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Warning: session_start(): Cannot start session when headers already sent in /home/lapatri2/public_html/impresa/index.php on line 8 Cantad al Señor un cántico nuevo - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
Una reciente columna, decididamente no convencional, del distinguido maestro Cergio Prudencio (La Razón 15/08) alerta acerca de la degradación de la música litúrgica católica moderna, cuando se la compara con la magnificente polifonía del Renacimiento (o con la música barroca misional, añado yo).
Entiendo la preocupación estética de Cergio por la escasa o nula presencia en los templos de esas cumbres musicales y, asimismo, comparto su crítica a la calidad de muchos cantos litúrgicos modernos; sin embargo, discrepo de su condena generalizada a la música litúrgica popular.
Por razones de espacio, me detendré en su argumento principal: la música litúrgica debe tener un sentido “místico”, capaz de conectar la condición humana con el mundo espiritual. En mi opinión y experiencia, ésa es una visión correcta, pero reductiva.
El canto litúrgico (que es música y texto) es una manera de participar corporalmente en una celebración (de acción de gracias, penitencia, adoración, etc.), o sea una forma de orar, al igual que el silencio, la danza o la experiencia mística. Pero es, también, una forma de refrescar y fortalecer el contenido y alcance de la fe de la comunidad.
Esa expresión puede asumir formas, estilos y ritmos diferentes, según los tiempos, las culturas y la sensibilidad de las personas, pero debe mantener un equilibrio entre belleza de la pieza musical y bondad (claridad y ortodoxia) del mensaje. En efecto, el canto es una experiencia “viva y comunitaria” y, por tanto, participada, comprendida, gustada y asimilada por el pueblo. Los cantos que esa comunidad incorpora a sus liturgias no son los que los críticos aprueban o los autores imponen, sino los que la gente siente como manifestación genuina de su religiosidad. No es casual que la gran mayoría de los temas de las “guitarreadas” tenga una vida efímera, al igual que muchas piezas mediocres del Renacimiento.
Los cantos que la piedad popular suele “interpretar” a todo pulmón (no sólo “escuchar”) en las celebraciones, sin ser necesariamente piezas refinadas, logran llegar al corazón de la comunidad, que, no hay que olvidarlo, es, por su naturaleza, heterogénea en edades y en gustos.
Sin ir lejos, en la era “pre-pachamamista”, hubo una revolución en la liturgia del campo, gracias a la obra del obispo Adhemar Esquivel, cuyas sencillas composiciones, en idioma y ritmo aymara, perduran hasta el día de hoy. Sólo Dios sabe cuánto habrá influido esa música en el compromiso de tantos catequistas indígenas, protagonistas, a partir de los años ’80, de la vida política y social del país; inclusive de los que hoy niegan esa experiencia.
Por otro lado, para paladares refinados, tenemos a un Ariel Ramírez, cuya “Misa Criolla” no tiene nada que envidiar a la “Missa Papae Marcelli” de Palestrina.
En fin, tal vez Cergio coincida conmigo en que la música litúrgica actual refleja, más que degradación, un rezago para interpretar adecuadamente las transformaciones de la sociedad y de la religiosidad popular, y convenga también en que, en estos tiempos melódicamente variados y complejos, hacen falta creyentes que, con sus destrezas musicales, ayuden a la comunidad a expresar su fe con la creatividad y calidad que él reclama.
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