El objetivo es recoger una inquietud. Me he encontrado con que hay una serie de padres que, en teoría, no tienen serios problemas, pero que sienten una enorme inquietud que necesitan poner en común. En el libro hay, efectivamente, un empeño en que no haya consejos ni recetas, pero sí hay pistas clarísimas, hay pautas que conocemos pero nos cuesta reconocerlas y sobre todo nos cuesta aplicarlas.
¿Usted se considera una madre “blandiblup”?
Soy una mamá “blandiblup” en la medida en que, al final, termino protegiendo a mis hijos y procurando darles lo mejor, hago que tengan una “vida muelle”. No lo soy en la medida en que procuro imponerles límites, normas, hacerles responsables, que tengan tareas en casa, no servirles, ni darles todo a la carta.
¿Cuáles han sido los mayores problemas a los que se ha enfrentado como madre?
Por ejemplo, cuando descubres un aspecto de la personalidad de tu hijo que no esperabas. También cuando te toca ver a un hijo sufrir mucho. Los padres de hoy dramatizamos mucho. Un pequeño conflicto, un pequeño fracaso lo vemos como si toda la vida de nuestro hijo estuviera pendiendo de un hilo. Los niños pueden repetir un curso y no pasa nada, pueden tener un problema en el colegio. Tenemos que ser conscientes de la gravedad exacta que tiene ese acontecimiento y qué papel tenemos que jugar nosotros para evitar que se repita y a la vez, para apoyar a nuestro hijo.
Y frente a esa alta expectativa, ¿los padres se sienten responsables? ¿Cree que esta generación de padres se exige más que la anterior?
Los padres de generaciones anteriores se sentían satisfechos teniéndolos alimentados, vestidos, bajo un techo y, como mucho, con estudios. Pero ahora esas expectativas son mucho mayores. Nosotros nos sentimos responsables de sus relaciones sociales, de si son o no líderes, de si son capaces de sacar todo lo que tienen dentro.
Se nos ha explicado que un niño que se siente querido aprende a querer, pero no es raro encontrar a niños queridos que se convierten en tiranos.
Porque a veces confundimos el término amor. Creo que estamos mezclando lo que son concesiones, regalos, caprichos, con amor. A veces el amor es exigente, implica poner límites, ser firmes, ejercer la autoridad y eso también es amor. Exige un esfuerzo y un sacrificio por parte de los padres tener que decir “no”, pero al final es una inversión que estás haciendo para formar mejores personas.
El tema de la autoridad surge una y otra vez en su libro.
Los padres de hoy tenemos un miedo atroz a ver sufrir a nuestros hijos. Ejercer la autoridad es complicado. A veces uno se siente culpable porque ha tenido que gritar o dar un pequeño azote. Por eso es fundamental entender que cuanto antes empecemos a ejercer la autoridad, mejor. Lo que no podemos pretender es que un chaval con quince años nos obedezca si nunca hemos hecho que obedeciera antes. Cuando el chico te saca una cabeza de altura y su mano es más grande que la tuya, es prácticamente imposible ejercer la autoridad sobre él.
Habla de ver sufrir a los niños, pero si no asumen un pequeño nivel de frustración, antes o después, la vida se va a encargar de presentarles uno grande.
En la vida, inevitablemente, van a encontrar sufrimiento. La frustración rodea todo lo que hacemos. Lo importante es aceptarla y aprender de ella y esto es lo que no estamos enseñando a nuestros hijos. Intentamos quitarles todos los golpes y los golpes les enseñan a crecer como personas.
Si no se acepta la frustración en la infancia, ¿con qué adolescentes nos encontramos?
Con adolescentes irritables, que a veces se vuelven agresivos, con adolescentes que no miden las consecuencias de sus actos, que no conocen con claridad cuáles son los límites. Imponen su propia satisfacción, su búsqueda del placer por encima de cualquier otra norma o principio. No obstante, quiero decir que a veces somos injustos juzgando globalmente a la juventud de hoy.
A los chicos que ni estudian ni trabajan, ¿cómo se les dice?
Ése es el problema: desde bien pequeños, piensan que las cosas vienen dadas. Nosotros teníamos claro que no se vivía del aire, que nuestros padres no nos iban a mantener. Hoy los niños piensan, incluso ya de bien mayores, que sus padres están ahí para eso y les exigen que los mantengan, que les den una calidad de vida, incluso que les compren un piso.
La queja de que la juventud no tiene arreglo es vieja. Todas las generaciones rompen moldes.
Ellos se han encontrado con una sociedad en la que se han alcanzado altas cotas de libertad y de derechos que parece que están conquistados para siempre. Quizá esa sensación de que todo está hecho, les hace ser una generación de brazos caídos. Sin embargo hay un par de aspectos en los que creo que pueden “plantar su pica en Flandes”: el ecologismo y que esta generación no quiere guerras. Creo que esos son valores que quizá hagan a esta generación moverse en algún momento. Lo vimos ya cuando el “no” a la guerra de Irak, los jóvenes salieron a la calle. Me parece que quizá sería necesario encontrar esa chispa que haga que se levanten del sofá y que pongan manos a la obra.
(*) Periodista
www.telefonodelaesperanza.org
Fuente: LA PATRIA
Para tus amigos:
¡Oferta!
Solicita tu membresía Premium y disfruta estos beneficios adicionales:
- Edición diaria disponible desde las 5:00 am.
- Periódico del día en PDF descargable.
- Fotografías en alta resolución.
- Acceso a ediciones pasadas digitales desde 2010.