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Domingo 29 de agosto de 2010

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Cultural El Duende

Jaime Mendoza: Nativismo y Folklore

29 ago 2010

Fuente: LA PATRIA

El académico de la Lengua Luis Ríos Quiroga destaca el estudio de la simbología de los instrumentos nativos que hace el geógrafo, novelista y médico boliviano Jaime Mendoza (Sucre, 1874-1939) autor de, “El Macizo Boliviano”, “La creación de una nacionalidad”, entre otros.

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Jaime Mendoza el vocabulario que emplea en sus versos: indio, soledad, agua, son palabras simbólicas del paisaje andino, palabras ancestrales, elocuentes testigos de todo el pesar, de todo el dolor, de toda la ira que encierra en las profundidades el alma india.

La raza aymara, nacida de la simplicidad de su paisaje que sólo tiene como grandioso contraste la montaña andina, ha plasmado una forma de expresión musical igualmente severa, de penetrante contenido y que encierra la vida del indio sobrecargada de milenaria tradición.

Respondiendo a esa íntima necesidad del decir lo que hay de esencial en lo más profundo del ser a través del arte musical, el nativo ha creado una rica gama de instrumentos que, por su timbre y por el grado de su penetración, guardan correspondencia con el contenido de su propia creación musical.

Los instrumentos nativos originales son de viento y de percusión. Los de cuerda que hoy emplea, como el charango, constituyen adquisiciones posteriores a partir del coloniaje, pero sabe asimilarlo a sus propias necesidades musicales.

La quena, el pinkillu, el erke, el sicu, la tarka, el julajula, forman el acervo de sus modos de expresión instrumental. Con ello el indio, en la inmensidad de la altiplanicie o de la montaña canta en la escala pentatónica lo que hay en él de dolor, de alegría y acaso de esperanza.

El aborigen practica sus danzas con fervor, porque le permiten, igual que la música y el canto, ponerse momentáneamente en comunión con su mundo: rendir tributo a sus antepasados, evocar su sentimiento cósmico, expresar las manifestaciones subjetivas que guardan la tradición y el mito.

Jaime Mendoza dio a conocer su opinión e impresiones respecto de la música y de los instrumentos del folklore boliviano en páginas iniciales de El Macizo boliviano, en el título La raza que se va, en la revista del Círculo de Altos Estudios de Rosario, Argentina y en una plática que ofreció en la Escuela Nacional de Maestros en junio de 1937 titulada Motivos folklóricos bolivianos, plática que posteriormente público el Nº 20 de la revista Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca.

En la plática citada luego de consideraciones preliminares muy interesantes como el error de considerar a la música popular boliviana que tiene un dejo de tristeza como música incaica, pues es patente en esa música, afirma Mendoza, el influjo hispánico y tampoco pertenece al tipo pentatónico incaico. Seguidamente nos habla de los instrumentos nativos: el erke y la quena. De los mestizos: el charango, la guitarrilla y finalmente la guitarra.

Luego de descripciones del paisaje, del erke dice: está compuesto ordinariamente de un cuerno de vacuno que lleva adaptada en su parte aguda un delgado cañuto, que es por donde sopla. Después, ofrece dos definiciones del sonido que emite el instrumento. Una que podríamos llamar técnica y otra literaria. La literaria dice: Esas notas tienen para mí un aire a la vez cautivador y lamentable.

Son imponentes, fieras, grandiosas. Suenan como un grito guerrero, y al mismo tiempo lúgubre. Son oración, protesta, anatema, lamento. Son lo feroz y lo doliente juntos. Y, vagamente, a su conjuro, asisto a una sucesión de extravagantes visiones una legión triunfal que se torna en hato de cautivos: una cohorte deslumbrante que se transfigura en fúnebre procesión: un banquete fastuoso que acaba en dantesca tragedia. Y concluye con el retorno al ancestro: Sí, ésa es la voz de un pasado legendario, de una época muerta, de un pueblo desaparecido. Es la raza que se va.

