Domingo 08 de agosto de 2010

ver hoy











































































Cerros, claroscuros, terracotas y azules se pierden mientras se desciende, pintos de verdes, verdes, de cientos de verdes, trazo de verdes flanquea el camino. La oscuridad no oculta siluetas de chacos, de selva, ruidos y hablar de selva.
Llegar a Rurrenabaque en el día, es aprender un camino, escritura en lo verde, tambalea el viento de lado a lado con celajes blancos de polvo, danzantes ebrios entre la maraña de verde. Arriba el sol lanza dardos dorados que puntillean la piel. Heridas invisibles sueltan un sudor sin sal, los pulmones se llenan de un hálito pegajoso de humedad.
Al final del camino un tropel de paredes de madera mordisquean para rematar en un tintineo de cristales, se abren en un surco claro las aguas del río Beni. En sus orillas, en la arena, refulge el sol, en su lomo de cristales troncos huecos que se arrastran, manos que arañan para surcar ora aguas arriba ora aguas abajo.
Rurrenabaque tiene gentes de la selva y la selva gris tiene también sus gentes. En las orillas cocinan plátanos y una cabeza de res que crepitan, en los brazos de un colono, Don Nicolás, naranjas, en sus orillas mil manjares, mil gentes de todas partes.