La libertad de expresión y su proscripción aberrante
19 sep 2010
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Por: Adhemar Avalos Ortíz
Desde el nacimiento del “homo sapiens”, hace ya tanto tiempo, y el surgimiento de las primeras formas de organización humana en los albores de la civilización, aún todavía endeble y precaria, se fueron imponiendo las primeras formas de control del “otro” a través, primero, de la imposición de la fuerza física y, después, de otros instrumentos coercitivos dirigidos a cortar toda expresión de disenso, sea individual o grupal, bien simbólica o de palabra. En la sociedad primitiva no se estaba en condición de pensar todavía en exteriorizaciones racionales de oposición a la voluntad regida por la violencia. Eran simplemente manifestaciones débiles que no podían legitimarse en algo más concreto a partir del juego del poder.
Posteriormente, el devenir de sociedades humanas más complejas, empezando de la totalidad social esclavista, pasando por la feudal y la capitalista y deteniéndose transitoriamente en la comunista, en su fase socialista, que no llegó a incorporarse con fuerza en la historia y acabó fracasando, sin llegarse a comprender si realmente fue una formación social nueva o simplemente un accidente en el tortuoso, pero victorioso sendero del régimen del capital, generó nuevas formas de disidencia con el poder establecido, ya sea de manera verbal o escrita (a partir del nacimiento de la imprenta).
Los tiranos, o sea aquellos que gobernaban en nombre de todos, pero que solamente expresaban sus intereses parciales y angurrientos de casta, sometiendo a la mayor parte de la población a la miseria material o espiritual, fueron perdiendo paulatinamente efectividad en el uso de sus tradicionales instrumentos coercitivos, especialmente en la llamada Edad Media, cuando el desarrollo de la ciencia se fue haciendo cada vez más consistente y las expresiones contrarias a la opresión social adquirieron carácter sistemático y revelador a partir de las ideas de seres humanos comprometidos con la verdad histórica. No obstante, los represores de la verdad encontraron los mecanismos cuasi infalibles para reproducir la negación de la palabra de los opositores al régimen oprobioso. Unas veces fue por el monopolio de los modernos medios escritos y otras por el perfeccionamiento de la represión a través de sutiles instrumentos científicos.
Pero, la historia avanza en dos sentidos: el dialéctico del desarrollo continuo en espiral o el regresivo que transitoriamente implica un paso adelante, pero que acaba estancándose en sus miserias y retrocede hasta perecer. El actual proceso coyuntural boliviano tiene que ver precisamente con este factor último. El totalitarismo masista, que no puede trascender la vitalidad de los hechos revolucionarios, se pierde en la mezquindad de esfuerzos costosos económicamente y peligrosos socialmente para apagar la palabra oral y escrita de los que se oponen al secuestro de la democracia crítica. Su objetivo, el de los “asesores-escribidores” pródigamente remunerados del MAS, es convertirla en un medio más de despojo intelectual, de homogeneización de las ideas en el sentido del “socialismo del siglo XXI” que poco tiene de revolucionario y mucho de las experiencias fascistoides del pasado (especialmente las de la Italia anterior a la II Guerra Mundial con Mussolini).
Trágicamente, negros nubarrones se ciernen sobre la Patria boliviana, pretendiendo destruir la realidad mestiza e irredenta, la que sobrevive porque está basada, e inserta sólidamente, en las luchas anticolonialistas de más de 15 años y de toda la contradictoria vida republicana. Intentan silenciar la exteriorización del pensamiento lúcido y liberador. Tratan de hacer posible la proscripción de la palabra ajena a sus deleznables propósitos. Con este fin cuentan con cipayos de toda laya, corruptos intelectualmente, desertores de la clase media que ponen su conocimiento mercenario al servicio de la dictadura. Los diezmos venezolanos, los distribuidos por Hugo Chávez, inmorales en su esencia y forma, permiten prostituir conciencias y comprar defensores de la ignominia. “Al final la vida es corta y habría que pasarla bien aunque sea a costa de los principios que alguna vez se pretendió sustentar”.
La libertad de expresión no es un regalo de los ladrones del poder, de los que se creen dioses, de los que hacen de las luces de la crítica una expresión diabólica que “tiene que ser aplastada por rebelde y subversiva”. Ésta, sublimemente, emerge del alma de los visionarios del mañana para objetivizar un mundo nuevo pletórico de justicia y libertad. Por eso no confrontan ideas con ideas y, al encarcelar la expresión disidente, pretenden socializar la mentira al mejor estilo de Goebbels, el esbirro de Hitler. Asimismo, no podrán lograrlo porque el desarrollo de la tecnología mediática es su peor enemigo y la especie humana, especialmente en sus mentes más conscientes, está cansada de tiranos cada vez más mediocres e incompetentes.
(*) Politólogo
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