La mayoría de las personas quitan la muerte de sus pensamientos. Insisten en estar ocupados por completo con la vida para no ocuparse del único acontecimiento que con seguridad se les presentará en esta vida, la muerte. La mayoría de las personas cree que después de su fallecimiento, existe una continuación, pero que es el ser humano quien determina por sí mismo en su vida presente, cómo será esta continuación en el Más Allá, queda como una vaga suposición que uno considerará tal vez tan sólo poco antes del fin.
Durante la muerte, el alma comienza poco a poco a soltarse del cuerpo físico, lo que para nosotros es apenas perceptible. Cuando se acerca finalmente la hora de la muerte, el alma se desprende del cuerpo terrenal, para salir totalmente de éste cuando la respiración de la persona se detiene. Así el alma puede alejarse de la Tierra y dirigirse al Más allá. Pero el alma solamente abandona el mundo material, la Tierra, para desplazarse a los planos de purificación o elevarse a ámbitos más luminosos, en tanto que los haya desarrollado en sí misma. Por el contrario se quedará en el mundo material, si está atada todavía a la vida terrenal, si quedan cosas por perdonar o persiste el ansia de bienestar y placer que la atan a la materia.
Si la muerte física se presenta de manera normal, es decir, debilitándose el cuerpo poco a poco, no como cuando sucede una muerte súbita por accidente, transcurre en la persona la llamada película de la vida algunos momentos antes del fallecimiento. Cuando el alma se prepara para abandonar el cuerpo físico, se suelta ya un poco de él y se activa también el subconsciente y algunas cargas del alma, que generan entonces esta película de la vida. Alma y hombre reconocen en la película de la vida, en las imágenes, las situaciones que pueden arreglar o reparar ahora, bien en pensamientos o todavía con palabras. Estas situaciones se reflejan en las imágenes que se hacen muy vivas en el alma y en el hombre. Alma y hombre las viven entonces de forma muy plástica y presente, como si esto que había ocurrido antaño y no había sido purificado, ocurriese ahora mismo; es como si todo sucediera en ese instante.
Cuando la persona ha vivido orientada a Dios y puede aún arrepentirse, algunas cosas pueden ser liquidadas todavía en los últimos instantes de la existencia terrenal. Una condición para esto es que nuestros semejantes estén dispuestos a perdonar de corazón. Si no fuera así, el alma seguirá estando atada a estas causas y también al alma de aquella persona que no le ha perdonado. En esto vemos lo sumamente importante que es vivir conscientes de cómo nos comportamos, y así poder examinarnos antes de hablar y actuar. Las palabras pueden ser como espadas que atraviesan el ánimo de una persona y que fácilmente conducen a una disputa.
Si el hombre acepta su muerte física y se ha ido preparando para ella durante su vida terrenal, podrá experimentar muy conscientemente la misericordia divina en las horas de la muerte. El alma que se va desprendiendo del cuerpo y el hombre viven entonces esta película de la vida con plena conciencia. En el tiempo en que la respiración física fluye todavía suficientemente por el cuerpo, el alma y el hombre observan con tranquilidad aquello que se ha presentado para ser purificado. También reciben la fuerza y la posibilidad para llevar a cabo esta purificación todavía plenamente consciente.
En nuestros últimos días terrenales y también en las últimas horas en la Tierra, a cada uno se le hará consciente sólo tanto como pueda superar. En todos los procesos de toma de conciencia, también en la hora de la muerte, nos es dada la fuerza para purificar lo reconocido mediante el perdonar y el pedir perdón y para enmendarlo en la medida en que aún sea posible. Que el alma y el hombre sean o no capaces de percibir esto, dependerá únicamente de la manera en que el hombre haya pensado y vivido.
Durante toda la existencia terrenal, incluso hasta el momento de cerrar los ojos definitivamente, el mundo divino da al hombre una ayuda tras otra. Después de la muerte física, las ayudas del mundo divino siguen para el alma, aunque de un modo totalmente diferente, pues en los planos de purificación se trata de expiar y no de superar. Esto significa que hasta nuestro último aliento terrenal tenemos la oportunidad de reparar lo que hayamos hecho de contrario a nuestro prójimo, lo que hayamos causado contra las leyes de Dios que conocemos en los 10 Mandamientos, incluso también lo que hayamos causado a los animales o al planeta Tierra y así irnos liberando de estas cargas. Puesto que nuestra alma se lleva al Más Allá todo aquello que no hemos purificado aquí en la Tierra.
Por tanto, cada hombre determina por sí mismo que el Más allá se le presente como cielo o infierno. Cada alma vivirá allí sus propias imágenes, es decir, todo lo que causó con su sentir, pensar, hablar y actuar. Y son estas imágenes, que introdujo en sí y en la computadora causal, las que le producirán alegría o sufrimiento. En todo el Universo no existirá ningún rincón en el que se pueda esconder de aquello que sus propias imágenes le reflejan. Tampoco tendrá pastillas para aliviar los dolores y eliminar lo que causó a sus semejantes siendo hombre y que ahora tiene que sufrir y soportar ella misma.
Nuestro pequeño mundo existe tanto aquí como allá. Nos llevamos al otro lado todo, tanto la luz como las sombras. Si el hombre aprovechó los día terrenales y purificó en gran medida sus encarnaciones anteriores, si vivió cada día conscientemente esforzándose en cumplir las leyes del Universo, que son las leyes cósmicas del amor, el alma entrará después de la muerte física en esferas de irradiación luminosa y fina y seguirá viviendo con seres luminosos con los que ya ha estado en comunicación siendo hombre. El alma oscura, sin embargo, pasará por delante de sus demandantes que le acusarán e inculparán por su comportamiento como hombre, que le acosarán y perseguirán en su interior y que le estarán amenazando y ocasionando el fuego infernal, porque ella ha traído su propio infierno.
(*) Vida Universal
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