Los hechos ratifican reveladoramente que el organizar, y provocar, la falta de movimiento de la economía vía bloqueo ha llegado a su límite perverso. Gran parte de la población se encuentra hastiada con sucesos que cualquier hijo o hija de vecino utiliza para defender supuestamente sus intereses perjudicando al “otro” u “otra”. El estorbar al ciudadano en su función básica de generar movimiento de bienes y trabajo no es poca cosa, afecta al país sustancialmente y al equilibrio psíquico de los ciudadanos.
Lo que se nota claramente es que subsisten intereses cavernarios que frustran la posibilidad de construir la Nación mestiza. Y no es solamente el MAS el que ha acelerado el decurso de hechos detestables, ya existía la carne de esos conflictos minimizados antes. Solamente, el actual movimiento en función de gobierno los ha fomentado a partir de su “dejar vivir, dejar hacer”, recurriendo a una peligrosa política de disgregación nacional.
El MAS, debería entender que este tipo de situaciones le perjudica en su propio, y no tan auténtico, proyecto de construcción nacional. Toda división jala para el molino de la oposición moribunda, pero todavía viva. Una cosa es hacer propaganda y ganar elecciones y otra, diferente, realizar gestión productiva y estratégica. Pasó el tiempo de la farándula y es perentorio, de acuerdo a su propuesta, estructurar un nuevo país y de la lucidez de sus gestores depende el futuro de Bolivia, los que, aunque nos pese, gobernarán mínimamente hasta el 2015, si el pueblo lo permite…
El bloqueo, como forma de protesta política, y hasta social, tiene una historia viscosa. Decir cuándo específicamente nació no es tan difícil, fue en el limbo de las dictaduras militares de los setentas y ochentas cuando los movimientos campesinos, verazmente revolucionarios en su momento, pusieron piedras en el camino de Natusch y su golpe militar (1979) dirigido a evitar la escalada de izquierda, aunque cobarde, esta última, y poco decidida a la captura del poder. Era, evidentemente, un movimiento justo y de masas. Las enormes piedras en el camino de la dictadura tenían un sentido profundo de convocar a la lucha por la liberación de la Patria. Hasta llamaban al levantamiento de las mentes para liberar las manos atrapadas por la ignominia.
Pero, los “peros” son limitativos en su esencia de freno, subsiste un cuestionamiento básico a la forma de expresión crítica llamada “bloqueo”: ¿Existe para construir o desconstruir? Pareciera una llamada desesperada al Estado a fin de que resuelva problemas provocados por gente que se resiste a vivir en una época nueva, radicalmente distinta a un pasado “turbio”. Persiste, como forma de resolución de problemas, el diálogo, esencia que muere cuando se absolutizan demagógicamente las demandas: “Yo soy el centro del mundo y me tienen que obedecer en mi planteamiento. Los demás me importan un comino”. Con esta filosofía no se justifica la existencia del Estado y menos todavía de sus instrumentos de poder, aunque el mismo lo es.
El MAS, y no solamente él, tiene que obedecer a su mandato, cortando radicalmente expresiones caducas de rebelión de baja intensidad que perjudican al conjunto de la población. Las expresiones de descontento local deben expresarse por canales democráticos y, una vez pasada la etapa de la demagogia del voto, resulta imprescindible hacer entender a las comunidades que no son el “centro del Universo”, simplemente un ente periférico que debe adaptarse a lo que pasa en un mundo moderno. En este caso, y solamente en éste, se justifica, aunque dolorosamente, la violencia contra la violencia que destruye cualquier esfuerzo de construcción nacional. Es inconcebible que ancianos y niños, o niñas, tengan que sufrir, en plena carretera o calle de ciudad, los avatares angurrientos de grupos insolentes y atrevidos de comunarios o grupos sociales que llevan sus demandas al extremo de la más absoluta irracionalidad, las que deberían plantear a su propio gobierno al que han elegido con un despropósito mayor.
La población urbana organizada tiene que poner un alto al desenfreno bloqueador, pero éste es un asunto tan delicado que dependerá de la fortaleza de las clases medias asustadas por un sistema totalitario que les obliga a aceptar barbaridades a título de interculturalidad. No obstante, ha llegado el tiempo de que, en vista de la inacción de los poderes del Estado, se proyecte un tipo de acción liberadora, basada en que la turba no puede ni debe definir nuestro destino. Debemos hacer lo posible, y necesario, para que los bloqueadores por deporte vayan a la cárcel y purguen sus irresponsabilidades non sanctas. La Patria nos lo agradecería.
(*) Politólogo
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