La diferencia sustancial entre la Cuba de 1959 y la Cuba del 2010, radica en el alto nivel de desarrollo humano superior a todos los países del hemisferio occidental y que alcanzó durante esos 51 años y 9 meses, con una expectativa de vida superior a los 75 años promedio, con relación a los 45 que prometía cada habitante durante el régimen dictatorial de Fulgencio Batista, derrocado por una cruenta revolución que culminaba un proceso guerrillero de dos años y que descendió desde la Sierra Maestra, el 1 de enero del 59.
Esta expectativa de vida, sin embargo, no es el resultado de una adecuada política destinada a satisfacer las necesidades materiales y espirituales de los más de once millones de habitantes de la isla, lo cual refleja que el modelo de “economía de Estado”, “estatismo secante” o lo que quiera denominarse, nunca tuvo los resultados que en su momento, habían aspirado los líderes de aquella revolución que sometió a la sociedad cubana a las más estrictas restricciones y, no sólo en materia de demandas alimentarias, sino a simples aspiraciones políticas de libertad, libertad de expresión, democracia y otros valores que durante los 51 años y 9 meses que avanzamos, desde aquel 1º de enero de 1959.
El modelo cubano ha fracasado, tanto en lo económico como en lo político, si se interpreta de la manera más ecuánime posible, las palabras que el líder de esa revolución, Fidel Castro, ha pronunciado en los últimos días: “El modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros”. Este resultado, dicho a manera de auto crítica, ha motivado una reacción de sincera evaluación en el ex presidente Fidel Castro, quien, con su peculiar mensaje de exhortación, ha resumido en diez palabras, la realidad de su país en el presente milenio.
La connotación política que marca línea para la futura conducta del gobierno castrista, todavía vigente a manos de su hermano Raúl, constituye una virtual autorización para continuar avanzando hacia un horizonte más abierto a la realidad del hemisferio occidental.
Está en cuestión, de hecho, el modelo de producción de bienes y servicios, cuya dependencia directa del Estado ha colocado a Cuba en la disyuntiva de convertirse en el corto plazo, en importador de su producto estrella: el azúcar. Los especialistas consideran que Raúl Castro, siguiendo la nueva línea trazada por Fidel, emprenderá un proceso de privatización de las granjas estatales, por el desastroso resultado de su producción de caña, específicamente.
Considerando que la respuesta viene de un contexto dirigido a la exportación del modelo cubano hacia otras naciones, como se experimenta en alguna medida en tres países de América Latina, Castro dijo que “no es pertinente”, provocando una sorpresa muy notoria entre sus eventuales interlocutores y, para uno de ellos, “no estaba rechazando las ideas de la revolución”, sino que se buscaba un espacio necesario para que el gobierno de Raúl Castro, ponga en marcha las reformas necesarias que no afecten a la estructura ortodoxa del Partido Comunista Cubano.
La frase, efectivamente, contradice el pensamiento ideológico que había prevalecido durante ese medio siglo de vigencia, cuya esencia reflejada por el ideólogo francés, Regis Debray, dice que la “Revolución cubana ha sido vivida y pensada, principalmente, en la América Latina”, cuando habla de la nueva concepción de la guerra de guerrillas, propuesta desde Sierra Maestra para su expansión, principalmente, entre los países pobres. En su tiempo, una de esas experiencias, precisamente vivió Bolivia, en la zona de Ñancahuazu, en el sudeste del territorio nacional. Para el Che Guevara, una acción de esa naturaleza, sólo necesita “decisión de lucha que madura día a día, en la conciencia de la necesidad del cambio revolucionario y la certeza de su posibilidad”, cuya perspectiva nunca fue superada en La Habana.
Castro, aparentemente, decidió dar a conocer su pensamiento sobre el presente del modelo, puesto que el límite del exceso a saturado al propio Estado y, por ello, el estatismo evidencia, una vez más, que no es un buen administrador de la economía y menos un generador del desarrollo y crecimiento.
Esta premisa la ha vivido no sólo la URSS, sino toda la estructura de la Europa socialista y, vive hoy, China; mañana la vivirá Cuba.
(*) Periodista
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