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Domingo 12 de septiembre de 2010

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Cultural El Duende

Los envidiosos

12 sep 2010

Fuente: LA PATRIA

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Nuestra sociedad colonial, asentada en el trabajo casi gratuito de los indígenas, constituía sin duda el súmmun de la ociosidad y la intolerancia religiosa y por tanto, de la envidia. Nada era más importante en ella, que la disputa por los títulos, la limpieza de sangres, el número de esclavos negros, de mitayos y de encomendados, el derecho a la vereda o al reclinatorio en la catedral… futilezas dictadas por la gangrena que corroía las almas indolentes.

Fernando Díaz Plaza en su obra El español y los siete pecados capitales, dedica naturalmente uno de los capítulos más reveladores y sabrosos a la envidia, destacando la paradoja de que uno de los pueblos más generosos del mundo, sea también, probablemente, el más envidioso.

Todas las formas y expresiones del fenómeno, retratadas por este autor, trátese del elogio condicionado o reticente, de la maledicencia que rodea a quien empieza a surgir en cualquier campo, y muchos más en los de la política o la literatura, el refranero de maldades sobre los pueblos y las aldeas, el gozo de la gente por los palos que fulano o zutano recibe en la prensa, o el peculiar significado que adquieren ciertas palabras, que en otros idiomas resultan inocentes, todo ello podría reproducirse, y magnificado en América Latina, o particularmente en Bolivia, cuya sociedad pareciera ciertamente vivir en un inmenso convento, tan apartada como está del resto del mundo, tanto por la mediterraneidad de su territorio, como por la ociosidad mental de la gran mayoría de sus miembros, impermeables al cultivo de su teatro interior.

Una víctima de la envidia que devino en odio, en nuestra historia política, es Marcelo Quiroga Santa Cruz. Perteneciente a una ilustre familia cochabambina, hijo de un ministro de Salamanca y luego alto funcionario de la Casa Patiño, Marcelo pudo haber seguido el curso tranquilo de existencia acomodada que le permitían sus bienes y clase. Pero desde muy temprano dio muestra de inconformidad y de talento explorando diversos campos, desde el cine experimental hasta el periodismo, sobresaliendo en todos.

A los 26 años incursionó en la literatura con la novela Los Deshabitados¸ con la que marcó un rumbo nuevo a la literatura boliviana. Elegido diputado por Cochabamba, se enfrentó al régimen de Barrientos, siendo apresado y confinado en Alto Madidi. Su anciano padre, a quien llegó la noticia de que Marcelo había sido asesinado, murió en Cochabamba, víctima de un síncope cardiaco.

Gentes incapaces de pronunciar un discurso que no fuese redactado por un pendolista alquilado envidiaban en Quiroga Santa Cruz la maestría oratoria, incapaces de redactar un telegrama, celaban al novelista premiado y al periodista insobornable, incapaces de renunciar a cualquier ventaja material denostaban del hombre que se había desprendido de todo, para darse a la causa de los desheredados.

Mariano Baptista Gumucio. Cochabamba.

Miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.

Fuente: LA PATRIA
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