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Domingo 15 de agosto de 2010

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Cultural El Duende

Muerte en la frontera

15 ago 2010

Fuente: LA PATRIA

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Con gesto sombrío, el gerente del gran bazar dobló cuidadosamente el periódico y lo guardó en el bolsillo de su elegante americana. En una de las páginas impresas estaba la relación extensa del atentado; debajo una fotografía de las víctimas destrozadas, las cabezas con gestos grotescos y cabellos alborotados y manchados, los miembros esparcidos en un hacinamiento macabro, semejante a un sueño provocado por el opio.

Salió a la calle ante la mirada de los subalternos que comprendían su silencio y su gesto adusto desacostumbrado. A esa hora de la mañana, la calle comercial está concurrida. La gente camina, sube, baja, se detiene, entra y sale llevada de sus urgencias, indiferente al ceño fruncido del gerente. Su preocupación es sólo suya.

Caminando atribulado, llega a una avenida apartada, un vehículo cruza velozmente y el jardinero se pasea solitario mirando las flores.

Se sienta en un banco, y desdoblando el periódico repasa nuevamente el acontecer negativo; la inocencia de las víctimas, y la muerte de sus ilusiones, ante la impunidad de la gran felonía.

Reconstruye en su imaginación todo lo que pasó como un sueño que se compone sobre el humo azul del cigarrillo. Una bella rubia, como unidad de la tragedia, cuenta para él lo sucedido, en una evocación masoquista e inútil.

***

La embarcaron en un puerto europeo: bella, joven, de medidas perfectas; mientras viejos marineros cantaban la nostalgia del Atlántico.

El miedo al mareo y a la tripulación cosmopolita retuvo su belleza en el cerrado camarote de acolchado raso. No salió al cruzar el barco la línea del Ecuador; ni fue bautizada en ese trance. Sin su concurso pasó la fiesta tradicional ofrecida por el Capitán sobre el paralelo.

Era tímida, forastera, temía ajarse ante el sol de ultramar y las brisas desconocidas. Cuando la desembarcaron, descubrió recién que no estaba sola, habían viajado muchas muchachas como ella, bellas y de elegante porte. Estaba tranquila, sabía que la esperaban, que un hogar estaba abierto para ella pasando la frontera.

Fue conducida con las demás a la aduana; luego pasó el protocolo necesario y frío: documentos, pasaporte. ¡No se dio cuenta del tiempo! De repente ¡se abrió bruscamente la puerta! Manos zafias las sacaron a empellones y de los cabellos. Antes de darse cuenta de lo que pasaba le cortaron la cabeza; como en un relato de las Mil y una noches, alcanzó a ver a sus compañeras de viaje, caer tendidas, con los miembros separados, en un desorden espantoso. La vitalidad última, desesperada, le hizo ver lo indecible, luego se quedó con los ojos abiertos, fijos para siempre sobre el fiero exterminio.

Llegó así, desecha, completando la matanza masiva. El atentado en la frontera privaría a muchas mamás de nuevas hijas.

***

El gerente se levantó y lentamente tomó el camino de regreso. Tenía que volver a sus obligaciones diarias, después de este necesario descanso bajo el sol de la avenida desierta.

En el asiento quedó el periódico.

Cuando hasta allí llegó el jardinero, levantando el papel leyó: en actitud increíble fue destruida en el puerto de Antofagasta una importante partida de muñecas.

José Bravo Riva. Abogado, escritor y poeta orureño.

Ha publicado “Cuento del Pie de Gallo”.

Fuente: LA PATRIA
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