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Domingo 12 de septiembre de 2010

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Cultural El Duende

Gabriela Mistral

12 sep 2010

Fuente: LA PATRIA

Discurso del Académico Jaime Martínez-Salguero en la presentación de la Antología de Gabriela Mistral que se publicó con los auspicios de la Asociación de Academias de la Lengua Española, en la Editorial Santillana

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El salón brilla con todas las luces encendidas; en él, reyes, embajadores, científicos de diferentes disciplinas, gente de espíritu. Todos vestidos de rigurosa etiqueta. Una figura femenina se alza en la escalinata desplegando su l,80 metros de estatura, pero lo que arranca una ovación de los asistentes al acto es la altura intelectual de esta mujer, al haber construido una obra poética de gran valor literario. Se llama Lucila Godoy Alcayaga, más conocida en el mundo como Gabriela Mistral. El lugar, Estocolmo; la fecha, el l0 de diciembre de l945; la ocasión, la entrega del Premio Nobel de Literatura al primer escritor latinoamericano que alcanza ese galardón, y a la cuarta mujer en merecer esa distinción.

Nacida en Vicuña, valle del Elqui, un escondido rincón de Chile, Gabriela Mistral, para su propia sorpresa, anduvo por el mundo como poeta, maestra o diplomática, sin anclar definitivamente en ninguna parte, pero, la obra literaria que ha producido, el aliento espiritual introducido en su verso y en su prosa ha recalado en muchos corazones, permaneciendo en ellos con el toque de lo eterno, que la poesía produce en el alma sensible. Oriunda de los Andes, bebió el paisaje a grandes sorbos vitales, asimilando de esta manera la energía cósmica que surge de las montañas, y, sin darse cuenta las fue introduciendo en su alma como parte integradora, esencial, de su ser, a tal punto que no puede vivir sin ellas. Gabriela Mistral cobra consciencia de esta realidad existencial cuando las tiene que dejar para cumplir tareas en otras tierras. En ese momento, las extraña como realidad física, pero las siente latir con invisible resuello de viento cordillerano que se levanta en su interior agitando vivencias y paisajes interiores, con los cuales vence a la nostalgia de estar separada de ese mundo

nuestro cumplimiento con la tierra de América ha comenzado por sus cogollos: parece que tenemos contados todos los caracoles, los colibríes y las orquídeas nuestros, y que siguen en vacancia cerros y soles, como quien dice la peana y el nimbo de la Walkiria terrestre que se llama América. ( P 332)

Y un día, con claridad de relámpagos espirituales, con la fuerza del rayo subjetivo, con truenos que repercuten en sus huesos, anunciando el milagro de la creación literaria surge en su alma el poema América Allí está la voz de esta varona madurada en y con el sufrimiento, que la ha hecho vibrar desde la adolescencia con el dolor, que incuba su verbo en el corazón, lo hace subir a la altura del espíritu, y da a luz sus poemas, en esta oportunidad, la cordillera de los Andes, hecha poema.

Como las montañas, surgidas de increíbles cataclismos y explosiones de lava, que se elevan, se elevan alumbrando el ambiente para formar recias figuras al caer sobre ella misma, al impulso de la gravedad creadora, en cosmogonías que nos hablan de comienzos y de finales de una etapa del universo; el poema América surge como fuego vital del alma de Gabriela Mistral, quemando palabras, dándoles forma, ritmo y figura en sus metáforas

Llegas piadoso y absoluto/ según los dioses no llegaron,/ tórtolas blancas en bandada,/ maná que baja sin doblarnos./No sabemos qué es lo que hicimos/ para vivir transfigurados/En especies solares nuestros Viracochas se confesaron,/ y sus cuerpos los recogimos/ en sacramento calcinado.