De la quena dice que su voz, por oposición a la varonil, ruda e imponente del erke, es femenil, plañidera, insinuante. Esta definición nos recuerda la leyenda indígena que narra el Inca Garcilaso de la Vega: cuenta que cierto indio tocaba en su quena un Arawi (canción de amor) a su amada. Bajo la seducción de la música ella se dirigía al lugar donde salía el sonido. Como alguien le detuviera en el camino, ella suplicante dijo: Señor, déjame ir donde voy, sábete que aquella quena que oyes, me llama con mucha pasión y ternura.

Seguidamente, el consabido retorno al ancestro: Eran los guerreros de la vieja edad despidiéndose a tiempo de partir a sus lejanas incursiones. Lógicamente que está presente la descripción del paisaje.

El julajula los folklorólogos dicen que es fabricado de caña. Tiene tres perforaciones en la parte delantera y dos en la trasera. Produce un sonido excesivamente lúgubre y tétrico. En ese tono entreveo –dice Mendoza–, una lejanía incalculable. Más aún: no sólo se me representa como un grito humano, sino brotando de la tierra de la Pachamama, con un canto de las rocas cuajadas de metales y heridas por las manos de los mineros. En el artículo titulado julajulas que publicó la revista del círculo de Altos Estudios de Rosario, en la República Argentina, Jaime Mendoza da a conocer en el pentagrama las notas musicales del sonido del julajula. Tono que fue ensayado después por un conjunto coral de la Escuela Nacional de Maestros, bajo la dirección del artista Mario Estensoro y que no satisfizo al recopilador de la música indígena.

Acerca del charango, afirma que los indígenas conocían un instrumento parecido llamado kiriri que pudo haber dado origen al charango y ésta es la respuesta a la pregunta que formulara Mendoza en su plática ¿de dónde nació el instrumento?

Lo cierto es que se ha convertido en el compañero inseparable del indio. Un instrumento ampliamente difundido en Bolivia y cuyas notas saltarinas y chiquitas al decir de Mendoza, da gusto oírlas. La guitarrilla es de menores dimensiones que la guitarra. Respecto a su mestizaje, Mendoza escribe: Su forma en proporciones reducidas, es la misma de la guitarra: su temple, el del charango. Diríase el alma del español acurrucada en la del indígena o más bien el indígena sufriendo aún en esto, desde los tiempos pretéritos, la influencia del conquistador.

La guitarra ampliamente aceptada en Bolivia, es un instrumento no folklórico, sino popular, con ella podemos interpretar los más variados aires nacionales, Mendoza cuenta que en su viaje de retorno a Inglaterra a Bolivia, escuchó a un argentino interpretar en guitarra aires de su tierra en el salón de a bordo del barco.

Él solicitó el instrumento e interpretó un kaluyu de Pocoata que tuvo inmediata aceptación entre los viajeros, pues una dama inglesa que tocaba el piano no cejó hasta aprender el tonillo nativo.

En Mendoza destaca también el folclorista que recoge e interpreta en la guitarra un folclore riquísimo de novedades regionales: el carnaval de los centros mineros, la danza de los indios charcas, citada en la novela La Chaskañawi, dos de su autoría, La Pallira y El Carnaval. Autor de un triste titulado El minero, de una cueca Flor del olvido y de dos bailecitos.

Jaime Mendoza, poeta, muestra la sabiduría de los antepasados hecha de comprensión del paisaje, y sobre cuyas piedras milenarias, habrá que construir el edificio de la nacionalidad, porque para el autor de En las tierras del Potosí, la grandeza de la naturaleza boliviana, un día acabará por manifestarse en sus hombres. De ahí que Jaime Mendoza en sus manifestaciones artísticas como el verso y la música, sea un nativista cuyas raíces se hunden en la tierra nuestra, y se nutren con los jugos de la admiración indígena y de su cultura antiquísima y cuyas primeras flechas de esa cultura, son lanzadas del mundo de la mitología y de la leyenda.

Fuente: LA PATRIA
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