Nacionalización o privatización, el dilema boliviano
06 sep 2010
Por: Fernando Valdivia Delgado
La historia nos revela que Bolivia, cada diez o quince años, enfrenta severos ciclos de cambio que se definen en la política, como “derechistas” o “izquierdistas” y que su población mayoritaria marcha en el mismo compás, “de la izquierda a la derecha o viceversa”, según las contradicciones que vayan provocado crisis en la economía o en la sociedad, así como, las corrientes ideológicas que prevalecen en el mundo y que inciden notoriamente en la política interna por su naturaleza de país dependiente.
Esta dinámica que combina el comportamiento de la economía y de la política, hasta el siglo pasado, sólo ha provocado profundas crisis de Estado que no fueron atendidas por el régimen democrático que, en este octubre próximo, cumple 25 años de ejercicio permanente. A decir de los expertos, el país no ha encontrado el camino del desarrollo que, en el tiempo, podría convertirse en la solución de los problemas y la superación de las contradicciones.
Los políticos del pasado y los sindicalistas del presente, asumen un papel dogmático que no les permite clarificar sus ideas en función de lo podría ser, una visión de país con sentido nacional. Por ello, la dicotomía del ciclo que -“por necesidad nacional”- asume un posicionamiento de izquierda o de derecha, que conlleva jugar con la llamada “nacionalización” o “privatización”, según el momento, para controlar los factores de producción que, de hecho, generen excedentes para una racional distribución del ingreso.
Bolivia, por esta razón y de manera constante, enfrenta severos períodos de crisis, precisamente cuando los problemas se acumulan y, por ende, se agudizan las contradicciones hasta el grado de convertirse en fenómenos incontrolables. Una muestra de esta descripción, son las calles de las grandes ciudades que se convierten en “marchódromos” o escenarios de confrontación pueblo-policías, especialmente La Paz, por ser sede de gobierno o principal escenario del comportamiento político del país.
Estos ciclos, también se convierten en generadores de los grandes males de la política, como son: “corrupción”, “nepotismo”, “tráfico de influencias”, “incumplimiento de deberes” y otros, cuya práctica es el “el pan de cada día”, en todos los regímenes que gobernaron o que gobiernan Bolivia. “Es nuestra única oportunidad”, generalmente, se escucha de los protagonistas cuando asumen el poder político. Pero también son herramientas para perseguir opositores y crear corrientes de opinión contra los caídos, mientras mantienen el poder en sus manos.
Esta acumulación de factores que viene desde el siglo pasado, por el momento, no tiene una salida. Los paliativos propuestos con la idea del cambio, no funcionan porque no existe una definición clara sobre cómo debe marchar Bolivia, en lo que hace a su economía, a su política y a su sociedad. En poco tiempo, las contradicciones comienzan a expresarse a través de las demostraciones de intranquilidad y el descontento social se exacerba en la medida en que el gobierno adopta sus políticas que no condicen con las líneas de propaganda que llegan hasta el trabajador común.
Significa que como antes del llamado “cambio”, se mantiene la desigual distribución del ingreso y, de esta manera, la riqueza se concentra en muy pocos actores de la política. Como consecuencia de ese hecho, se observa que la pobreza se incrementa en el universo social, mientras que la riqueza se concentra, cada día, en pocas manos o menos personas, como quiera llamarse. Esto nos refleja, finalmente, que la pobreza se ha incrementado al ritmo en que el desempleo y el subempleo, marcan nuevas cifras en rojo y, más aún, cuando se habla de los fenómenos de la marginalidad y la exclusión social.
Son esos parámetros, los que nos deben llamar la atención, para concentrar la visión del gobierno y solucionar esos conflictos que, a través del corto plazo, puedan convertirse en crisis social que genera nuevas condiciones para una futura convulsión social.
La dicotomía: “capitalismo” y “capitalismo de Estado” fracasaron como modelos económicos, como fracasaron “las extremas de izquierda y de derecha”, y ambas tendencias no precisamente marcan la corriente de la liberalización del colonialismo, sino conducen a una mayor dependencia de los países atrasados como Bolivia.
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