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Jueves 23 de septiembre de 2010

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Ecológico Kiswara

Cómo desmitificar al Salto del Ángel

23 sep 2010

Fuente: Caracas, (PL)

Por: Antonio Paneque Brizuela - Prensa Latina

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Para desentrañar el hado de leyenda de la catarata más alta del mundo solo hay una solución: ir a donde nace.

Para ello hay que escalar el Tepuy, como llaman en Venezuela a una formación rocosa muy grande y elevada, aislada, de pendiente vertical y cima plana, propia del macizo guyanés...

Esas corrientes azules que en los filmes dibujan sobre el verde selvático caprichosos bordados con hilos de cataratas, deltas y meandros, dejan en nuestra memoria imaginativa una suerte de mística del deseo... Un cristalino anhelo de lo imposible...

Sus figuras geométricas trazadas por mano caprichosa, la de ese artista inconsciente y a la vez lógico que es la naturaleza, se nos tornan lejanas no solo por la distancia física, sino también por la sicológica, pues nada nos puede explicar bien lo que no vivimos.

Eso tal vez le ocurra a muchos frente a este chorro temible, el Kerepacupai Vená, el Salto Ángel, del estado venezolano de Bolívar, tantas veces visto desde la distancia y la timidez de fotos y documentales que nos lo muestran como el dios que es.

Deidad suprema que reina dentro de este Patrimonio Natural de la Humanidad que es el Parque Nacional Canaima, adorada por los indígenas pemones, por venezolanos y latinoamericanos, a los demás terrícolas nos queda solo la única alternativa de reverenciarlo.

Pero ahora que estamos cerca de él, que lo tocamos, nos bañamos en sus aguas y le tomamos fotos desde ángulos tal vez poco o nada explorados, lo vemos como doblegado, como reducido a la obediencia, solo por el hecho de no estar viéndolo por televisión.

Así de inalcanzable se ha tornado para muchos durante años esa joya orográfica, tan famosa o conocida como inescrutable y cara, esto último si medimos el precio total del viaje hasta un recóndito paraje donde apenas llega la señal telefónica.

Esta maravilla natural enclavada, en pleno corazón de Suramérica, estuvo tan lejos de la "civilización" de otros tiempos que todavía nos parece mentira que el norteamericano James (Jimmy) Ángel la haya "descubierto" y hecha pública en 1937.

Estamos ahora subiendo 12 kilómetros de pendiente, tras navegar 70 kilómetros durante cuatro horas entre el campamento Karakaupa, y la base del gran salto, primero por el río Karrao (devorador, en lengua pemón), y luego por el Chorún (trueno).

Una especie de fango perpetuo obstaculiza la subida del grupo de periodistas de siete naciones invitados por el Gobierno Venezolano, junto a lajas de piedra e increíbles raíces que no debieran ser tantas, y ya nos creemos arriba, cuando alguien pregunta.

- ¿Faltará mucho para la cima?

- No. Solo tres kilómetros y 222 metros -contesta tal vez demasiado rápido el indiecito que viene de guía. Es Mumba, de los pemones kamarakoto, habitantes autóctonos que integran una comunidad de dos mil personas dentro del Parque.

El que preguntó ríe la "broma" y otro elogia la factura del "chiste", hasta que todos descubren en las manos de Mumba, protegido habilidosamente de la pertinaz lluvia por hojas de árboles, un equipo de control de GPS. "Así es que broma, ¿eh?".

Es el mismo nativo vestido con un taparrabos que nos protegió con un paraguas del aguacero cuando bajamos del avión y nos recibió junto a varios de sus coterráneos pemones, etnia predominante en el Parque y que también está integrada por los grupos arekuna y taurepán.

La lengua pemón, de la familia lingüística Caribe, da nombre a los mencionados accidentes geográficos y a otros como el de "tupay", cada una de las abundantes y raras montañas cuadradas, tabulares, de planas mesetas, que rodean esta cuenca.

Aquí se encuentran, por cierto, las rocas más antiguas de la geocronología planetaria. Pertenecen al período precámbrico, que existió hace entre mil 500 a dos mil millones de años.

Apenas nos hemos dado cuenta, pero, entre esas precisiones aportadas por indígenas devenidos geólogos, antropólogos e historiadores, hemos llegado a un punto en lo alto del macizo del Audán Tupú. Más de 30 cámaras fotográficas disparan casi al mismo tiempo.

Aquí se concentran las misteriosas aguas que "suben" en lugar de "bajar", de acuerdo con la lógica de cada cual.

Unos cuantos metros más de montaña son vencidos entre una mezcla de susto, agotamiento y curiosidad.

Y estamos ya entre las aguas de la majestuosa catarata, bañándonos en una fría poceta bajo un chorro que golpea sobre una suerte de "escalón" del tepuy, aún algo lejos, pero casi en la cima.

Tiritando y casi muertos de cansancio, meditamos que el salto Ángel seguirá siendo, de todos modos, el más alto del mundo.

Su mística continuará todavía embriagando a muchos y será siempre un buen y muy respetado consejero para millones y millones de seres.

Pero nosotros, los que ya lo escalamos, a partir de ahora no lo veremos como un dios misterioso y distante, sino como un viejo amigo con el que este día compartimos el agua del cielo y mitigamos toda la sed del mundo...

Fuente: Caracas, (PL)
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