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Domingo 26 de septiembre de 2010

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Cultural El Duende

Desde mi rincón:

¿Por qué adoración a la lectura?

26 sep 2010

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

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No hace muchos días, la máxima representante oficial en materia cultural ha cantado un ditirambo a los efectos ‘milagrosos’ de la lectura; más en concreto: pontificó sobre las capacidades democratizadoras y ‘descolonizadoras’ de los libros. Lo hizo en la inauguración de una feria del libro; y en ella parece que no pudo abstenerse de proclamar el fin de la era histórica en que sólo los señores pudientes eran capaces de tener un libro; tampoco de anunciar la llegada del ‘cambio’, que en estas lides significa la abolición del analfabetismo (gracias a los cubanos, por si acaso), “para que todos sepan leer y puedan conocer mejor la vida” (Cambio, 19.8.10).

Cuando te desayunas con este tipo de declaraciones, caes en una mezcla de indignación y depresión: indignación, por las mentiras solapadas; depresión, por el poder insuperable de las mentiras que difunde el poder. Dicho en pocas palabras: estamos ante un caso más de las estafas que se echan a volar. Veamos por qué.

Y empecemos por arriba. Tomadas en su tenor literal, declaraciones como las de la señora ministra deberían suscitar automáticamente una reacción de incredulidad. Son, sencillamente, demasiado lindas para ser verdaderas. Luego ¿un cuento de hadas? Peor que esto. Una forma perversa de engañar a quien caiga en la ingenuidad de interpretar esas tesis como si fueran verdades tangibles. Como si hubiesen sido dichas con la honestidad de los honestos. Ya veremos que hay buenas razones para dudar de ello; peor todavía: para tener que oponerles la más rotunda incredulidad.

Si hemos de empezar por lo más general, habrá que recordar a nuestra autoridad cultural que no hay una sola creación del hombre (y si hace falta, para las feministas añadiré: y de la mujer) que posea únicamente propiedades positivas y que, por tanto, esté absolutamente desprovista de propiedades negativas. Es su marca de fábrica: la ambigüedad, la ambivalencia, la sospecha. Por supuesto, que también la lectura y lo que la hace posible: el texto (sea manuscrito, impreso o virtual). Hablar de ‘marca de fábrica’ equivale, en este caso, a su origen creador. No sólo que el acceso a la lectura no ofrece ninguna garantía de algo tan monstruosamente complejo como ‘conocer mejor la vida’, sino que disponemos de innumerables casos reales de lo contrario.

Porque es contrario a aquellas desmesuradas promesas cuanto anda circulando a la búsqueda (o por lo menos, en espera) de su incauto lector. Cuanto ofrece, difunde y pretende inculcar falsedades, errores, manipulaciones, deformaciones, restricciones de cualquier área sobre la que se pueda hablar y escribir. Porque supongo, para poner un ejemplo cómodo, que el Mein Kampf de Adolf Hitler también forma parte de lo que la Humanidad ha producido y difundido por escrito y en letra de molde. También los que el MAS y sus monaguillos consideran materiales escritos e impresos para defender el ‘imperialismo’, el ‘colonialismo’, la ‘discriminación’, la ‘oposición al cambio’, la ‘falsificación de la historia’, etc., etc. ¿O acaso deben quedar excluidos del alcance lector de los flamantes alfabetizados? Si así fuera, querría decir que el gobierno quiere alfabetizar para ejercer la censura sobre las lecturas de sus flamantes lectores; es decir, lectores cautivos.

O sea, que la oferta de lectura no constituye un paraíso inmaculado y garante de transcendentales descubrimientos, sino un campo minado que puede explotar a cada paso. Sólo que la definición de la ubicación de los peligros y sus antídotos es objeto de discusión; peor todavía: de una insuperada y, al parecer insuperable, discrepancia. Estamos en guerra, desde Adán y Eva. Cada quien ha identificado un enemigo, que lo es porque se esfuerza por difundir la ‘mala hierba’, la droga que impide descubrir la verdad. ¿La verdad? En teoría, todo el mundo parece haber renunciado a un ‘arma’ tan ambiciosa y letal; en los hechos, cada quien trabaja con la suya propia y gasta millonadas en contrarrestar los efectos de la del opositor. A lo que hace muchos siglos se ha renunciado es a creer que el enemigo descubra ‘mi’ verdad, se convierta a ella y se una a mis filas (esto pasa por ser una ingenua fe en la capacidad unificante de la ‘verdad’); lo actual, lo ‘moderno’, lo que funciona es el objetivo de aniquilar a los representantes de la verdad ajena. Aniquilar, aquí, puede significar acallar o hacer desaparecer de la feria de ofertas. Es decir, que mi ‘verdad’ sea la única en oferta y al alcance del lector.

