma y configura las más diversas personalidades, y que están nutridas de desprecio, odio, venganza, furia, insomnio, espanto, humillación, impotencia y desolación. En este caldo de cultivo en que se convierte el albergue (a medida que se va saturando de ciegos, por selección natural), se produce la separación en dos mundos, en dos grupos de seres humanos, en dos categorías; lo bueno y lo malo, lo racional y lo irracional, los poderosos y los humildes, los que dictan normas y los que obedecen.

Los personajes –ciegos, hambrientos, cubiertos de porquería hasta las orejas, devorados por los piojos y las pulgas, sin muestras de la mínima voluntad de superar ese estado–, son el símbolo de la abyección. Los significados de envilecimiento, frecuentes en la novela, originan las tensiones de los estados de ánimo que van, desde la rabia o la nostalgia por la luz perdida y la vida digna, negada; hasta esa esperanza de aprisionar por un momento la paz que dignifica la existencia sin importar los medios y los métodos.

Sólo el Amor

Un día cuando comprendamos que nada bueno y útil podemos hacer por el mundo, deberíamos tener el valor de salir simplemente de la vida, dice el único personaje que no pierde la vista.

En este mundo que no es virgen (el tiempo y el espacio han trajinado en ella, han escrito y reescrito los instantes vividos con alegría, desconsuelo, esperanza o amargura, una veces con luz propia y otras veces alumbrados por una rara claridad) y donde los personajes viven en medio del asecho de la muerte, se insinúa que para salir de ese trance y salvarlo de la decadencia tendría que surgir la semilla de una mejor naturaleza humana alimentada de amor, de solidaridad, de justicia, de solidaridad con el destino del otro. Aquí es clara la intención de Saramago en afirmar que la parte espiritual del hombre será la energía que sostenga un mundo de respeto y dignidad.

No es por el aspecto de la cara ni por la destreza del cuerpo por lo que se conoce la fuerza del corazón, afirma uno de los personajes.

Desde el momento en que la esposa del médico finge estar ciega (es la única que no pierde la vista, sino al final de la novela) para no abandonar a su marido y poder ir con él (junto con los otros ciegos) al albergue, se proclama el amor como la única forma de reivindicación del hombre. Ya en el albergue ella se convierte en los ojos de los otros, en conciencia y testimonio. Es un acto de solidaridad. Es un acto de amor.

Por la misma naturaleza del hombre, mitad ángel mitad diablo, el albergue es un microcosmos que se divide en el mundo de los poderosos y el de los débiles, las víctimas y los victimadotes. El pan nuestro de cada día es la causa y el efecto de la sobrevivencia, también el germen para sembrar en la mente actos de humillación y barbarie. Un ejemplo ilustrativo es el pasaje de la violación de las mujeres por parte de los que tienen el poder - alimento, leamos:

Las iban llevando a las camas, las desnudaban a tirones, enseguida se oyeron los llantos acostumbrados, las súplicas, las voces implorantes, pero las respuestas, cuando las había, no variaban. Si quieres comer, tienes que abrir las piernas. (p. 193). Aquí surge la necesidad de luchar por la dignidad y el respeto a la mujer, el respeto a su sexo. La esposa del médico, en un acto de valentía y heroicidad, mata, mata a puñaladas al jefe de los malvados. Luego ella se interroga: ¿Y cuándo es necesario matar? Y a sí misma se responde: Cuando está muerto lo que aún está vivo. (p. 197). Cierto.

El amor es la fuerza salvadora ante la realidad dramática, ante el dolor por las ilusiones rotas y el destino de aniquilación del hombre y de las cosas.

El amor que percibimos a través de las acciones y decisiones que emprenden los personajes no es ingenuo, por el contrario, es un amor compatible con la sabiduría porque siempre está presente, es a la vez virtud, fuerza y generosidad. Amor victorioso que sobrevive en medio de la destrucción del hombre, aunque salga de un corazón cuya fe tambaleó.

Para José Saramago sólo el amor salva y reivindica.

Fuente: LA PATRIA
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