Ahí está la génesis poética de la cordillera interior, la que cotidianamente se inicia en la psique con la mirada del hombre al contemplar el macizo andino, y se renueva con la visión del día siguiente, transformada por nueva emoción, para hacer lo mismo al que le sigue, depositando la piadosa respiración de lo absoluto en el interior del ser humano, respiración con la cual se alimenta espiritualmente para desarrollar su personalidad con ingrediente terrígena. Y, si bien los dioses no llegaron, sí lo hace, cotidiana, permanentemente el hálito supremo que se respira en las alturas, modificando la visión intelectual de las cosas y permitiéndonos verlas en su profunda esencialidad. La cordillera, ante la percepción poética de la Mistral es un conjunto de tórtolas blancas en bandada que se despliega en el horizonte, sin moverse, pero señalando rumbos de energía cósmica, y esta fuerza es maná que baja sin doblarnos, nutriéndonos con manjar energético, como ese milagroso alimento lo hizo con los israelitas, peregrinos en el desierto, conservándoles el ideal de llegar a la tierra prometida. De la misma manera, la potencia telúrica del Ande es una brújula interior que quiere construir una cultura, tomando al ser humano como elemento catalizador de esa energía.

El permanente contacto con las montañas produce en el interior del hombre un sedimento espiritual, capaz de transfigurarlo, de convertirlo en un ser sui géneris, en un hijo de la montaña. De ahí que la poeta nos diga: No sabemos qué es lo que hicimos / para vivir transfigurados. La transfiguración es el toque de lo superior, capaz de añadirle al hombre un nuevo contenido, una nueva realidad más humanizadora, sin que él se dé cuenta de ello. Es la presencia de lo divino en lo humano, como sucedió en el monte Tabor, donde Jesús, Moisés y Elías, sin dejar de ser hombres, resplandecían con fulgor divino. De la misma manera, la cordillera de los Andes, en la visión de Gabriela Mistral, transforma a los hombres en especies hacedoras de cultura geométrica, con pensamiento de raíz cósmica, como se puede apreciar en Tiwanaku o Teotihuacán; o sea, los transforma En especies solares nuestros viracochas se confesaron; es decir, la gente, los viracochas, los andinos anteriores a la conquista española, los transfigurados en una especie de dioses, en el Wirakjocha del mito aimara, son los hombres de estirpe solar.

La cordillera de los Andes se muestra al humano con el ímpetu de la tierra que sube al cielo empujando aristadas rocas, vestidas de blanco, en su afán de encontrarse con lo infinito que la rodea. Habla con fuertes voces silenciosas, que se introducen en el hombre con el llamado de construir un ideal de belleza y de perfección, y, cuando los humanos tienen la capacidad de escuchar esa convocatoria, y le son obedientes, entonces, como dice el boliviano Franz Tamayo, la montaña se hace hombre y piensa. Naturaleza y hombre se unimisman y producen cultura con el genio del lugar. Por eso, nuestra poeta dice:

¡Carne de piedra de la América, / halalí de piedras rodadas, / sueño de piedra que soñamos, / piedras del mundo pastoreadas; / enderezarse de las piedras / para juntarse con sus almas! / ¡En el cerco del valle de Elqui / bajo la luna de fantasma, / no sabemos si somos hombres / o somos piedras arrobadas!

Esos seres humanos, esa carne de piedra, con alma cósmica, se lanza al tiempo para hacer historia en el espacio andino, y construye cultura de alta civilización. Ahí están Tiwanaku, el Cusco, Palenque, Chichen Itzá, etc. Gabriela Mistral continúa:

Sol de los incas, sol de los mayas, / maduro sol americano / sol en que mayas y quichés / reconocieron y adoraron, / y en el que viejos aimaraes / como el ámbar fueron quemados. Esa cultura, esa manera de ver, sentir y pensar el mundo es un caer en el tiempo para subir a las alturas del llamado de la montaña: (…) De ti (cordillera) rodamos hacia el Tiempo / y subiremos a tu regazo; / de ti caímos en grumos de oro / en vellón de oro desgajado, / y a ti entraremos rectamente / según lo dijeron Incas magos.