Verdades, éstas, que resultan menos ‘positivas’ que las de la ministra; pero que son harto más verdaderas. Lo que calló la autoridad es que trata de llegar –sin decirlo– a una situación en que a los alfabetizados y lectores (de vieja o nueva fecha) sólo se les ofrezca el ‘buen’ material; es decir: al que favorece, apoya, promueve la ‘buena doctrina’ (ésta debe entenderse como ‘mi doctrina’, lo que es casi, o sin casi, una tautología: ya va supuesto que una doctrina que es ‘mía’, automáticamente ha de ser ‘buena’). Y estos ‘buenos’ de la película, ¿cómo tienen previsto alcanzar tal situación paradisíaca? No veo otra fórmula que la ya conocida: controlar y, a fin de cuentas, suprimir a los ‘rebeldes’, ‘desorientados / desorientadores’, ‘vendidos al imperio’, ‘traidores’, ‘corruptos’, ‘incorregibles’, empeñados en defender, propagar y persuadir con sus ‘malas’ verdades propias. Para desbancar al enemigo, los manuales al uso ofrecen una larga lista de recursos y métodos: desde los violentos (son conocidas las bombas incendiarias lanzadas contra ciertas librerías que ofrecen materiales ‘indeseables’) hasta los ‘blandos’ (por ejemplo, inventar procesos fiscales; promulgar decretos de censura previa del material que puedan vender; encarcelar a sus dueños por ‘corrupción de menores’; llevarlos a un establecimiento psiquiátrico, en vista de su testarudez). Claro, antes de atacar las librerías se suele atacar a las editoriales, de donde suelen proceder las obras cuestionadas. Y por este camino se llega a las ediciones ‘clandestinas’, que las circunstancias pueden obligar a tener que hacerse en máquinas de escribir y papel carbónico, en tirajes de un par de docenas de ejemplares, que circularán solamente de mano en mano entre los minúsculos reductos de los ‘irreductibles’. Así acabaron las sociedades ‘comunistas’ de la Europa oriental, con sus samizdat; y así se entiende que en ellas las máquinas de escribir necesitaran registrarse en la repartición del caso de la burocracia represiva.

Si el cielo radiante que la ministra ofrecía a los ciudadanos de un estado que dizque ha dejado atrás las discriminaciones contra sus ciudadanos, en los hechos nos permite anticipar un futuro menos brillante y menos ‘luminoso’, ¿por qué debería sorprendernos? Y aquí nos encontramos con una vieja verdad, que no pueden aceptar ni los partidarios de la ‘libertad total’ ni los practicantes del (deseo del) ‘control total’: la naturaleza ambigua del bien que estamos discutiendo, la libertad. Porque tan atacable o utópica es la negación de ella como su disfrute ilimitado. La primera ahoga el espíritu; la segunda, lo destruye. Es decir, que los resultados finales son bastante parecidos.

El paradigma actual del mundo ‘desarrollado’ defiende teóricamente la abolición de cualquier limitación de la libertad; en la práctica, miles y miles de veces hace lo contrario; es decir, que vive instalado en la más pura esquizofrenia. Y, al margen de ello, quedan algunos resabios ‘revolucionarios’ que, aunque también prometen la verdadera ‘liberación’, para llegar dizque a ella, han de masacrar cuantas libertades sustenten la oposición a tan luminosa meta. Lo único que varía son las razones para limitar la libertad, porque el resultado final es el mismo: libertad ¿para qué?

Pero, sea esto así o no, lo más preocupante es la negación de la cuestión subyacente: ¿debe / puede gozar el hombre de una libertad ilimitada? ‘Postmodernos’ y ‘revolucionarios’ lo niegan por razones pragmáticas: los primeros porque consideran nociva la noción de ‘verdad’; los segundos, porque les dificultan el camino a la meta que ellos se han propuesto. Y así anda el mundo…

Por favor, dejen de creer en los cuentos de hadas, particularmente cuando quienes los cuentan son (aparentes) abuelitas / lobos (reales)…

Fuente: LA PATRIA
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