Cálculos de expertos estiman que unos 50 millones de personas forman hoy las filas de los desplazados por razones climáticas en el planeta, y de ahora a 2050 esa cifra puede crecer 10 veces, por la misma causa.
Tal como van los acontecimientos, no sorprendería llegar a la mitad de la presente centuria con mil millones de desplazados o quizás más.
La Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur), ha enunciado que los procesos de cambio climático, así como los múltiples desastres naturales que producirá, aumentará la magnitud y complejidad de la movilidad del desplazamiento humano.
De manera que el cambio climático no sólo impone un reto a los científicos que lo investigan, también reclama desde ya mayores esfuerzos en el orden de la ayuda humanitaria internacional y la cooperación entre los estados.
No se trata de pronósticos preocupantes de anomalías sólo posibles a mediano o largo plazo.
Un presente preocupante, un futuro sombrío, si no actuamos.
Entre tanto, las noticias sobre desastres naturales en diversas partes del mundo, que tanto conmocionan y se lamentan, no siempre se vinculan por los medios y la opinión pública al recalentamiento global.
En realidad son, con una probabilidad muy alta, consecuencia directa de ese fenómeno.
Las estadísticas reportan que en las últimas décadas se duplicó el número de desastres: de más de 200 a 400 al año, y apuntan que de cada 10 desastres naturales, nueve se relacionan con el clima.
Las cosas han llegado a un punto en que ningún Gobierno o Estado, incluso las naciones más ricas, pueden ignorar las amenazas implícitas en los procesos del cambio del clima.
Ya sean catástrofes intempestivas y violentas, como inundaciones, deslaves y huracanes o lentos procesos de deterioro del medio ambiente, como la sequía o la salinización de las zonas costeras.
La propia Acnur reconoce que las consecuencias del cambio climático actualmente reducen los medios de subsistencia y la seguridad de numerosas personas.
Además han agudizado las diferencias de los ingresos y el aumento de las desigualdades, allí donde se presentan.
En el interior de muchas naciones ya afectadas, incluidas en su mayoría en la clasificación de las que están en vías de desarrollo, el aumento de la temperatura terrestre ha hecho improductivas muchas tierras agrícolas.
Y ello está acelerando un proceso no planificado y ni siquiera ordenado de emigración de personas a las ciudades, a donde van a disputar escasos medios de vida y servicios.
Esa tendencia de aumento de las urbanizaciones debe incrementarse en un número creciente de países en el futuro, alerta la ONU.
Lejos de lo que pudiéramos imaginar no será un suceso positivo en la vida de cualquier nación. Se puede poner en peligro la seguridad alimentaria y la soberanía.
En Asia, un país como Bangladesh, debido al incremento del azote de los ciclones y el aumento del nivel del mar, al sur de su territorio padece una aguda salinización.
Tal anomalía ha acabado con enormes extensiones de terreno antes cultivables.
Ha ocurrido en esa nación una aceleración no esperada ni sustentada por el desarrollo de la urbanización de su capital. Pero lo peor aún puede estar por ocurrir.
Un informe elaborado por expertos sugiere que de producirse un aumento de un metro del nivel del mar, las inundaciones costeras del sur del país provocarán el desplazamiento de 156 a 20 millones de personas en ese país hacia 2050.
Los emigrantes forzosos por causa del cambio climático, son personas pobres, que pierden bienes, medios de vida y seres queridos, de golpe.
O tal vez, en un proceso lento y agónico han perdido la posibilidad de una vida digna para ellos y sus familias.
No tienen donde vivir, muchas veces carecen de agua, de atención sanitaria, de alimentos.
El aumento del número de personas en esa situación es intolerable por razones humanitarias.
Pero también por los peligros que apareja a la paz y estabilidad de una nación o región.
Se insiste y de hecho algunos gobiernos los aplican con eficacia, en la necesidad de elaborar programas de enfrentamiento a desastres y catástrofes y para el reforzamiento de la adaptación y mitigación.
De nuevo aquí se vuelve al punto de la urgencia de la ayuda financiera y la transferencia de tecnología ofrecidas por el mundo desarrollado a las naciones más desfavorecidas.
Bastante han repetido que uno de los logros de Copenhague fue el acuerdo de transferir unos 30 mil millones de dólares por ese concepto, unos 10 mil anuales.
Y prometieron llegar a unos 100 mil anualmente hacia 2020.
No es lo único necesario, se sabe, pero ayudará.
Por otro lado, hay un llamado mundial a redoblar los esfuerzos de las organizaciones humanitarias y de la colaboración intergubernamental, al respecto, que no se debe soslayar.
Sobre todo para socorrer a los emigrantes que se ven obligados a abandonar su país de origen, cifra que debe crecer notablemente.
No hay que olvidar, incluso, los peligros que se ciernen sobre algunos pequeños estados insulares como Tuvalu, Kiribati y Maldivas, con un alto riesgo de desaparecer bajo las aguas.
Nuevas realidades y problemas demandan nuevos modelos y legislaciones internacionales e internas para enfrentarlos.
Quizás esos sean desafíos de hoy a los que se responde con demasiada lentitud. ¿Hasta cuándo?
(*) Corresponsal de Prensa Latina
Para tus amigos:
¡Oferta!
Solicita tu membresía Premium y disfruta estos beneficios adicionales:
- Edición diaria disponible desde las 5:00 am.
- Periódico del día en PDF descargable.
- Fotografías en alta resolución.
- Acceso a ediciones pasadas digitales desde 2010.