Jueves 29 de julio de 2010
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“Hay que reescribir la historia nacional” apuntó el potosino Juan José Toro, flamante Primer Premio del concurso sobre crónica y acontecer nacional, auspiciado por la Asociación de Periodistas de La Paz. Toro citó varios vacíos como esta paradoja: mientras comunidades andinas se aliaban con los invasores españoles contra los incas o la nobleza cacical se acomodaban con el nuevo régimen colonial, la única y permanente resistencia la ejercían los pueblos orientales, en las estribaciones de la cordillera. Justamente, en el territorio que se ha calificado como “Media luna” en los últimos años, los pueblos originarios lucharon por su libertad hasta bien entrado el mismísimo siglo XX. Durante los primeros años de la Audiencia de Charcas, la zona de Tomina, los valles mesotérmicos eran considerados de “frontera”. Porque más allá permanecían indómitos los pueblos chiriguanos.
Por el sur, en esa amplia geografía que conocemos como Chaco, los guaraníes burlaban a la llamada “civilización” de cruz y espada. Ellos resistieron más o tanto que los aymaras en jornadas épicas en 1727, 1750, 1793, 1799, 1849, 1874, 1878. ¡Qué poco se conoce de esos quereimbas! Cada 26 de enero debíamos recordar en los libros de historia nacional a la batalla de 1892, en la quebrada de Kuruyuqui (Chuquisaca), donde los indígenas lucharon bajo el mando del joven Apiguaiqui Tumpa. Fueron masacrados por los karai, los blancos hacendados. No se rindieron, fueron vencidos.
