Si llamásemos ¡asesino! a una persona enmudecería, cambiaría de color, luego se irritaría y estaría dispuesta a devolver el presunto insulto con una grave agresión de inesperadas consecuencias.
Sin embargo, hay muchos a los que no nos atrevemos a llamar ¡asesinos!, ¡criminales! pero que ciertamente lo son. Y aún hartos entre cristianos.
El Concilio Vaticano II considera el aborto provocado como un "crimen abominable". Fíjese el lector en los gravísimos epítetos que emplea: crimen porque realmente es el asesinato de un inocente, asesinato premeditado y verificado a sangre fría. Si en lugar de una vida en el seno de su madre, se tratase de una vida adulta, ninguno dudaría de llamar criminal y asesino a quien lo realizara, ayudara a realizar o simplemente lo recomendase.
Añade el Concilio que dicho crimen es "abominable", es decir perverso, digno de ser odiado, repudiado y perseguido tanto en la intimidad cuando públicamente.
Hay católicos que no sienten repugnancia hacia el aborto, y hasta lo recomiendan. Y hasta lo efectúan, a juzgar por estadistas -siempre incompletas, pero apabullantes- que se publican, y que ignoran, la mayor cantidad de abortos realizados en secreto.
¿Cómo es posible que un cristiano defienda la práctica del aborto? Por la ignorancia que tiene de su maldad; por el egoísmo con que prefiere arreglar una situación desagradable suya, aún a costa del asesinato de un inocente; porque su cristianismo está edificado sobre arena y es totalmente superficial; porque no respeta la vida ajena como la suya propia; porque arranca los derechos humanos de un feto (que ya es persona, sujeto de derechos y obligaciones); porque no teme a Dios y se ríe de su mandamiento: "No matarás"; porque no le importa hacerse socio de la maldad en un acto tan repugnante; porque es un egoísta desdeñable, que tras haber cometido alguna acción prohibida, quiere arreglarlo todo a costa de un inocente y no dando frente con valentía y justicia a la situación.
La Iglesia, que defiende indefectiblemente la vida en todos: fetos, niños, adultos, ancianos, enfermos, inválidos y subnormales, no puede menos que lanzar su grito de protesta contra el aborto, aunque se lo quiera justificar en determinadas circunstancias.
El aborto es una muerte provocada, un vil asesinato, un crimen abominable. ¿Cómo se atreve a llamarse y considerarse cristiano quien a sabiendas pretende y logra destruir una vida que florece esperanzadora en el sagrado templo del seno de una mujer?
(*) Coronel de Ejército, Ex Prefecto del Departamento. Ex Jefe de Seguridad del Papa Juan Pablo II en Oruro
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