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Domingo 15 de agosto de 2010

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Cultural El Duende

Georg Simmel:

Acerca de Goethe y su concepción del mundo

15 ago 2010

Fuente: LA PATRIA

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La gran síntesis de la concepción goethiana del mundo puede caracterizarse del modo siguiente: que los valores que constituyen la obra de arte como tal poseen ininterrumpidas, formales y metafísicas identidades y homogeneidades con el mundo de lo real. Como convicción fundamental de esa concepción del mundo presenté lo inseparable de la realidad y valor como premisa del afán artístico en general.

Cabe que un artista vea el mundo como contraideal en gran medida, que su fantasía adopte una actitud de gran indiferencia o repulsión con respecto a toda realidad; su concepción del mundo será entonces pesimista, caótica, mecanicista y no será configurada por su afán artístico. Pero si es artística en sentido positivo, eso quiere decir únicamente que los atractivos y significaciones del fenómeno artísticamente formado existen ya de algún modo, de acuerdo con cualquier dimensión, en el fenómeno ofrecido naturalmente. Pero parece también que todos los artistas son adoradores de la naturaleza; por parcial que sea la forma en que eso se manifieste, limitada a sectores aislados, determinada por signos extravagantes, y a pesar de que varios fenómenos del presente parezcan preparar un giro en ese orden de cosas, bien que de imponerse, significaría la más radical revolución que de la voluntad artística haya existido nunca. Sin embargo, Goethe desarrolló aquella relación con la más vasta y pura consecuencia en tanto para él la belleza adquiere el carácter de característica de la verdad, la idea se hace visible en el fenómeno, y lo último y absoluto situado detrás del arte es también lo último y absoluto de la realidad. Acaso sea esto para él el motivo determinante para llamarse “decidido no-cristiano”, puesto que el cristianismo, por lo menos en sus tendencias ascéticas, separó violentamente realidad y valor apartándolos más aún que la concepción hindú del mundo. En ésta, por radicalmente que despojara de valor toda realidad, tal postura resulta anulada para nuestro orden de ideas por la circunstancia de que en ella no se reconoce a la realidad ninguna significación concreta de existencia: donde toda realidad es sólo sueño y apariencia, es decir, propiamente irrealidad, falta, tomado en rigor, el sujeto a quien pudiera negarse el valor. Fue luego la actitud mental más severa del cristianismo que, por decirlo así, hizo consistir el mundo en su plena tridimensionalidad y sustancia, negándole, sin embargo, toda existencia propia en materia de valor: era sólo valle de lágrimas y dominio diabólico, los únicos valores que hay en él eran concesión graciosa del más allá, era el sitio del afán y preparación para lo supraterreno, para la morada de los valores.

Las tres formas de la postura cristiana ante la realidad natural tenían que repugnar igualmente a Goethe, a él, para quien la naturaleza es “la buena madre”, quien, aun hablando con bastante frecuencia de la gracia divina, lo hace siempre en el sentido de un Dios inmanente a la realidad, más aún, quien considera la bienaventuranza de los hombres piadosos como “un don de la naturaleza” que los “dotó de tal jocundia”. En un fondo de las cosas, al cual desde la superficie de éstas conduce por lo menos un camino continuo, son idénticas para él, en franca antítesis con todo el dualismo cristiano, realidad y valor.

Pues bien, si ésa es la expresión metafísica de su postura artística (o quizá: expresión de una última propiedad de su existencia, que actuaba a través de su postura artística), se prescinde con ello del desarrollo temporal, de las divergencias y del juego hábil de los elementos, todo lo cual sostiene y realiza esa fórmula intemporal. Pues esa realización, a fuer de histórico-psicológica, no es nunca sino relativa y en avatares del tiempo no posee la pureza y unidad de la “idea” con el carácter con que hasta ahora la he presentado; en cambio, su palabra audaz, que siempre se repite, vale para la ley de la cual sólo excepciones muestra el fenómeno. Toda gran vida requiere este doble carácter del representar categorial: la idea ininterrumpida o situada por encima, que hasta cierto punto representa un tercer factor más allá de la antítesis de concepto abstracto y realidad dinámica, y la vida y obrar que apartándose diversamente de ella se consuma en el tiempo en incesante aproximación a ella. Acaso toda vida haya de colocarse bajo uno de esos dos puntos de vista; pero calificamos de grande precisamente aquella cuya contemplación los pone en tensión inevitable y, decididamente, aquella en que su idea y su realización anímica viva son cada uno un todo. Acaso esta necesaria especificación metódica del contemplar sea el símbolo de la tragedia intemporal, metafísica de la grandeza, de la cual todas las tragedias temporales no son más que reflejos en forma de destino. Me dirijo ahora a aquel segundo aspecto de su condición de forjadora espiritual del mundo: a las variables síntesis, a las relaciones y distancias oscilantes, en cuya unidad consistió hasta ahora para nosotros la llamada idea absoluta de su pensamiento universal.

Si de esta suerte se pregunta por la fórmula más concreta en que se opera en Goethe aquella relación ideal, en definitiva homogénea, entre arte y realidad, se ve en seguida que no es posible contestar de modo inequívoco.

No sólo en sus distintas épocas, sino en una sola encontramos asertos suyos totalmente inconciliables sobre esa relación; más aún, que según sus convicciones últimas y más categóricas era una relación absolutamente estrecha, unificada en alguna raíz –eso es tal vez, por paradójico que parezca, el fundamento de la divergencia de sus interpretaciones.

Pues al igual que una gran amistad entre dos hombres acarreara un cambio de intimidad y desavenencia, desplazamientos del centro de gravedad, y hasta la perspectiva de ruptura y reconciliación más probablemente que una amistad menos íntima, que tal vez pueda mantenerse mucho más fácilmente en el carácter y temperatura ya dados, así en un espíritu, precisamente dos conceptos ineluctablemente abocados uno a otro tenderán a vivir toda una plenitud de divergentes destinos de relación.

Me parece que en las manifestaciones de Goethe, alternan tres relaciones de principio entre naturaleza y arte, y por cierto que cada una de las épocas de la vida: en la juventud, en la época central dominada por el viaje a Italia y en la vejez. Se verá que en cada momento su teoría del arte se halla en perfecta armonía con los demás rasgos de carácter de la época correspondiente; sin embargo, doy expresamente como hipótesis este elemento de historia genética, tanto más cuanto que precisamente en esta cuestión Goethe deja vislumbrar en una época muy temprana, casi sin relación con otra posterior, ciertos conocimientos que pertenecen a una época posterior y madura, con la misma incomprensibilidad y, por decir así intemporalidad, del genio que vemos igualmente en Rembrandt y Beethoven.

(*) Filósofo y sociólogo alemán. Berlín, 1858 – Estrasburgo, 1918.

Fuente: LA PATRIA
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