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Jueves 05 de agosto de 2010

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Ecológico Kiswara

Islas del paraíso en camino al infierno

05 ago 2010

Fuente: LA PATRIA

Por: Marta Gómez Ferral

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El impacto del cambio climático en los pequeños estados insulares es ya un desafío imposible de enfrentar sin respaldo internacional y sin la reducción drástica y urgente de las emisiones de carbono.

De no ser así, sus habitantes están convencidos de que en un tiempo no demasiado lejano podrían desaparecer bajo el agua.

La supervivencia no es cosa de juego y las pequeñas naciones han asistido en los últimos años a varias Cumbres del Clima y otros cabildeos, como parte de una lucha tenaz por conseguir el cumplimiento del Protocolo de Kyoto, que expira en 2012.

El trascendental acuerdo internacional, establecido en 1997 y vigente a partir de 2005, establece una reducción del 5,2 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero, respecto a los niveles de 1990.

El mundo conoce la suerte del famoso convenio. Entre otras cosas, la administración Bush no ratificó su cumplimiento por parte de su país, la nación más contaminadora del planeta.

El resto de los principales responsables en el recalentamiento del clima global, no ha conseguido avanzar en la materialización de sus compromisos.

Los cónclaves mundiales de Bali (Indonesia) y Copenhague (Dinamarca), antecesores de la COP 16 que se celebrará en Cancún (México) a fines de año, terminaron sin conseguirse acuerdos vinculantes sobre la reducción de gases tóxicos.

Fueron experiencias decepcionantes para la humanidad.

Los gobernantes de los pequeños estados insulares también saben que ellos están en la primera fila frente al peligro y no se encuentran en condiciones de encararlo solos.

Por eso, en todos los foros y tribunas internacionales, además de reclamar el apoyo de las potencias y naciones desarrolladas a sus planes nacionales de desarrollo sostenible y mitigación, claman con urgencia el cumplimiento del plan de Kyoto.

Sus autoridades plantean que es inadmisible aceptar que la temperatura suba siquiera dos grados, pues el incremento de los niveles del mar arrasaría con todos o una buena parte de sus países.

Por ello claman por tomar medidas que permitan un incremento inferior a 1,5 grados, en medio de la incertidumbre de no saber si ya se ha traspasado el umbral que lleve a la Tierra a un recalentamiento muy alto.

Los perjuicios no se hacen esperar

Ante la gravedad de los riesgos corridos por las ínsulas a mediano y largo plazos, la necesidad de acción y de unidad ha abierto un espacio para el trabajo, el combate y la unión, en sus reclamos en la arena mundial.

Algunas de las pequeñas ínsulas del planeta, no han tenido que esperar a los grandes incrementos de la temperatura que suponen un aumento mayor de dos grados centígrados en el planeta, para recibir el daño de catástrofes.

Alrededor de muchas de esas islas, imponentes barreras coralinas están muriendo debido a la alta temperatura de las aguas y la salud de esos pequeños animales es vital para el equilibrio biológico y supervivencia del planeta.

También han disminuido las reservas de peces y ocurren con mayor severidad eventos de sequía o lluvias torrenciales. Aumenta la frecuencia de destructoras tormentas.

En los últimos años en zonas como el Caribe y la Cuenca Atlántica hay tendencia a la formación de huracanes muy violentos en lapsos temporales cortos.

Las aguas se recalientan y acidifican. Los suelos se salinizan y erosionan. Decrece la capa vegetal.

La economía, en actividades como la producción agrícola, la pesca y el turismo, de gran peso en la vida de esas naciones, ya ha sido golpeada, sobre todo en los 15 años anteriores.

Estos territorios, ubicados preferentemente en las cercanías de África, Mar Caribe y Océano Pacífico, y algunos de ellos considerador verdaderos emporios de la biodiversidad, suelen recordar ante la ONU que podrían desaparecer del mapa.

Las dos últimas décadas han sido cruciales para estas naciones.

En 1990 se creó la Alianza de Pequeños Estados Insulares en desarrollo (AOSIS, por sus siglas en inglés) y en 1992, la Cumbre de la Tierra celebrada en Ríos de Janeiro, Brasil, reconoció por primera vez a nivel mundial las amenazas del cambio climático para sus habitantes.

Se estableció allí que se trataba de un grupo especial en riesgo, junto a otros países pobres y en desarrollo.

La creación en 2005 de la Estrategia de Mauricio, para especificar y dar seguimiento a los planes nacionales y regionales de mitigación, dio un espaldarazo al esfuerzo de estas naciones.

Sin embargo, todavía Estados Unidos rehúye el establecimiento de compromisos que podrían salvar la vida a esos estados y al resto del planeta.

Todo lo que deben hacer esos países: programas y planes internos, se ha estado haciendo.

Pero mientras lleguen a cuenta gotas o no lleguen nunca los recursos financieros prometidos para la mitigación y el desarrollo, el peligro sigue ahí, y ellos viven en una cuenta regresiva camino del infierno.

Tampoco se logrará nada sin la transferencia de la tecnología limpia que tanto necesitan.

Y Cancún será otro frente de batalla para los representantes de la AOSIS.

El mundo desarrollado, todavía alejado de las grandes catástrofes ecológicas ocasionadas por su ambición, deberá allí empezar a cumplir su deber con la humanidad y la Tierra.

(*) Periodista de la redacción de Temas globales.

Fuente: LA PATRIA
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