Esas culturas que florecen entre cactos, paja brava, el maguey y las Kishwaras, con la flora y la fauna andinas, acunando a gentes que bajan hacia el mar, construyendo pisos ecológicos en su afán de integración de climas, personas y otras culturas, en las cuales late el espíritu humano, tan abierto al llamado de lo infinito, a la solidaridad, a la constante transformación de caminos vitales, para que injerten nueva vida, nueva cultura, otra manera de ver al mundo, de pronto, en un recodo del destino, los nativos se encuentran con hombres distintos a ellos, que hablan un idioma incomprensible, tienen costumbres diferentes, adoran a un Dios invisible, al cual, paradójicamente, miran clavado en una cruz que tiene los brazos abiertos, en gesto de permanente acogimiento, y quedan mudos, en suspenso, conturbados e impotentes al verlos destruir a sus dioses, abatir su cultura, y, entonces, con el tesón de seres humanos que se encaminan a la eternidad dejando tras de sí huellas dolorosas o heroicas, monumentos externos o internos, invisibles a la mirada poco atenta; con dolor, quizá con rabia, pero firmes en su vocación de ser humanos, abren su espíritu a la cultura recién llegada, en el parto que da nacimiento al mestizo, tanto como nuevo ser humano presente en la historia, como a la nueva cultura mestiza, capaz de renovar a ambos progenitores, el indio americano y el blanco español, en un encuentro que renueva la vida espiritual de occidente. Esto sucede porque la vida humana es una permanente apertura de mentes y de almas para recibir y dar vida interior, para intercambiar experiencia vital, para canjear culturas, actitud que inyecta, siempre, nueva vida a la vida que culmina. De ahí que el encuentro termine con la apertura de los corazones en el momento de la mutua cooperación renovadora. Gabriela Mistral, en otro poema, Procesión india, de su libro Lagar, dice:

Rosa de Lima, hija de Cristo / y Domingo el misionero / que sazonas a la América / con Sazón que da tu cuerpo: / vamos en tu procesión / con gran ruta y grandes sedes /, y con el nombre de “Siempre” / y con el signo de “Lejos”. / Y caminamos cargando con fatiga y sin lamento / unas bayas que son veras / y unas frutas que son cuento: / el mamey, la granadilla / la pitahaya, el higo denso.

Volviendo al poema América, nos muestra a los Andes de hoy en día, donde siete pueblos compartimos el embrujo de la cordillera:

Caminas, madre, sin rodillas / dura de ímpetu y confianza; / con tus siete pueblos caminas / en tus faldas acigüeñadas; / caminas la noche y el día, / desde mi estrecho a Santa Marta, y subes a las aguas últimas / la cornamenta del Aconcagua. / Pasas del valle de leches, / amoratando las higueras; / cruzas el cíngulo de fuego / y los ríos Dióscuros lanzas / pruebas sargassos de salmuera / y desciendes alucinada…

Poesía saturada con la fuerza del Ande, con la cultura que han producido hombres de diferentes latitudes de este espinazo del continente. Tarea del americano que mira a la América nuestra, indohispana y llena de vida: Labor que la generación posterior a la de la Mistral ha recogido con poetas como Neruda, quien, de igual manera, dedica maravillosos versos a nuestra tierra, en su Canto General, que lo conduce hasta las alturas de Machu Picchu, y tantos otros vates que han cantado a nuestra América y su cultura, con pasión, con voluntad y con deseo de comprender a este continente. Actitud que, en mucho se debe a esta escritora de la cual, ahora, tengo la honra de entregar al público boliviano, en nombre de la Academia Boliviana de la Lengua, esta Antología, publicada con los auspicios de la Asociación de Academias de la Lengua Española, en la Editorial Santillana.

Fuente: LA PATRIA
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