La Segunda Guerra Mundial cobró el mayor número de vidas en la historia bélica por el uso de armamentos más poderosos y la violencia contra la población, sin discriminar sus objetivos entre militares y civiles.
El 80 por ciento de la población mundial se vio envuelto en el conflicto.
De 61 estados participantes y seis neutrales, en 40 países ocurrieron acciones de guerra.
Aunque la aviación ya había participado en la Primera Guerra Mundial -sobre todo en 1918-, tuvo un mayor desarrollo en la segunda gran conflagración, al punto que las tropas de cada parte sufrieron fuerte hostigamiento desde el aire y numerosos poblados y ciudades fueron dañados e, incluso, destruidos.
La modernización de los vehículos de combate y la introducción masiva de tanques jugaron un papel muy importante en territorio europeo y en los desiertos del Norte de África.
El empleo del arma atómica al final de la contienda sentó como precedente que el próximo conflicto mundial llevará de apellido nuclear si la humanidad no levanta su grito de alarma y hace todo lo posible para conjurar los demonios sueltos.
Los fascistas de Berlín y Roma y los militaristas de Tokio concebían al mundo todo alemán, italiano y japonés.
Se aliaron en un llamado Eje y en el papel se repartieron territorios: Europa y África entre los dos primeros y Asia para los últimos.
Con ese fin, el primero de septiembre de 1939, Alemania escenificó en la frontera polaca una auto-agresión, el pretexto necesario para invadir Polonia y desencadenar en pocos meses una guerra de grandes dimensiones en Europa.
Su extensión internacional y la práctica del genocidio xenófobo por Alemania, la principal potencia agresora, elevaron las pérdidas humanas a más de 54 millones de muertos y 90 millones de heridos (más de la mitad pobladores civiles), así como unos tres millones de desaparecidos.
Tales cifras superaron en mucho las de la Primera Guerra Mundial cuando hubo 10 millones de muertos y 21 millones de heridos.
Los aliados aportaron unos 44 millones de muertos y los países del Eje, 11 millones.
A 20 millones ascendieron las bajas militares y civiles sólo en la Unión Soviética, estado multinacional euro-asiático que perdió el 30 por ciento de toda su riqueza nacional.
Estados Unidos entró en la guerra el 7 de diciembre de 1941, después del ataque japonés contra la base naval estadounidense de Pearl Harbor, en Hawai; y tuvo unos 400 mil muertos -más de nueve mil latinoamericanos-, en su mayoría militares, pues en su territorio continental no hubo acciones bélicas.
Unos 500 mil latinoamericanos estuvieron en el frente, enrolados por Washington, y constituyeron el 4,7 por ciento de sus fuerzas armadas.
Nadie ató las manos del líder nazi Adolfo Hitler; unos porque no podían y otros no quisieron en espera de aprovecharse del resultado de su inexorable enfrentamiento con la Unión Soviética.
A la luz pública tuvo lugar el rearme de Alemania, derrotada en la guerra anterior; la incorporación por la fuerza de Austria al III Reich (marzo de 1938) y la invasión y ocupación de Checoslovaquia, en marzo del año siguiente.
Antes ocurrió la llamada traición de Munich (29-30 de septiembre de 1938); los gobernantes de Gran Bretaña y Francia cedieron ante el propósito alemán de arrebatar a Checoslovaquia la rica región de los Sudetes de más de 50 mil kilómetros cuadrados, poblada por más de cuatro millones de personas.
En 1935 Italia se apoderó de Etiopía y el 7 de abril de 1939, tropas italianas ocuparon Albania.
Italia y Alemania intervinieron abiertamente en la Guerra Civil Española (1936-1939), considerada preludio de la Segunda Guerra Mundial, con fuerzas militares, armamento (modernos aviones, cañones), asesoramiento y ayuda económica.
Allí ensayaron la efectividad de sus aviones de combate.
Sus aparatos aéreos trasladaron a las tropas franquistas desde las colonias de África a la península y tomaron parte en el desarrollo de la contienda con salvajes bombardeos contra objetivos militares y ciudades, que provocaron miles de víctimas entre los pobladores indefensos.
La Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana destruyeron a Guernica, una ciudad vasca sin interés militar.
Hitler fue designado Canciller (jefe de gobierno), el 30 de enero de 1933; a los pocos días comenzó la purga de la administración, la policía y la Universidad y su Partido Nacional Socialista (Nazi) controló los medios de información.
La Banca y la Gran Industria financiaron su campaña electoral, en la que les prometió defender la empresa privada, eliminar el peligro comunista y reforzar la Wehrmacht (ejército alemán).
Después de las elecciones parlamentarias de marzo de ese año, ganadas por los partidos de izquierda, presionó al Parlamento y logró una ley de plenos poderes durante cuatro años.
Disolvió el Partido Comunista y a los tres meses, al Partido Socialdemócrata.
Creó el primer campo de concentración cerca de la aldea alemana de Dachau.
A esto siguió la liquidación de los restantes partidos políticos, la promulgación de una ley contra los funcionarios judíos que aplicó también a todo sospechoso de ser opositor al nuevo régimen.
Fue creada la Policía Secreta del Estado (Gestapo) y declaradas auxiliares de la policía las fuerzas paramilitares hitlerianas Secciones de Asalto (S.A.), Tropas de Seguridad (S.S.) y los Cascos de Acero.
El Mundo guardó silencio cuando el terror se implantó en Alemania y luego lloró al tratar Hitler de extenderlo desde su país al resto de Europa y al Norte de África.
(*) Historiadora, periodista y colaboradora de Prensa Latina.
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