De los 56 meses que lleva el señor Evo Morales en el gobierno, sin temor a equívoco alguno, se puede afirmar que en ese tiempo no hubo la tranquilidad que se esperaba; tampoco hubo cambios de conducta en los personeros del gobierno y menos en los dirigentes del MAS; al contrario, puede afirmarse que las discordias se han acentuado y los signos de división están cada vez más latentes.
Una situación por demás grave, porque en un ambiente de discordias, intemperancias y división no es posible concordar en nada de lo que se propongan realizar las autoridades; ni el gobierno ni las gobernaciones ni los municipios podrán avanzar por caminos seguros mientras no se armonicen las posiciones y no existan condiciones para la unidad. No podrá haber gestión, ni la administración podrá ser cierta ya que los obstáculos o, mejor, las auto-zancadillas que se colocan las propias fuerzas del MAS, hacen tambalear cualquier previsión.
Pero los hechos no sólo se circunscriben al entorno partidario del MAS y de las propias esferas del régimen gobernante; se han trasladado -y con gran fuerza y contundencia- a lo que el oficialismo llama oposición sin que realmente haya: el buscar faltas, delitos y hasta traiciones en quienes han pasado por el gobierno en muchos años atrás, es pretender calmar los ánimos para lo que hoy se vive, distraer la atención de la colectividad y buscar condenas -siempre duras y hasta injustificadas- contra los que, se supone, no comulgan con el régimen.
La discordia, la división, la soberbia y la petulancia jamás han sido buenas consejeras para nadie; pueblos del mundo han pasado por los senderos del atraso y la extrema pobreza porque sus diversas capas sociales -y mucho más sus caudillos, líderes o dirigentes- no han encontrado las vías de las aveniencias, de la unidad y el entendimiento de que los problemas generales afectan a cada uno en la proporción que sea y nadie, en su momento, se libera o salva de las consecuencias.
El gobierno, bastante cegado por la soberbia, lo que menos hace es evaluar su situación, tomar conciencia de las realidades en que vive, entender que nadie quiere su fracaso y encarar, efectivamente, la administración responsable del país. Mientras no asuma sus propias realidades, será difícil que supere sus dificultades. Al no entender las urgencias de lo que se vive, por poder que se tenga, las dificultades adquirirán mayor cuerpo.
Crearse discordias no es más que fortalecer lo negativo que se tenga; enrostrar los problemas a los demás sabiendo que son y se agrandan por propia culpa, es carencia de sinceridad para reconocerlo y falta de coraje para encararlos. El país requiere trabajo y soluciones, armonía y desprendimiento, honestidad y responsabilidad, concordia y unidad. Sabemos bien los bolivianos las experiencias sufridas en el pasado cuando regímenes “revolucionarios” y populistas anunciaron mucho e hicieron poco; pasó el tiempo y lo ofrecido nunca llegó; pero si llegaron los arrepentimientos cuando ya era tarde para rectificar conductas y ver recién que sólo la concordia construye, la unidad fortalece y el amor al país agranda los sentimientos y posibilidades para concretar lo que la demagogia, el populismo y la soberbia postergan y destruyen. El Presidente, su entorno y su partido, aún pueden encaminarse mejor y actuar en concordancia con lo que, con seguridad, se propusieron originalmente pero sin extremismos que sólo pueden ahondar el abismo.
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