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Jueves 12 de agosto de 2010

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Ecológico Kiswara

Cambio climático, disparador de eventos extremos

12 ago 2010

Fuente: LA PATRIA

Por: Marta Gómez Ferral

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En los últimos años, el cambio climático ha disparado la frecuencia e intensidad de fenómenos como la sequía, inundaciones y tormentas, con el saldo de enormes perjuicios en las naciones más pobres y en desarrollo.

Desde 1995 la Cuenca del Caribe y el Golfo de México han sufrido las consecuencias de temporadas ciclónicas muy activas, por el número y violencia de los huracanes.

El calentamiento de las aguas oceánicas hace esperar que se mantenga esa tendencia por varios años más, según expertos.

Igualmente, las perturbaciones del evento ENOS-Oscilación del Sur, causantes de la aparición cíclica de El Niño y La Niña (fenómenos océano-atmosféricos), también han sido más frecuentes.

Y en lo que va de 2010 los reportes sobre desastres originados por anomalías del clima han ocupado lugar prominente en los noticiarios del mundo.

Las catastróficas inundaciones de Brasil, China, Paquistán, con cientos de muertos y millones de afectados; la severa sequía del Sahel africano, replicadora de una terrible hambruna, son algunos ejemplos.

Los europeos ya saben que sus veranos pueden ser en lo adelante más calientes de lo usual y menos convenientes a la salud.

Este año un nuevo repunte de la canícula golpea naciones de tradicional clima frío y recuerda la ola de calor de 2003, que mató a unas 70 mil personas en el Viejo Continente.

"Nada nuevo bajo el sol", se dirá, porque en las décadas precedentes y en particular las de fines del siglo XX, los informes sobre catástrofes de ese tipo han conmocionado frecuentemente a los que todavía no hemos resultado sus víctimas directas.

SIN CONTAR EL DRAMA DE LOS DAMNIFICADOS

Este cursar de sucesos y acontecimientos es coherente en un alto grado con los pronósticos de la ciencia.

El último informe (el IV) del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), datado en 2007, corrobora con un alto nivel de confianza la conexión entre el calentamiento atmosférico, terrestre y de los océanos, y las anomalías climáticas.

No podemos dejar de mencionar que, recientemente, en marzo de este año, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, ratificó ante la prensa que el calentamiento global es real, precepto que suscribe la organización internacional.

Con esa declaración, la ONU respaldaba categóricamente una conclusión avalada por mediciones y comprobaciones hechas por científicos integrantes del IPCC y de prestigiosas instituciones y equipos del orbe.

Fue necesaria tal confirmación. A fines de 2009 y comienzos de este año, se conoció que errores de cálculo habían llevado a pronósticos erróneos sobre el derretimiento de los glaciares de Los Himalayas.

Esos errores, refrendados en el IV Informe del IPCC, sirvieron a los enemigos acérrimos de la teoría de la responsabilidad del hombre con el calentamiento terrestre, para cuestionar todo el conjunto del complejo trabajo de los científicos.

Imagínense a los principales responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero exonerados de sus culpas, responsabilidades y compromisos de una vez y por todas. Pero no han podido celebrar el Aquelarre.

Si bien la ONU encargó una revisión de la metodología de trabajo del IPCC y exigió mayor rigor en todos los procederes investigativos, dio un justo espaldarazo a la conclusión esencial de la responsabilidad antropogénica en el calentamiento global.

De modo que los supercríticos no se salieron con la suya y se sabe que el IPCC continúa la preparación de su quinto informe.

En general, los pronósticos mantienen vigencia.

Recordemos algunos datos aportados por la ciencia.

El calentamiento ha crecido, linealmente, en los 100 años transcurridos entre 1905 y 2006 un promedio de 0,74 grados centígrados.

Un índice superior a estimaciones que lo situaban en 0,6 como promedio.

En el decenio de 1995 a 2006, 11 años figuran entre los más cálidos desde que el hombre realiza mediciones hace unos 130 años.

Las mediciones han comprobado que las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera han aumentado de manera notable desde 1750.

Actualmente están al filo de las 400 partes por millón. En 1850, por ejemplo, con la Revolución Industrial en marcha era de 270 ppm todavía.

Los desastres meteorológicos y el clima, al igual que los provocados por sacudidas telúricas y erupciones de volcanes, causan la muerte de cientos de miles de personas, el desplazamiento forzoso de millones, acentuando la hambruna, las enfermedades y la pobreza.

Igualmente deteriora la economía y ralentiza los programas de desarrollo de las naciones afectadas.

No hay país o región del mundo que pueda considerarse a salvo o alejado de estos peligros, aunque los más desarrollados disponen de recursos para sortearlos mejor.

Junto a los programas nacionales de enfrentamiento de catástrofes, se requiere de la solidaridad y generosidad inmediata de la comunidad mundial, para promover la ayuda y el socorro.

Pero la conciencia mundial sabe que, además, hay otros derroteros por donde transitar y se debe seguir trabajando en el cumplimiento de proyectos de desarrollo, de mitigación y en el cumplimiento de las ayudas ofrecidas.

Situado, al fin, el tema del cambio climático en el terreno de la política, se debe redoblar el esfuerzo en aras de acciones firmes en esa dirección.

Reducir las emisiones de los principales contaminantes, establecer compromisos vinculantes y hacer real la transferencia de unos 30 mil millones de dólares en tres años a los países en desarrollo, serían buenos primeros escaños a conquistar con urgencia.

En Cancún se espera entronizar el concepto de justicia climática, de acuerdo con declaraciones de Christina Figueres, secretaria ejecutiva de la Convención Marco del Cambio Climático de la ONU.

Ojalá esto ocurra y contribuya a allanar los obstáculos.

Fuente: LA PATRIA
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