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Domingo 29 de agosto de 2010

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Cultural El Duende

Desde mi rincón:

De materia judaica (2)

29 ago 2010

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

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La ‘materia judaica’ siempre es abundante; así que seguiré con ella. Y esta vez es un libro sobre la persecución nazi de los judíos. Me refiero a la obra de Dieter Schlesak, Capesius, der Auschwitzapoteher (Bonn, Dietz Verlag, 2006, 352 p., ilustracs.); es decir, estudio centrado en uno de los farmacéuticos del campo de concentración de Auswitz (en polaco, Oswiecim), situado no lejos de la histórica capital de Cracovia.

Schlesak, escritor y ensayista, nacido en 1934 en la ciudad transilvana de Schaessburg/Sighisoara; por tanto, de origen germano transilvano, grupo nacional que se autoetiqueta como ‘Siebenbuergisch-Sachsen’ (sajones de Transilvania). En la Universidad de Bucarest obtuvo una formación de germanista; y como tal se ha dedicado a estudiar y traducir al alemán autores rumanos y al rumano, otros de nacionalidad o de lengua alemana; desde 1969 reside en Alemania (que poco después empezó a compartir con la Toscana). Destaca particularmente como especialista en el poeta Paul Celan, sobre quien ha publicado sofisticadas, pero finísimas, interpretaciones.

Durante tres décadas ha tratado de elaborar su personal ‘juicio de Auschwitz’, centrándolo en Victor Capesius, quien también era originario de Schaessburg y era conocido de la familia Schlesak. Y escribe sobre él una ‘novela documental’ o documentada (según se nos dice en la funda trasera de la obra); lo hace de una forma muy personal, combinando el fruto de entrevistas que ha realizado a testigos (entre ellos también Capesius, de quien transcribe asimismo fragmentos de un diario), declaraciones de acusados y testigos en el juicio de Francfort (1964-1965) y el relato del único personaje ficticio (Adam), pero cuyos datos se basan detalladamente en la bibliografía disponible sobre el tema. Así, pues, estamos ante una obra compleja, con bastantes y diferenciadas voces. Por supuesto, del lado de los presos supervivientes y del lado de los torturadores (también ellos, a veces, ‘presos’ de otros y de otras circunstancias).

¿Podemos decir, pues, que la versión de Schlesak ‘hace justicia’ a Capesius y, sobre todo, a cuantos compartieron con él el poder en el campo de concentración? Seguramente sería demasiado decir. Tenemos el resultado de hasta donde puede llegar el esfuerzo de un escritor en cuanto a honestidad y respeto a las víctimas y a sus verdugos en un espacio tan desequilibrado como fue un campo de concentración nazi.

No creo que sea impertinente destacar que, en este género de temas, nunca habría que olvidar la diferencia que separa a un ‘sistema’ (con su pirámide de más o menos responsables) de sus participantes; y cuando este ‘sistema’ es el nacionalsocialista, la distancia llega a su máxima oposición, cabalmente por los mecanismos de aterrorizamiento de que echa mano, no sólo con los ciudadanos corrientes, sino con sus propios miembros y partidarios. Bajo esas condiciones, a la hora de evaluar la responsabilidad de una persona concreta, la gran pregunta es: ¿de qué libertad gozó tal persona en su actuar dentro de la maquinaria? Naturalmente, después de pasados los hechos y después de la derrota militar del nazismo, resulta demasiado fácil repartir como quien silba certificados de culpabilidad. Otra cosa sería si tuviéramos que juzgar acusados por actos libres…

Las cosas todavía se ponen de color más oscuro porque sobre el tema pesa una cósmica presión, digitada desde las instancias judías (y también de otras no judías). Se ha llegado, por ejemplo, a preguntar ‘si es posible seguir haciendo teología después de Auschwitz’; o simplemente, ‘si es posible seguir creyendo en Dios’; etc. Con este radical desenfoque del tema y con tal autoendiosamiento del pueblo judío, ya se ve que sobra cualquier debate; quiero decir que es inútil (tan inútil como discutir con quienquiera se crea dueño de toda la verdad). Porque, además, quienes así ‘argumentan’ no tienen otra meta que cerrar la boca de cualquier discrepante; como si éste tuviera que ser el único tema de la Historia del Hombre en la que no se pueda admitir disensión.

