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Domingo 29 de agosto de 2010

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Cultural El Duende

Lope de Vega: Horizonte Lírico

29 ago 2010

Fuente: LA PATRIA

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Si San Juan sugiere un ojo de agua, si fray Luis una armonía pitagórica de “música extremada”, Lope de Vega es una extensa meseta cálida. En él la abundancia misma de la obra esconde a la obra. Leemos al Lope de Fuenteovejuna y se nos escapa El caballero de Olmedo, aquí La Dorotea esconde las Rimas humanas. ¿Cómo abarcar de una sola mirada la redondez completa del horizonte? Lope escapa, huye, renace, aparece, fosforescencia clara, como un ser vivo. De él, como él mismo dijo de su mundo, podemos decir:

Buen ejemplo nos da naturaleza

que por tal variedad tiene belleza.

Familiarísimo siempre su nombre, a flor de labios. Y tan desconocido. ¿Cerca de dos mil comedias? Tal vez. ¿Doscientos autos sacramentales? Sin duda. Y, además, tres poemas narrativos, dos largos poemas de tema religioso, dos poemas épicos, cuatro poemas mitológicos, una gatomaquia burlesca, novelas pastoriles. No es sorprendente que los críticos se dejen llevar por los calificativos, esta vez reales y tradicionales, de Fénix de los ingenios, Monstruo de la naturaleza, y otros. Para mayor dificultad del lector, esta abundancia que ostenta toda la obra de Lope aparece igualmente en todas y cada una de sus partes. Limitémonos a los sonetos. Pero, ¿cómo limitarse si, al decir de Ludwig Pfandl, existen más de setecientos? Y a ellos hay que añadir las églogas, los romances –moriscos o pastoriles–, las letrillas, los villancicos, las seguidillas, los bailes, y los múltiples poemas líricos dispersos en obras de teatro, novelas, epopeyas. Tal vez por su misma cantidad tendemos a olvidar que Lope de Vega fue y es uno de los más grandes poetas líricos de la lengua castellana. Sirvan estos párrafos para recordar la lírica de Lope, para recordar, sobre todo, que en la lectura de esta poesía puede nacer un goce muy especial que difícilmente se encuentra en otros poetas del siglo XVII.

No es inútil recordar los principales géneros líricos que cultivó Lope de Vega. En cuanto a la forma, recorre Lope todos los metros, todas las expresiones de la poesía de su tiempo. Como siempre, agota. Breves, pero nada menores, las canciones –“lírica musical” la llama Montesinos–. ¿Cómo no recordar las canciones del velador, los cantos de siega, los cantos de boda (“Esta novia se lleva la flor, / las otras no”) transformables en cantos de bautizo (“Este niño se lleva la flor, / que los otros no”), los tréboles, las serranas a lo humano o a lo divino, como la de la zagala “sola en el monte”, y todas las canciones de tono popular? Nadie sino García Lorca será capaz, como Lope, de extraer del pueblo y devolver al pueblo el calor estival de sus cantos y sus bailes. Más llenas de pretensiones y, acaso por lo mismo, menos importantes, las églogas hoy poco legibles. Pero, de primera, casi siempre excepcionales, tanto las Rimas humanas como las Rimas sacras, y, muy principalmente, los sonetos, con esta honda pasión contenida que define a Lope (¿no se dice de él que es el poeta que más definiciones del amor ha dado?); en las segundas un sentimiento religioso casi palpable, muy a menudo sensible y sensual y, en algunos casos, nada alejado de la mística.

Esta diversidad de poemas, esta diversidad de formas, tiene sin embargo una clara unidad. Trataré de mostrarla en los poemas mismos. Es bueno, sin embargo, encontrarla primero en las ideas que Lope expuso, en prosa y en verso, sobre la poesía.

Cuando Lope escribe están en pleno florecimiento dos géneros de poesía: el conceptismo y el culteranismo. Lope de Vega, discípulo declarado de Garcilaso y de Herrera, no se deja ir a ninguno de los dos extremos del barroco, si bien en algunos casos pueden discernirse influencias tanto culteranas como conceptistas. Pero en Lope no se encuentra la huida en metáforas (“metáforas de metáforas” dirá él mismo) de un Góngora, ni se encuentra el constante aviso de muerte y decadencia que hace de Quevedo un poeta de crisis. Todo en Lope es creación, creación espontánea y poesía más del sentir que del pensar. Creyó alguna vez Lope que su poesía era poesía de “conceptos”. Pero la palabra no debe llevarnos a engaño. No se trata aquí de conceptismo. Para Lope el concepto no indica siempre, aunque puede indicarlo también, un juego de palabras o un retruécano, ni indica, sobre todo, una forma de la paradoja, como en Quevedo. El propio Lope precisa el sentido muy alto que da a la palabra: “… y habiendo de ser las palabras o imitación de los conceptos, como Aristóteles dice, tanto más sonoras serán cuando ellas fuesen más sublimes” (Introducción a la justicia poética). Es probable que José F. Montesinos esté en lo justo cuando afirma: “El ideal de un gran poeta, para Lope, reunía, en sí, un máximo de virtuosismo técnico a una máxima sutileza, una máxima ingeniosidad”. Pero aunque concepto sea en él muchas veces sinónimo de “sutileza”, creo que su idea es más precisamente ésta: un poema será tanto mejor cuanto más profundas y exactas sean las ideas y los sentimientos que lo sustentan. De ahí que Lope, acaso reflejando su actitud de dramaturgo, conciba el poema como unidad cerrada. Si se considera uno de sus sonetos, se verá cómo Lope no desarrolla en él sino una idea a través de una larga metáfora continuada que inicia, desarrolla y concluye el poema. Cito de La Arcadia:

