Sábado 11 de septiembre de 2010

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“Nuestro compromiso con la libertad debe ser inquebrantable”. Así lo declaró el presidente estadounidense al oponerse al rechazo a la mezquita que estaba proyectada cerca de donde un día existió el World Trade Center.
Es aberrante que los fieles de un credo sean castigados por el mal que cometen sus correligionarios. Pero si a Obama le preocupa tanto el libre pensamiento, podría empezar aboliendo la prohibición que pesa sobre los comunistas en la solicitud del visado para su país.
Históricamente, Washington no ha tenido ningún reparo a la hora de aupar a los fundamentalistas, como el feudal reino saudí o los talibán. Es tal su afinidad con las corrientes reaccionarias, que han llegado a derrocar regímenes laicos y suplantarlos con regímenes religiosos a medida. La crisis con Irán, sin ir más lejos, es por la cuestión nuclear, no por la falta de democracia en aquella dictadura medieval. Sería interesante saber qué piensa el presidente de aquel Imperio sobre las teologías de liberación.
Dicha polémica tiene poco que ver con la fe y mucho con el pulso entre magnates musulmanes, judíos y cristianos, que pelean por más cuotas del poder. El corazón financiero mundial necesita, más que nuevos templos, medidas para paliar el hambre que pasan tres millones y medio de personas de una urbe de ocho millones. El Banco de Alimentos neoyorquino calcula en unos 1.500 los desposeídos que hurgan en las basuras de la Gran Manzana en busca de comida. Son parte de los 45 millones de estadounidenses menesterosos, un tercio niños y, en su mayoría no blancos.