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Domingo 12 de septiembre de 2010

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Cultural El Duende

Desde mi rincón:

Cátedra de papel

12 sep 2010

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

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Ya hace meses que apareció el volumen de José Gramunt de Moragas SJ, ¿Es o no es verdad? (La Paz, 2009,299 p.). Creo que es merecedor de mayor atención que la que, en el mejor de los casos, suele dedicar la prensa en sus rutinarias gacetillas de la actualidad cultural.

Y a fe que su autor no necesita presentación. Desde hace más de medio siglo ocupa un lugar destacado en el mundo de la comunicación social boliviana. A fines de los años cincuenta, empezó haciéndose cargo de la dirección de Radio FIDES, donde reemplazó al P. Pierre Descotes; a raíz del ambiente creado en el país durante la presidencia militar del Gral. Torres y de la ‘Asamblea del Pueblo’, fue a dar a Roma para colaborar en Radio Vaticana. Depuesto aquel gobierno y sus antojos, Gramunt retornó al país, a ‘su’ Radio Fides. Para entonces ya había fundado, en 1963, la Agencia de Noticias Fides (ANF), que sigue manteniendo a flote hasta hoy, cuando Gramunt está cerca de coronar, como quien no dice nada, su década octogenaria.

El P. Gramunt lleva, pues, más de medio siglo al pie del cañón periodístico. Además de mil otras tareas, obligaciones y compromisos, lo ha hecho a través de su columna “¿Es o no es verdad?”. Primero, como editoriales meridianas de Radio Fides; después, como columnas de opinión en el matutino del Episcopado boliviano Presencia y, cuando este diario feneció, en La Razón de PRISA (si es que lo sigue siendo) y en otros órganos de la prensa del país que han contratado este servicio diario de ANF. Mantener durante medio siglo largo una columna periodística está pronto dicho, pero supone muchas cosas; en resumen: una resistencia maratónica. Y nada de esto cambia por el hecho de que últimamente su columna ya no es diaria, sino de sólo algunos días de la semana.

No voy a improvisar una ‘teoría’ al respecto, pero sí quisiera destacar una sola cualidad: la resistencia de una ‘guerra de posiciones’; es decir, el abandono de aquella ilusión juvenil de ganarla con cuatro tiros o, mejor, con unos juegos de artificio. Pero, hablando de ‘guerra’ y de ‘tiros’, bien tiene derecho el lector de preguntarse: hablando de Gramunt ¿y de qué guerra o de qué tiros estamos hablando? Tampoco aquí podemos liquidar el tema con un par o tres de banalizaciones; ni con otro par de lugares comunes. Ningún periodista que sea capaz de mantenerse en la poco exaltadora posición de acudir cada noche a la cita para que, al día siguiente, su ‘clientela’ pueda desayunar leyéndole, habrá podido mantener por mucho tiempo la ilusión de ‘conquistar el mundo’ (para el efecto, conquistar la adhesión de aquella minoría que, al hojear el periódico, asoma a la página de opinión). Es decir, necesita –para empezar– una buena dosis de dos cosas aparentemente tan incompatibles entre sí como son el escepticismo de corto plazo y unas inconmovibles convicciones de tan largo plazo como la vida misma. Y por debajo de ello, una fe ciega en que la gota de agua infaliblemente acabará agujereando la piedra (casi como aquella fe evangélica que mueve montañas). Porque su convicción invencible el columnista de opinión no la mide por los efectos o los resultados visibles e inmediatos; peor todavía: aunque no los hubiere, igual acudiría cada noche con su hoja escrita para la mañana siguiente: es que le basta saber que una sociedad, para sobrevivir, también necesita de este oxígeno que es el ejercicio de la libre, honesta e independiente opinión. Ésta es la vela de armas que ha venido sosteniendo Gramunt durante los últimos cincuenta años. Y quienquiera que sepa algo de lo sucedido en el país en ese medio siglo, podrá apreciar con cierta precisión la finura y la fijeza de pulso que se ha necesitado para no cambiar de ‘teoría’ ni pasarse al negocio de enfrente ni venderse al mejor postor.