No queda más lustroso y cristalino

por altas sierras el arroyo belado

ni está más negro el ébano labrado

ni más azul la flor del verde lino.

más rubio el oro que de Oriente vino

ni más puro, lascivo y regalado

espera olor el ámbar estimado

ni está en la concha el carmesí más fino

que frente, cejas, ojos y cabellos

aliento y boca de mi ninfa bella,

angélica figura en vista humana;

que puesto que ella se parece a ellos

vivos están allá, muertos sin ella,

cristal, ébano, lino, oro, ámbar, grana.

Esta idea del concepto como base de la expresión poética y unidad final de la misma excluye una poesía puramente metafórica como la de Góngora. En la Respuesta de Lope de Vega al papel que escribió un señor de estos reynos a Lope de Vega Carpio en razón de la nueva poesía, el poeta declara su admiración por Góngora pero afirma: “Hacer toda la composición figuras es tan vicioso e indigno, como si una mujer que se afeita, habiéndose de poner la color en las mejillas, lugar tan propio, se la pusiese en la nariz, en la frente y en las orejas: pues esto, señor Excelentísimo, es una composición llena de esos Tropos y Figuras”. Para Lope. Casi nunca escritor de minorías, la poesía ha de costar “grande trabajo a quien la escribiese y poco al que la leyese”.

Pero más que una doctrina sobre la poesía debe buscarse en Lope de Vega una vivencia poética. Su poesía es su propia vida hecha estilo –otro buen sinónimo moderno para la palabra “concepto”– y, en el sentido más riguroso de las palabras, puede afirmarse que la obra toda de Lope es un estilo de vida. En ese estilizar la vida y este vivir la vida con estilo debe percibirse la gran diferencia que, por una parte, media entre Lope y los barrocos extremos, casi únicamente estilistas si son culteranos, y, por otra, entre Lope y los poetas puramente populares.

¿Pero cuáles, a pesar de la variedad de una vida, y especialmente de esta vida, la unidad de estilo que se manifiesta en la lírica de Lope de Vega? No es difícil percibir que, en sus distintas formas, lo que Lope de Vega vivió de veras fue el amor, ya el amor humano de las Rimas humanas, de la pasión a la ternura o a la melancolía de su hermoso soneto “Con una risa entre los ojos bellos”, ya las formas divinas del amor en algunos de los más extraordinarios sonetos castellanos: “Pastor que con tus silbos amorosos”, “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?, “Cuando me paro a contemplar mi estado”… Y es precisamente el amor lo que hace de Lope de Vega un poeta armónico y equilibrado. La capacidad amorosa de Lope se extiende a cuanto le ofrecen los sentidos y los pensamientos. “Con libre albedrío” este espíritu bullicioso –que no rebelde– encuentra belleza en cuanto le rodea. Frutos, árboles, “manzana hermosa, de gualda y roja sangre matizada”, “agua, entre el hinojo de esmeralda”, Silvia que recoge “por la verde orilla / del mar de Cádiz conchas en su falda”, “mañanicas floridas / del invierno frío”, río de Sevilla “con galeras blancas / y ramos verdes”, o el “cordero tierno, arco de sangre y paz”. Apto siempre para internarse hacia su propio centro, hacia su propia soledad, hacia su propia “libertad preciosa / no comprada al oro”, Lope de Vega encuentra siempre en sí la zona de equilibrio que tan pocos poetas del siglo XVII supieron encontrar.

En uno de sus poemas, más emocionados, dedicado a su hijo Carlos Félix que acaba de morir, Lope de Vega muestra cómo esta armonía interior, a pesar de tormentas y violencias y cambios, surge, única fuente de quietud, de un alma creyente. Creyente en esta vida, fugaz y pasajera, Lope sabe aceptarla, pero la acepta porque está seguro de la existencia de otra vida cierta. Y así, calmadamente, reposadamente, puede hablarle a su hijo:

¡Oh qué divinos pájaros agora,

Carlos, gozáis, que con pintadas alas

discurren por los campos celestiales…!

Cuando la picaresca se amarga, cuando el cultismo ahuyenta el mundo, cuando extremosamente Quevedo reniega de esta tierra, Lope de Vega, que ha participado en la catástrofe de la Invencible, es el espíritu español que más recuerda a Cervantes, en su humor, en su gozo de la vida, en su aceptación de la muerte. Pocas veces este estilo amoroso de vida se hunde en la desesperanza porque siempre lo sostiene “paz dulce, amor profundo, / que al mal apartas y a tu bien nos llamas”.

Ramón Xiran. 1924. Mexicano de origen catalán. Poeta, escritor, filósofo, editor y traductor.

Fuente: LA PATRIA
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