Sábado 14 de agosto de 2010
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Del poderoso gobierno, clara está. Y ellos, los potosinos, lo catapultaron hacia el poder. Más que en cualquier otro distrito, allí precisamente obtuvo Morales la increíble cifra de 84 % de votación. Durante la campaña, el Evo humilde y generoso, repartiendo cheques venezolanos a los municipios, prometía mil cosas para cuando otra vez sea ungido como presidente.
En el Potosí del abandono, a la vuelta de cuatro años y medio, a más de los bonos electorales, no hay nada que apunte a cambiar la estructura secular del atraso. Con la pobreza extendida a sus pies, la mole del legendario Sumaj Orcko todavía gasta el epígrafe de “cerro rico”. Es también la extraña tierra de los elefantes blancos, como el de Karachipampa, con la friolera de 200 millones de dólares tirados a la deriva.
Para ver el problema de fondo es preciso desbrozar las apariencias y las posturas demagógicas. Y también dejar de lado el peligroso juego de quién doblega a quién. No se puede anteponer el orgullo a la suprema responsabilidad del deber. Aun suponiendo que fuese un error la rebelión popular de los potosinos, en esa circunstancia difícil debería probar el gobierno – más específicamente Evo Morales – su capacidad de liderazgo. Pero recurrir al desgaste para rendir la resistencia, con todas las ventajas de su parte, no es precisamente una muestra de grandeza ni de valentía.