Al lado de este autoendiosamiento, resulta de bajo calibre (casi un pasatiempo infantil) la cuestión de si los judíos fueron víctimas de los nazis. Resulta que los efectos de la inhumana persecución anti-judía han dado nacimiento a una todavía más inhumana ‘desigualdad’: la de quienes se creen habilitados a ningunear al resto de la Humanidad, en nombre de su condición de ‘pueblo elegido’ de Yahveh; elección que convertiría en gusanitos al resto del género humano; y como gusanitos, incapaces de compartir un día la atención salvadora del ‘Dios que salva’, cuyo Mesías salido del pueblo judío había de reconciliar la Humanidad (no sólo a los ‘elegidos’) con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Hay pocos temas que pongan tan deslumbradoramente a la vista el ‘descarrío’ de la historia judaica: cuando pidió que la sangre de Jesús cayera sobre ellos y sus descendientes. Por más que hoy se aparte esos pasajes del Nuevo Testamento de la vista en las mesas de diálogo entre la Iglesia y los Judíos (o peor todavía, se nos impongan interpretaciones retorcidas), los textos –y los hechos que ellos relatan– ahí están.

Por la parte nazi también nos topamos con otras complejidades: un semejante mesianismo racista, que se creía llamado a producir un ‘hombre nuevo’ dentro de un mundo nuevo; pero que ni siquiera había superado los provincianos complejos de superioridad frente a los ‘germanos’ nacidos fuera del Reich (como eran los transilvanos, entre los que también figuraría Capesius), desequilibrio al que Schlesak se refiere para explicarse la férrea enceguecida obediencia de funcionarios de esa procedencia en Auschwitz (p. 180); o al menos para presentárnoslos de carne y hueso (pp. 185-187). En cambio, dando la palabra a Adam, se explaya con los lugares comunes más rancios sobre la actitud del Vaticano y, en concreto, de Pío XII a propósito de los judíos perseguidos (pp. 190-191). Si el lector pudiera tomar este pasaje como piedra de toque de todo el libro, habría que decir que también a Schlesak se le puede ver la cola de paja…

Por suerte, no todo depende de todo; ni cada pieza determina el valor y el sentido ni de las restantes ni de su conjunto. Sino que TODO forma parte de ese fenómeno al que se suele llamar ‘Auschwitz’, sin que a menudo se valoren ni tenga conciencia de los mil subfenómenos que abarca; que es tanto como decir: sin que se reconozca su forzosa ambigüedad; y que el fundamentalismo judaico se autocondena, no sólo a desconocer, sino a negar. En realidad, por ahí pasa la línea que separa lo ‘humano’ de lo ‘diabólico’; lo imperfecto y aproximativo de lo inhumanamente mecánico. Y si el pueblo judío quiere poder seguir pasando como parte del género humano, no puede autoeximirse de sus leyes, lacras y defectos metafísicos.

Claro que Schlesak suele colocarse en un nivel más terrenal. Y al respecto se me ocurre la pregunta de en qué medida vive bajo el peso de otra experiencia deshumanizadora: la comunista (de hecho, ésta es la que verdaderamente sufrió; la nazi no fue más allá de ciertos recuerdos infantiles). ¿Por qué y cómo? Me refiero a la dificultad que estas víctimas (las del comunismo), no menos que aquéllas (las del nazismo) tienen para ver en los ‘sistemas’ respectivos otra cosa que realizaciones absolutas y perfectas de una voluntad maligna, destructora. Los nazis fueron derrotados en los campos de batalla; los comunistas, se derrumbaron bajo el peso de sus propias aberraciones, pero sólo después de muchas más décadas de causar sufrimiento a quienes publicitaban como sus beneficiados (una de las más grandes ironías de la Historia).

Sea como fuere, en el libro de Schlesak están presentes suficientes factores para que el lector pueda librarse de cualquier tipo de valoraciones endiosadas y endiosadoras. Así resulten, a la postre, menos exaltadoras y mitificables; basta con que acaben siendo más creíbles.

Fuente: LA PATRIA
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