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Toco. Un pueblecito, o mejor, una aldea en las campiñas cochabambinas.
Los labradores han levantado las cosechas de maÃz y la han destinado a saciar las hambres del año, tomando buena parte de ella para elaborar el rubio licor que antaño deleitaba el paladar del Inca.
En uno de esos hogares de sol borracho, ha nacido -en cualquier hora del Destino y de la Vida- Mariano Melgarejo, el futuro "Gran Capitán del Siglo". Los historiadores dicen que fue el 15 de abril de 1820.
Melgarejo pudo ser asesinado o ahogado al nacer, pero está anotado que las hembras de Toco no eran como las de ParÃs.
Le dejaron nacer y le dejaron vivir.
Le dejaron nacer y le dejaron vivir.
Su padre se perdió por el camino, en curvas, de su ebriedad, y su madre� Su madre fue como cualquier promontorio de tierra, cubierto de nubes pálidas, por donde apareció un sol rojizo y velado que fue el hijo�
Hay niños a quienes no sirve de nada la memoria del corazón que anhela recuerdos e imágenes. El niño Mariano Melgarejo no supo nada de sus padres. El varón que le hubo engendrado se perdió anónimamente en sus curvas, y la hembra que le concibió tal vez fue barrida por algún huracán de vicio o de delirio.
Pero, Melgarejo, como todos los niños tristes, tuvo un padre: el albedrÃo. Y una madre: la desolada libertad, la amarga libertad de los que no han pedido la vida.
Fue creciendo como todas las yerbas olvidadas de sus valles, en la intemperie y la tristeza, ajeno a las tijeras de las podas bondadosas.
El pequeño Mariano ya tenÃa seguramente, desde los bajos fondos de su destrozada infancia, la perspectiva ascendente de su cumbre. VeÃa su camino, acaso, en medio de las dulces nieblas de la niñez.
Un dÃa tuvo que robar un pan porque el hambre fue insoportable, un hambre que reclama al padre y a la madre que deben saciarlo. Ese pan fue el de su ignominia y su pena inconsolable. El honrado vecino le dio una paliza y le tiró de las orejas insultándoles sin misericordia.
Entonces corrió hasta refugiarse en el seno vacÃo de la soledad, huyendo del castigo. Se perdió en los campos y durmió bajo los cielos frÃos. Mas, ¿podrÃa ser llevadera esa inicial proscripción de la aldea? Mil veces no. Luego no serÃa tampoco justo sufrir tanto por unas cuantas pedradas y unas gotas de sangre.
Y surgió el rebelde.
Recogió piedras de mayor volumen y retornó a su pueblecito de Toco. Si aparecÃa hostil el enemigo, tendrÃa que morir.
Esos fueron los iniciales impulsos de su audacia y de su poderosa rebelión.
"¡Tengo derecho a vivir!"
Era verdad: le dejaron nacer y debÃa permitirle vivir.
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