Veo la obra de Gramunt como un monumento a la misión que asigna a la razonabilidad, al sentido común, al respeto a la ley, al debate argumentado; y un mentís rotundo a cualquier tipo de fundamentalismo: tanto al de los apocados y resentidos como al de los milenaristas y ‘proféticos’. De un perfil más humilde que el de quienes se autoasignan misiones trascendentales, ha sido el árbol de largas raíces que ha hecho frente a los desmanes ‘revolucionarios’, a los contrarevolucionarios civiles y militares y, más cerca en el tiempo, a los de los nuevos redentores con patente de corso para pisotear cualquier ordenamiento político (incluso, si conviene, el suyo propio). Ha visto pasar dictaduras como la del MNR; dictaduras civil-militares como la banzerista; caudillajes carismáticos como el de Barrientos; el narcotráfico encaramado en el gobierno como el de García Mesa; desmadrados populismos marxistas como el de la UDP; los gobiernos formalmente democráticos como los del así denominado ‘neo-liberalismo’; hasta los actuales ejercicios de aprendices de brujos. Gramunt los ha contemplado desde su observatorio: ha señalado tanto sus contradicciones o debilidades como sus amenazas o trampantojos. No sé si también cabría darle a él aquel lema: SEMPER IDEM (‘siempre el mismo’). Porque Gramunt no ha tenido que cambiar de ‘teoría’ ni de principios rectores para juzgar la realidad: le han bastado sus bagajes jurídico y teológico, pasados ambos por la piedra de toque de su experiencia vivida.

De este retrato sólo puede dar cuenta parcial el material seleccionado en el libro arriba registrado. Éste ha nacido del aprecio que le profesa un grupo de amigos, a cuya cabeza parece encontrarse Jorge Siles Salinas (autor del prólogo). Ante la absoluta imposibilidad de reunir la totalidad de su producción periodística, ha habido que limitarse a una doble selección: la que se ha practicado sobre el material aparecido entre los años 2003 y 2008 y, dentro de ella, todavía una pequeña representación (entre veinte y treinta piezas por año, lo que da un total de cerca de dos centenares de artículos). Al través de esta muestra puede su lector hacerse una idea bastante fiel del perfil periodístico de Gramunt. De él, llama la atención, en primer lugar, su amplio horizonte, tanto en lo geográfico como en lo temático: política, costumbres, ideas, instituciones, religión; pero sin retroceder a la actualidad más rabiosa y efímera de cada momento. Todo puede convertirse en materia de su reflexión; y ésta suele envolver o ir envuelta en un punto de llegada: una verdad o una posición que se propone trasmitir al lector.

En las que llama “crónicas matutinas”, Siles Salinas caracteriza la pluma de Gramunt como “llenas de buen juicio, redactadas con estilo del mejor oficio crítico y, a la vez, con transparencia y amenidad”; no hace falta seguirlas por muchas semanas para encontrar en ellas un uso abundante del refranero y de la fraseología castellanos (no digo ‘españoles’, que sería otra cosa); todo servido dentro de un permanente juego entre la ironía distanciada y la contundencia aseverante o presuponedora. En su técnica de viejo profesional juega un papel importante la formulación de los títulos, que con alta frecuencia se componen de una sola palabra (y raramente pasan de tres), como si la experiencia le hubiera enseñado que la eficacia es inversamente proporcional a la verborrea tituladota, tan boliviana. Si un filólogo español pudo titular su recopilación de artículos El dardo de la palabra, también Gramunt conoce la eficacia de la parquedad a la hora de poner título a sus consideraciones: es la flecha que concentra la atención del (posible y esperado) lector. ¡Cuánto podrían aprender los aprendices de periodistas en estas páginas! Y no sólo ellos. Y no sólo en materia de manejo de la lengua. Que éste sólo cumple con su cometido cuando está al servicio del asunto de que trata y del mensaje que transmite.

Acabemos: Siles Salinas cree poder perfilar el credo de Gramunt así: “respeto a la dignidad de la persona humana, la adhesión indeclinable a la justicia, al Estado de Derecho, a la normatividad democrática, así como el rechazo al avasallamiento totalitario”. Que todos estos ‘dogmas’ puedan pasar, en nuestros días, por equivalentes de ‘reacio al cambio’; es decir, de ‘reaccionario’ y de ‘defensor acastillado de privilegios e injusticias’, nos permite medir el desorden en que vivimos. También, la profunda incomodidad en que viven quienes comparten las convicciones de Gramunt. Y la profunda necesidad en que estamos de seguir recibiendo sus pequeñas dosis de buen sentido y de las verdades que mantienen su valor al margen de las modas.

Fuente: LA PATRIA
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