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Miercoles 01 de septiembre de 2010

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Suplemento Policial

Crimen en Urkupiña

01 sep 2010

Fuente: LA PATRIA

Por: Tomás Molina Céspedes

Iván, con sus recién cumplidos 21 años, era un muchacho alegre, emprendedor y servicial. Todo su ser irradiaba energía y vitalidad. Iván, junto a su hermano y madre, trabajaba todos los días, desde muy temprano, atendiendo el pequeño y humilde taller de vulcanización “Rusos” ubicado en la Av. Ingavi, cerca del puente Killman, única herencia que les dejó su finado padre, el que fue mi amigo Iván Antípiev.

El día sábado 14 de agosto del presente año, Iván junto a su enamorada, una muchacha de 19 años, había asistido a la entrada folklórica que anualmente se celebra en Quillacollo en homenaje a la Virgen de Urkupiña. Allí, la joven pareja contempló por largas horas el desfile esplendoroso de conjuntos folklóricos, que ataviados con colorida vestimenta, al son de ritmos alegres y desbordante alegría, les obsequió una tarde maravillosa, que les hizo perder toda precaución ante el peligro.

El desfile artístico se extendió hasta la noche y la fiesta continuó con tanto furor, alegría y algunas latas de cerveza como en las horas precedentes del día. Pasada la media noche Iván y su joven compañera decidieron volver a casa. Se dirigieron a la parada de trufis, donde se alza el monumento a Max Fernández, pero allí había gran cantidad de gente y trufis completamente llenos. Entonces, los jóvenes enamorados decidieron caminar un trecho en dirección a la ciudad de Cochabamba, en busca de alguna mobilidad menos acosada por la gente. A los cien metros más o menos vieron un trufi, casi solitario a la vera del camino con un letrero que decía “Terminal – Aroma”, justo la dirección que les convenía. El trufi estaba casi vacío, con dos pasajeros que parecían dormitar por el cansancio y la bebida. El chofer les invitó a pasar y la joven pareja, sin ninguna precaución, ocupó el primer asiento. La muchacha junto al conductor y el muchacho junto a la puerta derecha. El trufi partió raudamente.

Iván y Viviana, totalmente despreocupados, con las manos entrelazadas, apoyados el uno al otro, luego del intenso trajín vivido, se desvanecieron y un sopor parecido al sueño invadió sus cuerpos.

Pasada la tranca del kilómetro diez, desde atrás, un brazo poderoso, como prensa hidráulica, atenazó firmemente la garganta del joven pasajero, asfixiándolo en medio de desesperados e inútiles pataleos. Otro brazo poderoso hizo lo propio con la muchacha, arrastrándola como un enérgico imán a la parte trasera del vehículo, por encima del espaldar del asiento. Las gargantas atenazadas de ambos muchachos no emitían sonido alguno y sólo sus movimientos y ruidos, propios del pataleo, se confundieron con el ruido del motor.

El trufi pasó Colcapirhua y se aproximaba a la rotonda del Km. 8, cuando los pataleos de Iván fueron atenuándose y todo signo de vida se apartaba de su cuerpo, mientras el brazo poderoso no dejaba de apretarle la garganta. Atrás, la muchacha también permanecía inmovilizada.

Consumado el crimen, cuando el muchacho ya no representaba ningún peligro, el trufi asesino entró por la calle del Hospital “San Juan de Dios”, en dirección a Sumumpaya, donde el cadáver de Iván fue tirado al suelo en lugar oscuro como un bulto cualquiera. El trufi tenía unas cortinas, las que fueron debidamente cerradas y adentro comenzó una verdadera orgía de sadismo con la muchacha, quién fue repetidas veces ultrajada por los malhechores, mientras el trufi recorría por calles desconocidas. A las 6 de la mañana, los agresores, rendidos de placer y cansancio arrojaron a la muchacha al final de la Av. América oeste.

Denunciado el hecho, el cadáver de Iván fue encontrado con el cuello fracturado y múltiples heridas en el rostro. La muchacha estaba virtualmente destrozada por dentro y por fuera. Los gritos de la madre y el hermano de Iván, al conocer la noticia, taladrarán por siempre los oídos de sus vecinos.

Iván Antipiev era un excelente amigo, nacido en la lejana Rusia llegó a Bolivia después de la gran Guerra y años después se hizo ciudadano boliviano. En su vejez se casó con una laboriosa mujer, que lo llenó de cariño y alegró su vida dándole dos hijos, una combinación perfecta de belleza mestiza. El hogar de los Antipiev no podía ser más feliz con estos dos muchachos. Iván, ya anciano, murió hace dos años, rodeado del cariño de su familia boliviana, dejando un legado de trabajo, honradez y nobleza a sus hijos.

Los asesinos del muchacho hasta hoy no han sido identificados. Las falencias en la investigación criminal son muy grandes. Es muy posible que éstos, ahora mismo, con su trufi, como araña tenebrosa, estén a la espera de otros descuidados pasajeros, en una calle cualquiera, para asaltarlos y matarlos.

Si usted, amigo lector, sabe algo o tiene sospechas de quiénes son los autores de este crimen, ayude a identificarlos y denúncielos. El teléfono de la madre del infortunado Iván es el 722-97610, una llamada suya puede evitar que alguien de su familia o usted mismo, sea la próxima víctima de los ocupantes del trufi asesino.

Fuente: LA PATRIA
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